miércoles, 26 de agosto de 2009

El mes de Elul (XIII).LA PLEGARIA: UNA ESCALERA AL CIELO

El muro occidental en Jerusalem...hombres, mujeres y niños... turístas, jerosolimitanos, sabras. Se mecen de aquí para allá, mientras canturrean las antiguas plegarias de nuestros antepasados. ¿Qué fórmulas especiales contienen sus Libros de Oraciones? ¿Qué significado y fortaleza se encuentra disponible para cada judío a través del rezo? De hecho, ¿por qué orar del todo?


Para el judío, la plegaria es el nexo más cercano que él o ella tienen con Di-s. La plegaria puede alterar el curso de la vida de la persona, acercar más al judío a su Creador, y proveemos de nuestras necesidades y deseos.


La plegaria es un maravillo regalo de Di-s, entregado especialmente al judío y a la nación judía como un todo. Con ella hemos sobrevivido privación y dolor en el curso de los milenios. Cuando la vieja nación Moabita planeó el ataque a los israelitas mientras marchaban por cl desierto, pidieron consejo a la nación de Midián: “¿Cuál es el secreto que se oculta detrás de esta nación y su líder?”, preguntaron. Los Midianitas contestaron, “Su poder radica sólo en la boca (la plegaria)
Una característica importante de la plegaria del judío es su poderoso efecto. En la Biblia se nos cuenta que nuestra Matriarca Leá tenía “ojos débiles”. El Talmud explica que sus ojos estaban débiles y enrojecidos de tanto llorar. ¿La causa de sus lágrimas? Como era una mujer virtuosa, sufría incomparablemente al enterarse de que estaba destinada a casarse con Esaú, su primo. Ella era la hija mayor de Labán, Esaú era el hijo mayor de Rivká, de modo que estaban destinados a casarse. Rajel, la hija más joven, estaba destinada a casarse Iaacov, el hijo más joven.

Esaú era conocido como un ladrón, un asesino y un individuo brusco y tosco, en tanto que Iaacov era una persona justa y piadosa.

¿Qué hizo Leá? Lloró... y rezó. De hecho, el Talmud explica que Leá rezó tan fervientemente a Di-s, que sus ojos se pusieron literalmente débiles de tanto llorar. Ella rogó: “Por favor, no permitas que mi destino sea"

La plegaria nunca es en vano. Por eso, los esfuerzos de Leá fueron premiados debidamente. Sus plegarias fueron respondidas, y ella se casó con el tzadik Iaacov y no con el malvado Esaú. De hecho, Leá se casó con Iaacov incluso antes que su hermana Rajel, quien estaba destinada por el Cielo a ser su esposa.

Además, Leá fue la madre de seis de las Doce Tribus de Israel y se convirtió en una figura principal en la historia de nuestro pueblo.

Uno podría preguntarse: estas historias de la Biblia están bien, pero, ¿cómo se aplican a nosotros, en nuestra época y era moderna?

La respuesta es que la plegaria tiene el poder de sanar en cada generación y para todos los pueblos del mundo. Ayuda al judío no solamente en épocas de dificultad y severa tensión; al examinar sus cualidades de cerca, nos percatamos de las muchas aplicaciones y la naturaleza especial de la plegaria en el judaísmo.

En hebreo, la palabra para ‘plegaria’ es tefiá, derivada de la palabra palel que significa ‘unión’. Rezando, el judío se conecta con Di-s (según el grado de sentimiento del alma y su poder de comunicación). Esos factores determinan la “cercanía” del nexo entre uno y Di-s.

Nuestras acciones mundanas cotidianas, cuando no se hacen con el pensamiento de algún propósito espiritual, a duras penas nutren al alma. Por el otro lado, cuando ésta se acerca a su unión con su fuente, el Creador, experimenta entonces verdadero placer espiritual.

Nuestros Sabios comparan la plegaria con la “escalera de Iaacov” en la Biblia. Pues tal como la escalera se extendía desde la tierra hasta los cielos, así también la plegaria lleva al judío más allá de sus asuntos terrenales y eleva un espacio de su tiempo a empeños más celestiales.

En su más excelso nivel, por supuesto, el alma desea una unión absoluta con Di-s, incluso al grado de abandonar el cuerpo. Se cuenta la historia del Rebe jasídico que cada mañana, antes de sus plegarias, se despedía cariñosamente de su amada esposa y familia, pues temía que su alma ascendiera a las esferas supremas. Contenta de estar allí, ¡bien podría rehusarse a volver a la tierra!

