lunes, 17 de agosto de 2009

Matrimonios mixtos (II): ¿Hasta Dónde Apoyar un Matrimonio Mixto?

Entre los judíos no existe palabra alguna cercana a shmad (renegado) que evoque más horror que el casamiento mixto (entendiendo por ello un casamiento con un no-judío o fuera del judaísmo).

Hasta los judíos que se resignaron a una comida taref o a un cigarrillo en Shabat todavía se estremecen doloridos al enterarse de que su hijo decidió casarse con un no-judío. ¿Hasta qué punto semejante actitud puede justificarse y apoyarse en esta época?

Aunque resulta difícil obtener estadísticas confiables, el porcentaje estimado de casamientos mixtos -que varía de un 15% a un 50%, o más en distintas comunidades- ha alcanzado ciertamente proporciones desastrosas. Según una investigación reciente en los Estados Unidos, aproximadamente un 70% de todos los niños nacidos de matrimonios mixtos no son educados del todo como judíos.

Incluso del restante 30% muy pocos, de hecho, tienen posibilidades de crecer corno judíos comprometidos. Puesto que los muchachos judíos son doblemente más propensos que las mujeres judías a casarse fuera del judaísmo, dos tercios de los hijos resultantes no son ni siquiera legalmente judíos (ya que asumen la condición de la madre).

Con la natalidad judía anormalmente baja, apenas suficiente para mantenerla población judía existente, el efecto acumulativo de los casamientos mixtos entre los judíos de todo el mundo después de una o dos generaciones tiene tendencia, por consiguiente, a producir pérdidas comparables con la exterminación de un tercio de nuestro pueblo en el Holocausto Nazi. Esa es la medida puramente demográfica de este problema calamitoso.

Que este proceso de agotamiento sea infinitamente menos dramático que la matanza masiva de seis millones de judíos solamente agrava la situación. Cuando se pierden judíos a través de las oficinas del registro civil, en lugar de las cámaras de gas, nadie llora, protesta ni hace una manifestación.

No hay enemigo que sacuda a los defensores a actuar y no hay explosión de angustia que despierte la conciencia de los sobrevivientes. El peor cáncer es el que no duele, ignorante de las señales de peligro, el paciente ni siquiera acudirá al médico para tratarse hasta que sea demasiado tarde. El casamiento mixto es un azote como éste. Roe casi imperceptiblemente las partes vitales de la existencia judía sin dar la alarma para inducir a nuestro pueblo a buscar drásticos tratamientos terapéuticos y profilácticos.

En el pasado, tres factores -aparte de la protección de una natalidad más elevada que más que compensar las pérdidas las mantenía- se combinaban para contener el flujo de casamientos mixtos: una comprensión y amor intensos hacia el judaísmo, el freno de la deshonra pública y un clima social generalmente desfavorable para los matrimonios mixtos.

En la actualidad, ninguno de estos factores funciona eficazmente y su restablecimiento o reemplazo merece una cuidadosa consideración para descubrir hasta qué punto pueden aplicarse a la luz de la condición imperante de la vida judía. Cuando un joven está al borde-de la tentación -atraído por el encanto de una muchacha no-judía que pretende su corazón- obviamente, la protección principal y más fuerte es un amor apasionado por el judaísmo Puede imponerse en la pelea consiguiente dentro de si mismo solamente cuando el amor por su fe y su pueblo resulta el más fértil de las dos atracciones en el momento crítico de la decisión. convicciones judías tendrían que ser sólidas y convincentes para que rechace, sobre bases puramente religiosas, la vida en común con una joven hacia la que se siente intensamente atraído.

En la actualidad, muy pocos jóvenes, hombres y mujeres, están equipados para dominar semejante crisis. Puesto que la educación judía generalmente se atrofia en un nivel juvenil cuando llegan a los trece años, no es de sorprender que alguna muchacha no-judía conocida en un baile o en un cate provoque una atracción más fuerte que el insignificante vinculo que poseen con el judaísmo. El hebreo clásico usa significativamente la misma palabra yacía para "saber o conocer" y para "amar".

Uno sólo puede amar lo que conoce y lo que es desconocido, extraño o remoto no se puede querer apreciar Un amor duradero por el judaísmo sólo puede provenir de un profundo conocimiento de éste y en ausencia del mismo, el seguro básico contra el casamiento mixto queda cancelado. Una educación judía intensiva, por lo tanto, es claramente la primera necesidad para una leal generación de judíos. Por supuesto, la educación judía abarca más que el mero abstracto Es un proceso de toda la vida que comienza en la mas temprana niñez e incluye, sobre todo, la constante experiencia de vida judía Un hogar judío alegre y devoto, fundado en la estricta observancia de las leyes de Kashruí, es el agente más potente con el casamiento mixto.

