domingo, 7 de junio de 2009

CICLO JUDIO DE VIDA (VII)

EDUCACION JUDÍA (II)


Quién debe enseñar

En una de aquellas visitas al campo cumpliendo tareas de Cashrut, entramos a inspeccionar un tambo. Allí no más, había un ternero atado con una cadena. Al vernos, comenzó a saltar. Pregunté a mi hija qué edad suponía que tenía el ternero. Lo miró, y viéndolo un poco más alto que ella, respondió: "ocho años". Cuando se acercó el tambero le volvimos a formular la pregunta. El ternero, para sorpresa de mi hija, tenía tan sólo seis semanas...

Efectivamente, es sorprendente. Un bebé de seis semanas, si bien ya aprendió muchas lecciones vitales que pocos sabemos apreciar, aún vive en una dependencia total de sus padres. No puede caminar ni incorporarse. No puede hablar ni ir al baño. ¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué todos los animales, grandes y pequeños, tienen autonomía apenas nacen mientras que los seres humanos dependemos de nuestros progenitores durante largos años?

Estudiemos el libro Bereshit, el libro en el cual la Torá nos cuenta acerca del origen de cada animal y del hombre. Allí también encontramos una gran desigualdad: en el mundo animal, todos los animales fueron creados desde un principio de acuerdo a sus especies macho y hembra de cada uno (la gallina vino primero y puso el huevo; no al revés). No así el ser humano. Con él, D"s empleó una "técnica" novedosa: ¡creó un "ser" inicial al cual dividió posteriormente en hombre y mujer! Los que estudiamos la Torá, y ya conocemos este hecho, nos acostumbramos a aceptar que inicialmente el hombre y la mujer formaban una sola pieza (según algunos, la mujer fue creada a partir de una costilla). Sin embargo, este hecho también nos debiera asombrar. ¿Por qué D"s habría de inventar algo tan extraño? ¿No podía, acaso, crearlos por separado desde un principio al igual que al resto los animales?

Después de crear a los seres humanos de este modo insólito, la Torá concluye: "por lo tanto, abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán una sola carne" (Bereshit 2:24). ¿A qué se refiere este versículo cuando dice: "por lo tanto"? Si "una carne" (en la que se fusionan hombre y mujer) se refiriera al apareamiento físico, ¿acaso los animales no maduran y se unen con sus pares del género opuesto para gestar a su cría? ¿en qué se diferencia entonces el ser humano, por el hecho de ser creados juntos y luego separados en dos?

Sin duda entonces, que el versículo de "una carne" no se refiere al aspecto físico de la unión entre el hombre y la mujer, sino al vínculo espiritual que los enlaza de manera perdurable, cosa que no ocurre en el reino animal. Únicamente en el género humano existe la necesidad y el deber de formar una familia y un hogar. Los animales se juntan por instinto y dan lugar a la preñez de su cría. Todo lo que el joven retoño necesitará saber en su vida, se lo hace saber el Creador mediante sus instintos. Los progenitores no deben transmitirles enseñanzas morales, y el joven elefante no será distinto a su elefante abuelo o a su elefante nieto. El cúmulo de experiencia de sus progenitores no lo necesita ni le servirá en su vida.

El ser humano, por lo contrario, necesita de hogar y familia ("una carne"). Los padres deben crear alrededor del joven un ambiente sano y tranquilo en el cual le mostrarán con el ejemplo cómo se aman y protegen mutuamente, cómo velan por su bienestar y el de sus hermanos, cómo respetan a sus respectivos padres (los abuelos del joven), cómo asisten a terceros menesterosos, cómo intentan vivir su vida dándole sentido. Todo esto es sumamente difícil de transmitir, si no se educa con el ejemplo viviente.

A tal fin, la creación de hombre y mujer fue en conjunto y la Torá ordenó que los seres humanos formen hogares que permanezcan unidos (esto alude a todos los seres humanos y especialmente a los judíos, que más tenemos para transmitir a nuestros hijos). A su vez, el Creador hizo distinta la naturaleza de los niños y éstos continúan prácticamente imposibilitados y dependientes de sus progenitores durante muchos años, hasta su maduración de modo tal que forzosamente deban habitar cerca de sus padres para aprender de ellos.

Si entendimos todo esto, entonces deberíamos reflexionar profundamente acerca de uno de los males endémicos de nuestro tiempo: la destrucción del hogar. Cuando utilizo la palabra "destrucción" en este contexto, no apunto exclusivamente a aquellas familias que se desmoronaron por completo, llegando a una separación total de los padres (ni qué hablar de aquellos que se mantienen vinculados mediante las peleas y utilizan a sus hijos como variable de sus contiendas). Es importante considerar a su vez como parte de este flagelo a todas esas familias donde "cada uno hace su vida" en forma separada y aquellas casas en donde entre tantos gritos y ofensas verbales, se pierden los mensajes positivos y trascendentales que los padres quisieran y podrían conferir a sus hijos.