Claramente, el judío término medio no alcanza niveles tan elevados inmediatamente. Comienza escalando hacia arriba desde abajo, abriéndose camino hasta la cima. Lo hace, en primer lugar, meditando acerca del significado literal de las palabras de la plegaria.

Examinando nuestras plegarias diarias, encontramos que consisten de tres elementos:

1) Alabanzas al Todopoderoso
2) Pedidos por nuestras necesidades diarias
3) Agradecimiento por la generosidad de Di-s.

Estos componentes constituyen plegaria del judío.

Pero surgen preguntas: si de hecho el judío cree que todo viene de Di-s, ¿por qué debe pedir por sus necesidades en la plegaria? El Creador ciertamente conoce nuestras necesidades. En segundo lugar, ¿qué beneficio deriva El de nuestra plegaria humana? ¿Cómo pueden nuestras palabras dar a Di-s cualquier medida de satisfacción?

El Talmud afirma que cierto hombre justo concluía siempre sus plegarias con las siguientes palabras:

“Di-s, Tú sabes qué es bueno para mí y mi modo de vida. No he venido a informarte de mis necesidades o para llamar Tu atención a ellas; más bien, para que yo me dé cuenta de cuánto dependo de Ti...”

La respuesta es que Di-s Mismo no requiere de nuestros recordatorios. Más bien, es nuestro deber rezar para que nosotros mismos recordemos a nuestro Creador y cómo todo surge de El.
Si Di-s nos otorgara cada una de nuestras necesidades sin la plegaria, podríamos pronto llegar a creer que nuestras bendiciones de subsistencia, salud y felicidad, son el resultado de nuestros propios esfuerzos humanos. Por lo tanto, rezamos para tornar conciencia de nuestra dependencia de Di-s para nuestro bienestar espiritual y material; pues El es la genuina fuente de todo lo que recibimos en la vida.

La plegaria, tefilá, es como los demás mandamientos en este respecto. No podemos decir que el Creador de toda la vida dependa de nuestro desempeño, de los ceremoniales y rituales judíos. Más bien, los mandamientos, como la plegaria, sirven para beneficiar al judío mismo.

Esta idea arroja luz sobre otro aspecto importante de la plegaria.
Di-s es Omnisapiente y Omnipresente, nada Le falta. Así que no podemos decir que El precise de nuestras alabanzas. Más bien, las palabras de alabanza que recitamos del Sidur sirven para recordar al judío que es Di-s, nuestro Padre y Rey, quien concede nuestros deseos. Tal como un súbdito alaba al Rey antes de formular un pedido, así también el judío inicia la plegaria formal con la alabanza apropiada de Di-s.

Nuestros Sabios enfatizan que la alabanza debe adaptarse al pedido. Así, antes de que pidamos lluvia (que en la tradición judía simboliza el “sustento”) decimos: “Tú, Di-s, eres Aquel que hace que el viento sople y la lluvia caiga”. Antes de hacer nuestro pedido, recordamos fortalecer nuestra fe implicando que Di-s realmente puede conceder aquello que pedimos.

Dejando de lado los momentos y tipos específicos de plegarias (que son aspectos esenciales pero demasiado extensos como para su análisis aquí) el factor principal en la plegaria es kavaná, que significa devoción sincera. Como exhorta el Código Judío de Leyes: “Mejor menos súplicas con kavaná, que muchas sin kavaná”. En otras palabras, Di-s no cuenta el número de páginas que se dieron vuelta, sino la intención de uno en la plegaria. Como declara el Talmud: “Di-s desea el corazón”.

Hay una historia que ilustra la importahcia de la kavaná. Cierta vez, un hijo de Rabí lehudá Arié Leib de Gur se puso muy enfermo. Su hermano fue inmediatamente enviado a ver al tzadik Rabí lejíel Meir de Gotstynin, para pedir que intercediera en el Cielo por el muchacho. Dijo Reb lejíel Meir: “Obligar al Rebe de Gur a recitar todo el libro de Salmos es difícil. Pero al menos diez Salmos debería leer”. Cuando Reb lehudá Arié Leib recibió este mensaje, exclamó: “¡Diez Salmos! Cuando leo un único Salmo, mi cabeza literalmente comienza a dolerme (por la intensa devoción y concentración). ¿¡Y él dice ‘Diez’!?”

La importancia de kavaná no pretende servir jamás de excusa como para atenuar el orden apropiado de nuestras plegarias. El concepto es, más bien, rezar con sentimiento, en lugar de hacerlo de una manera mecánica y superficial. “No hagas de tu plegaria una rutina fija”, dice la Etica de Nuestros Padres.

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