Al restringir la propia alimentación a hogares y establecimientos que sólo sirven comida Kasher, es muy probable que uno evite relaciones sociales íntimas que conducen al matrimonio mixto. El esplendor del Shabat judío y el cumplimiento inteligente de las leyes de la vida familiar judía producen la clase de actitud y compromiso que aseguran que un joven ni siquiera contemple la posibilidad de encontrar a su compañera de vida fuera de las filas de su fe y de su pueblo.

La batalla contra el casamiento mixto no comienza a los dieciséis o diecisiete años cuando los jóvenes empiezan a "salir con alguien" seriamente. Para entonces la batalla ya está ganada o perdida. Comienza por lo menos diez años antes, si no es que ocurre a una edad más temprana. Una pequeña anécdota puede ilustrar este punto: Una vez, un joven estaba parado en la plataforma de la estación esperando el tren. -¿Me podría decir la hora, por favor? - le preguntó a otro viajero que estaba a su lado. No hubo respuesta. Volvió a preguntar sólo para ser ignorado.

Impaciente, reprendió al hombre mayor: -Si no tiene reloj, podría al menos decírmelo de forma civilizada. El otro hombre contestó: -Tengo reloj y podría haberle dicho la hora. Pero si lo hubiera hecho me habría agradecido y al subir al tren se habría sentado a mi lado y habría entablado una conversación conmigo. Antes de que terminara el viaje, habría sabido dónde vivo.

Habría venido a visitarme un día, se habría enterado de que tengo una hija atractiva y finalmente le habría propuesto casamiento. ¡No quiero un yerno que ni siquiera tiene un reloj! Si uno quiere prevenir un matrimonio incorrecto, uno no puede esperar hasta que el tren haya llegado. Uno debe prever la secuencia de eventos mientras todavía espera el tren -antes de que el viaje haya comenzado.

Según el Talmud, los matrimonios se deciden en el Cielo cuarenta días antes de que un bebé se forme. Es seguro de que en la Tierra los casamientos se hacen o deshacen aproximadamente en este período y se determinan por medio de la actitud y formas de vida que tienen los padres antes de que nazca el bebé. La segunda barrera para el casamiento mixto, ahora también ampliamente rota, era el horror que evocaba en la comunidad judía. La misma frecuencia con la que actualmente suceden los matrimonios mixtos ha viciado este freno.

La timidez y la vergüenza -en un tiempo, virtudes fomentadas particularmente entre los judíos como protección contra el vicio- escasean del todo en esta época de desvergüenza. Puede ser difícil recrear el sentido comunal de escándalo que con frecuencia ayudaba a rescatar a aquéllos que podían flaquear, demasiado débiles para resistir a través de sus propios medios personales de fuerza de voluntad y autodisciplina. Pero es en la comunidad en quien recae la responsabilidad de luchar por su propia supervivencia y de asegurarla por cualquier medio al no poder afectar a la libertad de conciencia de los individuos.

Pero esta libertad no restringe el derecho y el deber de la comunidad de insistir en la reciprocidad de sus relaciones con sus miembros. Pertenecer a la comunidad, disfrutar de sus privilegios y honores es el derecho de nacimiento de todo judío A su vez, éste debe asumir su obligación con la comunidad y aceptar ciertas responsabilidades. Con un matrimonio mixto se renuncia a estas responsabilidades y por lo tanto ya no existe ningún reclamo de los honores y privilegios de la comunidad Al negarlos, la comunidad recurre a sanciones con el propósito de evitar que se dé por sentado la ruptura de la fe y que los honores públicos se concedan a cambio de la deshonra y del daño público.

Una comunidad bajo semejante presión se encuentra, además, bajo la obligación especial de asegurar que las sociedades, clubes y actividades organizadas bajo sus auspicios y apoyadas para servir a los intereses judíos no promuevan y ni siquiera permitan la clase de miembros mixtos que lejos de detener la ola de casamientos mixtos la fomentan.

El dilema obvio que implica recomendar dicha política en estos días se puede considerar al tratar la tercera barrera tradicional: la objeción no-judía al matrimonio mixto que, además, ahora ha llegado a todo menos a desaparecer. No hace mucho tiempo, generalmente se aceptaba que los grupos religiosos se mantuvieran juntos, y deberían hacerlo sin incurrir en la desaprobación de los reformadores sociales ni de la opinión popular. Dicha cohesión sectaria se consideraba tan natural y apropiada como la exclusividad de los vínculos familiares -la relación entre marido y mujer o padres e hijos- .

En la actualidad, esta restricción se califica frecuentemente como gueto. En nuestra moralmente permisiva y étnicamente sociedad igualitaria se hace cada vez más difícil oponerse al movimiento común hacia la imprecisión de todas las diferencias y distinciones humanas. Estas tendencias actuales plantean un doble desafío al pueblo judío: cómo mantener su identidad como pequeña minoría que nada contra una poderosa corriente y cómo apoyar las particularidades religiosas y así arriesgarse al antagonismo popular, si no a la hostilidad. Ambos desafíos requerirán sacrificio y valentía de un orden superior.