Cuando contemplo la cantidad creciente de jóvenes que no tuvieron el privilegio de conocer un hogar tranquilo y estable, en donde se traten unos a otros con respeto y cariño, me cuestiono: ¿quién los educará en un tema tan valioso del cual dependerá gran parte de su felicidad en el futuro? Si, para peor, tantos jóvenes son víctimas del consumo de horas y horas de películas de violencia y de intriga en la pantalla, mal se puede considerar que estén, de algún modo, preparados para llevar adelante una familia estable, armoniosa y equilibrada. ¿La escuela? ¿La sinagoga? Estas suelen cubrir parte de la educación de los niños, en particular en lo que se refiere a su desenvolvimiento intelectual y cultural, pero desafortunadamente no suelen escapar a la generalidad de la sociedad, repitiendo los mismos males que existen afuera. Lamentablemente, todo escenario contraproducente, cuanto más se repite, tanto más "normal" se torna a ojos de la gente.

(La comunidad, no obstante, permite y motiva al individuo a desarrollar gestos de generosidad hacia terceros y esto redunda en transformarlo en una persona más abierta a compartir y convivir, que es uno de los factores decisivos en la pareja).

Sumado a los factores devastadores de la violencia ostensible en muchos niveles y el materialismo e individualismo palpable en todo área, existe un elemento más que dificulta la realización de las parejas y atenta en contra de la estabilidad del matrimonio, aun estando este ya plasmado. Me refiero al desgaste de los afectos que quedan truncados en la adolescencia y en los primeros años de la madurez. Muchas personas han atravesado y siguen pasando por una etapa en la que se enamoran una y otra vez con distintas personas del género opuesto, suponiendo en cada nueva oportunidad que han encontrado "la" persona deseada. En la gran mayoría de los casos, estos "amores" idílicos duran días, semanas o meses... y terminan allí. ¿Qué tiene de malo eso? Entre otras cosas, lo nocivo en lo inmediato sucede cuando una de las dos partes decide que ya no está más enamorada de la otra, y el otro/a debe conceder, (sin tener otra opción "para salvar la cara") que está bien y que "la cosa queda allí". En el plazo posterior, dado que nadie quiere volver a sufrir lo que ya sufrió una vez, el conjunto de todas estas desilusiones por cada vínculo que se rompe, las huellas de cada herida que terminó de cicatrizar, van desgastando la creencia en la estabilidad y firmeza de los potenciales vínculos que se puedan crear. Cuanto más fracasos sufre la persona, menos cree en tener éxito en el futuro. Si, como consecuencia, no se crea confianza total entre la pareja, no podemos entonces hablar de un matrimonio auténtico. Esto es similar a los niños que cambian frecuentemente su escuela, y a quienes, con cada mudanza, se les torna más difícil crear lazos de amistad fuertes con los nuevos compañeros.

Una de las secuelas más recientes de este fenómeno, es la postergación indeterminada del enlace matrimonial de novios que ya se conocen durante años por temores a la falta de compatibilidad (y confianza mutua). Las más de las veces, esta dilación tampoco resuelve aquello que quisiera asegurar, pues la mera demora, no genera más confianza mutua.

Si bien esta no es la única razón por la cual los Sabios determinaron que las actividades mixtas de recreación son perjudiciales para la salud moral de los jóvenes (y de los adultos), bien haríamos en tener en cuenta cuánto daño les estamos causando en el futuro, al enviarlos a campamentos (y escuelas) mixtos de varones y niñas, empujándolos a situaciones que ni ellos, ni nosotros, sabríamos llevar. (Para más detalles de esta ley, puede estudiar el dictamen de Igrot Moshé, Ioré De-á 1:137, 2:104, 3:73 y 75, Even Ha-ezer 3:40)

Esta postura contradice la moda actual y en muchos círculos se la consideraría como una expresión más de "fundamentalismo intolerante". Sin embargo, hay que ser ciego para no ver que la modernidad no sumó, sino que más bien restó, fuerza al matrimonio y a la familia.

La presión del entorno, cuando va en contra de las convicciones de uno, representa uno de los desafíos más importantes que debe enfrentar el ser humano. Si bien por ley somos soberanos en nuestras decisiones morales, muy pocas personas son capaces de hacer uso de aquella libertad. La gran mayoría, desafortunadamente, es esclava del "qué dirán".

En el hogar de mi niñez había colgado un cuadro que leía: "Ve-anojí u-veití na-avod et HaShem" (yo y mi familia serviremos al Creador) (Iehoshúa 24:15). Creo que era costumbre de muchas familias observantes de Alemania exponer un cartel similar.

No sé quién fue el que comenzó a colocar esta inscripción extraída del Tana"j en el muro de su casa, ni cuál fue su intención. Sin embargo, siento que esta declaración gráfica manifiesta públicamente que, por sobre todo, y más allá de lo que considere la "opinión pública", la persona quiere expresar que en su hogar se regirán de acuerdo a los principios de la Torá y no sucumbirá a la mediocridad general.

Cuando somos testigos de un padecimiento generalizado, nadie puede ni debe quedar al margen creyendo que "a mi no me va a tocar", "mis chicos ya son grandes", "yo ya pasé esta etapa". El problema de la creación de hogares y de la armonía conyugal con la consecuente influencia sobre los hijos, es un problema de todos. Espero que esta lectura haya sido útil para esclarecer un tema tan espinoso del cual tanto dependemos.

Rab Daniel Oppenheimer

http://www.tora.org.ar/

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