martes, 24 de marzo de 2009

Recuerdos de un jasid


(Selección extraída del libro "De generación en generación" por Abraham Twerski, (C) Kehot Lubavich Sudamericana)

De todas las ocasiones, Pesaj es la reina de los recuerdos infantiles.Pesaj es la fiesta de los niños. El ritual del Seder gira totalmente en torno de los niños. Los niños inician el Sede al recitar las cuatro preguntas que darán, lugar como respuesta a la narración del Exodo. Muchos rituales del Seder se cumplen con el objetivo espetífico de estimular la curiosidad de los niños. Y es precisamente la función de los niños el "robar" la matzá (pan ázimo) y guardarla hasta que sea rescatada a cambio de codiciados premios.
Dé más formas que una, Pesaj es la tan buscada fuente de la juventud. Nunca se pierde la identidad de niño en relación con Pesaj. Según la halaja, hasta si se es viejo y se está totalmente solo, debe comenzarse el Seder formulando las cuatro preguntas. ¿Preguntarlas a quién? ¡Pues a Di-s, por supuesto!. Nunca nos quedamos sin un padre. Si no estamos en compañía de niños, nos convertimos en niños nosotros.

En la Hagadá (el relato del Exodo) dice: "En cada generación, la persona debe considerar como si ella misma hubiese participado personalmente en el Exodo de Egipto, emancipada de la esclavitud". Así como la persona puede recapturar su infancia, también la nación debe volver a experimentar su infancia. Individual y colectivamente, Pesaj es un rejuvenecimiento.
Una de las ironías de la vida es que de niños queremos ser adultos, y cuando finalmente crecemos, deseamos volver a ser niños. Pesaj nos, permite ser al mismo tiempo niños y adultos.
Recuerdo la emoción de limpiar la casa para Pesaj. Yo ayudaba transportando los numerosos libros que llenaban la biblioteca de Papá, y sacudiéndolos en el porche al aire libre. Di-s no permitiese que al leer un libro sobre la mesa hubiese caído una miguita de pan entre las páginas. También ayudaba a acarrear los platos de Pesaj desde el sótano. Siempre reservábamos para Pesaj los platos más bonitos. Yo tenía una pequeña copa de vino de plata que era sólo mía. . La noche anterior a Pesaj, seguíamos a Papá por toda la casa, mientras éste la recorría con la vela encendida en busca de cualquier jametz que pudiera haber escapado a la enérgica limpieza de las semanas anteriores. Mamá había seguido la tradición de esconder diez trocitos de pan en lugares secretos de la casa para asegurarse de que Papá hubiese revisado a fondo todos los cuartos, pues hasta no encontrar y rescatar los diez trozos la búsqueda no podía considerarse terminada. Naturalmente, yo había visto dónde Mamá había ocultado los trozos de pan, pero nunca se lo revelaba a Papá. Y a la mañana siguiente, contemplábamos la fogata que Papá hacía con todo el jametz que hubiese quedado.

Papá solía convertir algunos de los utensilios que empleábamos durante todo el año en aptos para Pesaj. Los colocaba en un balde de agua hirviendo y luego arrojaba dentro del agua un ladrillo ardiente que producía un chorro de agua hirviendo como un géiser. ¡Qué divertido!
La mañana anterior a Pesaj comíamos en el sótano pues todas las habitaciones de la casa habían sido limpiadas especialmente para Pesaj. Los pastelillos que comíamos para el desayuno nunca sabían tan deliciosos como en el sótano ese día.

Yo tenía la suerte de gozar de un privilegio especial, pues el día anterior a Pesaj horneábamos nuestra propia matzá. Nada en el mundo es tan emocionante como preparar matzá.

