viernes, 24 de julio de 2009

Parashat Dvarim - 4 de Av 5769 - Shabat Jazon

Una pequeña diferencia

Hay muchas personas que estudian en Tisha BeAv (el ayuno del 9 de Av) las Agadot de la destrucción del Beit HaMikdash (El Templo). A veces, se nos ocurre pensar: ¡Tantos paralelos se pueden encontrarse entre lo que ocurrió en aquel entonces y lo que estamos viviendo hoy en día! Ya sea en el plano moral-social, o casos de corrupción en el gobierno, o en las relaciones entre las personas y en la relación del Pueblo Judío y su D’s. A veces, tal parece que parte de esas Agadot que describen la insensibilidad de la persona para con su prójimo, que pintan con colores negros la célula familiar y la falta de responsabilidad mutua – es como si hubiesen sido escritas para nuestra época. El odio gratuito y las diferencias sociales no nos son extraños, lamentablemente. Nuestro corazón se parte leyendo esas Agadot: ¿Quizás también nosotros nos encontramos – D’s no lo permita – frente a un destino semejante al de los habitantes de Ierushalaim en aquel entonces?

Así es en la vida, los extremos opuestos se parecen mucho. La niñez y la ancianidad, el nacimiento y la muerte, surgen en el mundo a través de los mismos útiles. La sangre del parto nos recuerda la sangre de la muerte, y los dolores de parto son tan difíciles como una agonía. El niño que acaba de nacer, débil y dependiente de su entorno, es semejante a un anciano que se encuentra en su último día sobre la tierra. El principio y el fin se asemejan mucho.

Los acontecimientos que fueron síntoma del principio de la amarga galut (exilio), vuelven a repetirse hoy en día, pero esta vez son señal del principio de la gueulá (Redención): “En la generación en que llega el hijo de David la asamblea se transforma en una casa de vergüenzas, el Galil será desolado y sus habitantes andarán de ciudad en ciudad, sin que nadie se apiade de ellos. La sabiduría de los escribas se adulterará, los temerosos de D’s serán despreciados, el rostro de la generación será como la cara de un perro, y la verdad será escasa… los jóvenes avergonzarán a los sabios, los sabios se pararán frente a los menores, la hija se revelará frente a su madre, la nuera frente a su suegra…” (Derej Eretz Zuta 10).

Todo parece un descalabro moral total, que es una señal de la pérdida de la existencia judía. Muchos pecan en su incapacidad de diferenciar entre un tipo de sangre y otro, entre la sangre del nacimiento y la sangre de la muerte, e inundan al público con apreciaciones equivocadas que siembran la desesperación y el temor, como si nuestros sufrimientos y caídas no tuviesen remedio alguno. Y a pesar de ello, los sabios de Israel - con su aguda capacidad de análisis – nos enseñan que lo que nos parece la sangre de la muerte, es en realidad la sangre del nacimiento, son los sufrimientos que anteceden al Meshiaj (Mesías), y no los suplicios de la agonía. Nuestros problemas, son los problemas de un nuevo comienzo.

“‘Forzando la nariz sale sangre’ (Mishlei 30:33) – todo discípulo cuyo Rav se enoja con él por primera vez y calla, se hace merecedor de diferenciar entre la sangre impura y la sangre pura” (Brajot 63B).

La sangre impura es la sangre que expresa el cesado de la existencia, la pérdida de vida o la imposibilidad de traer vida al mundo. Es muy importante saber identificarla y ser conciente que se trata de una sangre que está relacionada con el cese de la existencia, que aleja a los cónyuges, una sangre que no encierra ninguna esperanza de vida.

La sangre pura, en contraste, es una sangre que anuncia la llegada de la vida – y es una sangre que nos confunde mucho. El que observa las cosas desde un punto de vista común, le parece sangre impura, muy semejante en su apariencia a esa sangre que expresa el fin. Y el que no se hizo merecedor de diferenciar bien entre ellas, puede definirla enseguida como una sangre impura. Ese error de identificación produce un daño enorme, porque se trata de una sangre pura, una sangre de vida, que lo correcto sería definirla como tal para saber que nos encontramos frente a una oportunidad de añadir vida y bendición.

No todo discípulo se hace merecedor de diferenciar entre la sangre pura y la impura, de diferenciar entre la sangre que anuncia una nueva vida y la sangre que cierra los portones de ella. Por la forma parecida de ambas, y por la apariencia amenazante, con facilidad se puede definir todo tipo de sangre como impura. Se necesita una habilidad especial para diferenciar, se necesita una mirada muy aguda para entender que más allá de la sangre surge la vida. Se necesita fe y valentía para decir: ¡Es pura!

La Gmará habla de una persona que será capaz de diferenciar entre los distintos tipos de sangre: “Todo discípulo cuyo Rav se enoja con él por primera vez y calla”. También el enojo – como la sangre – es algo desagradable. No es agradable encontrarse en una situación en la que alguien se enoja, sobre todo cuando el enojo es contra nosotros. Por lo general, una persona cuyo Rav se enoja con él lo interpreta como un ataque personal, como un intento de herirlo – y por ello, enseguida se justifica a sí mismo. Lo que él piensa, es ¿cómo haré para apaciguar el enojo?

El discípulo que es descrito en este caso, reacciona de otra forma. Él es capaz de diferenciar entre un enojo que tiene por objetivo criticarlo e incluso rebajar su valor, y otro tipo de enojo, que proviene del amor de su Rav que desea su éxito. Un enojo que por fuera parece igual a todos los enojos del mundo, pero por dentro está colmado del amor del Rav por su alumno. Él logra entender que el enojo es síntoma de vida.

Ese alumno no se deja impresionar por el aspecto exterior, logra penetrar la capa superficial y descubre que ese enojo nació por su bien. Por ello, él calla, no protesta en contra de su Rav y analiza en lo profundo, intenta corregir su falla. Una persona como esa – promete la Gmará – no se aterrorizará cuando vea la sangre, analizará en profundidad y descubrirá que hay una sangre que es pura – la sangre que anuncia la llegada de la vida.

Esas sangres son una alegoría, cuando en realidad estamos hablando de todos los incidentes nada sencillos que están ocurriendo en nuestra vida: Para el que se fija sólo en el aspecto exterior de las cosas parecen síntomas que anuncian la destrucción cercana, pero los que son capaces de un análisis agudo optimista lograrán ver en ellos destellos de esperanza.

El rey David se define a sí mismo como el que toda su vida se ocupó de intentar definir qué sangre es impura y cual no: "D's, ¿acaso no soy un Jasid (piadoso)? Cuando todos los reyes del oriente y el occidente se sientan agrupados con gran honor, yo ensucio mis manos con la sangre de las placentas y fetos para purificar a las esposas..." (Brajot 4A).

El rey David - de cuyo linaje llegará el Meshiaj – dice que su tarea más importante es identificar la sangre pura, para purificar a las esposas. La capacidad de diferenciar entre lo que parece a primera vista como problemático, pero en realidad es un síntoma de vida, es la capacidad del Meshiaj que redime al mundo.

Bienaventurado es el que sabe diferenciar entre la sangre pura y la sangre impura, entre las dificultades del fin del camino y los síntomas del principio de un camino nuevo. El día de Tisha BeAv de nuestra época no es sólo una expresión de duelo y desesperación, contiene también la esperanza de la gueulá plena que llegará pronto.

Rav Lior Engelmann

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