La víspera de la del Seder íbamos al campo a recoger agua de un manantial de agua dulce para preparar la matzá. Papá llevaba su reloj de bolsillo y esperábamos hasta el momento exacto en que se ponía el sol para comenzar a llenar nuestras jarras de vidrio, porque en ese momento es cuando el agua está más fría, como debe estarlo para que la harina no se arruinase a causa del agua caliente. ¿Alguna vez has probado agua deliciosa? ¡Prueba el agua de manantial la víspera de Pesaj! (Ayuda, dicho sea de paso, si tienes seis o siete años). . Una vez que llevábamos las jarras a la casa, los hombres formaban un círculo y danzaban al son de "Y buscarás agua con júbilo de los manantiales de la salvación" (Isaías 12:5), balanceando las jarras de agua sobre los hombros. La preparación de la Matzá propiamente dicha no comenzaba hasta el mediodía del día siguiente, lo cual correspondía al, momento del ritual del Cordero Pascual de los días de antaño. Como todavía no era Bar Mitzvá no se me permitía participar en el proceso de horneado de la Matzá, pero igual había muchas cosas que podía hacer. Limpiaba los palos de amasar con papel de lija, y entregaba hojas limpias de papel absorbente a los hombres que estaban amasándola, matzá.
Todo esto era supervisado por Reb Elia, un nativo de Jerusalén que nos visitaba todos los Pesaj. Reb Elia era el hombre más dulce de la tierra, pero el día anterior a Pesaj sufría una metamorfosis y se convertía en el tirano más absoluto cuando se trataba del horneado de la Matzá. Todo debía ser hecho con rapidez y precisión, no fuera que alguien causara una ligera vacilación en la preparación de la masa. ¡Con cuidado! La voz de Reb Elia retumbaba por la habitación, llenando a todos del temor a Di-s.
Se oía exclamar: "¡Una matzá para el horno!" cuando uno de los hombres estaba por terminar la preparación de su masa para la matzá.¡Una matzá para el horno!" repetía yo, y corría a decirle a Reb Shaul que preparara la larga vara con la que ponía la matzá en el horno. Una vez que se terminaba de hornear, los hombres se tomaban de la mano y danzaban en círculo. El júbilo era auténtico. Acabábamos de terminar los preparativos para la mitzvá de la matzá, que se cumple una vez al año. "¡El próximo año en Jerusalén!", decía el refrán.
Ingresábamos a casa con cajas de matzá recién horneada, para comer también por única vez en el año pastelitos de papa esponjosos y borsht (sopa de remolacha). Nunca he tratado de repetir este menú durante el resto del año. No podría jamás tener el mismo gusto.
El largo día era agotador, pero un pequeño de seis o siete años parece tener infinitas reservas de energía. Sin embargo, en algún momento del Seder, en particular después de unos sorbos de vino, me dejaba vencer por la modorra y me sentaba junto a Papá en el sofá grande, que Mamá había cubierto con un cubrecama dorado y mullido de grandes almohadones. Apoyaba entonces la cabeza sobre el regazo de Papá, y las melodías de la Hagadá eran mi canción de cuna. Me dejaba llevar por un dulce sueño, que sólo puede haber sido experimentado otra vez en la historia de la humanidad: el de Adán en el Paraíso.

Mis hijos ahora son adultos y tienen sus propios hijos. En Pesaj, mis nietos disfrutan de la emoción de Pesaj tal como yo la disfruté. Mis reservas de energía son mucho menores a las de aquellos días. Ahora soy yo el que se sienta en el sofá cubierto de almohadones y son mis nietos los que apoyan la cabeza sobre mi regazo y duermen dulcemente.
Me identifico con mis nietos. Sé lo que sienten y cómo lo sienten. Es mucho más que una gratificación indirecta, pues vuelvo a ser el niño que duerme sobre el regazo del Padre mientras entona: ¿Quién sabe qué es Uno? Uno es el Todopoderoso que reina sobre el Cielo y la Tierra". Pesaj me permite volver a ser niño, a pesar de los cabellos grises que pueblan mi barba.
Nadie sabe qué le aguarda en la vida, pero sea lo que sea y donde sea, yo siempre llevaré Pesaj conmigo.

Abraham Tweski

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