Exigen un desafío a la conformidad y nada es más difícil en esta época de conformidad que desafiara. El período de post-Emancipación nos ha enseñado que la supervivencia judía no es más fácil, y por cierto no es más segura, en condiciones de libertad que bajo la persecución. De hecho, aunque el pueblo judío haya demostrado la capacidad de sobrevivir a la opresión, todavía tiene que probar que es capaz de sobrevivir a !a libertad y a la igualdad.

Lo que ahora nos hace falta es una nueva clase de martirio, no un martirio para morir por el judaísmo sino, posiblemente más difícil aún, para vivir por el judaísmo a costa de la impopularidad y del riesgo del rechazo. Entregar voluntariamente un poco del beneficio de la aceptación social ganado a duras penas requiere la forma más elevada del idealismo.

El apoyo comunitario de los principios para enfrentar los estragos del casamiento mixto exigirá, sin duda, un precio semejante. Pero no es más alto que el precio que las comunidades judías de la Diáspora tendrán que pagar para estar preparadas para identificarse a sí mismas con el pueblo judío, aún a riesgo de incurrir en el cargo de "doble lealtad" y otras dificultades graves. Al final, sin embargo, la elección de casarse dentro o fuera de la fe es una decisión muy personal, poco influenciada por los principios y actitudes de la comunidad. El verdadero argumento por vencer es: "Mientras seamos felices juntos..."

Es poco provechoso contestar a semejante filosofía de vida con estadísticas. La experiencia puede demostrar, como de hecho lo hace, que el número de fracasos y divorcios matrimoniales es dos veces mayor en los matrimonios mixtos, así como en las uniones endogámicas. Los estudios sociológicos también pueden mostrar que los niños educados en una tierra de nadie espiritual son más propensos que otros a terminar en dificultades y en la miseria.

Pero ninguna pareja joven en el apogeo del amor piensa, o ni siquiera teme, que el suyo estará entre los matrimonios que se topará con el desastre o que sus hijos se convertirán en inadaptados. Los jóvenes no creen que irán a parar del lado desfavorable de las estadísticas más de lo que lo creen los fumadores incurables. El número de víctimas quizás sea mucho mayor, pero el amor es una adicción aún más irresistible que el fumar.

La respuesta, por lo tanto, tendrá que encontrarse en otra parte. Mientras nuestros hijos e hijas sean educados para creer en la perniciosa doctrina de que todo lo que importa en la vida es ser feliz, pasar ''un buen momento" -más que hacer que el momento sea bueno - es seguro que crecerán como parásitos sociales sin hacer ningún bien a la sociedad o, a la larga, a sí mismos. La felicidad, como el honor, según dicen nuestros Sabios, escapa de aquéllos que la persiguen y persigue a aquéllos que huyen de ella. Se debe enseñar a nuestros hijos, si van a ser educados como ciudadanos serios y útiles, que no nacimos simplemente para divertirnos.

La vida es demasiado preciosa para eso. Además, es demasiado sagrada para que sea prostituida por cualquier vicio que se disfraza de virtud convirtiendo la búsqueda de la felicidad en un ideal, creyendo que la fórmula egoísta "mientras los haga felices" puede legitimar y justificar toda violación del orden social y moral. Algunas personas son felices engañando -traicionando la confianza de su prójimo, algunas cometiendo adulterio- traicionando su matrimonio; y otras casándose fuera de su fe- traicionando a su pueblo.

Solamente en una sociedad perversa los caprichos de la felicidad personal determinan las normas de lo que está bien y de lo que está mal y solamente los padres más irresponsables le dicen a sus hijos que se comporten de acuerdo con lo que los haga felices. Para los judíos esta noción es particularmente detestable. El culto a la felicidad podría haberle ahorrado al pueblo judío dos mil años de agonía. Los judíos podrían haber sido tan felices como cualquiera con sólo pedirlo. Todo lo que tenían que hacer para terminar con el sufrimiento y el martirio era renunciar a su compromiso religioso, traicionar su fe.

Pero el pensamiento de adquirir la felicidad a costa de sus ideales nunca se les ocurrió. Los judíos simplemente no fueron educados para pensar de esta forma. Dieron por sentado que la vida cumplía un propósito más elevado que el simple hecho de divertirse, y soportaron alegremente penurias y persecuciones por principios que hacían que la vida, e incluso la muerte, valiera la pena. Y porque no persiguieron la felicidad, al final, ésta los persiguió. Con todo el sufrimiento que padecían, los judíos fueron probablemente el pueblo más feliz de la sociedad occidental.

Dentro de sus hogares, encontraron una amplia compensación por el sufrimiento exterior. Animados por el Shabat y las festividades y regocijados en ei placer de los armoniosos vínculos familiares, sin pensar en ningún vacío de generación y amargados rara vez por un divorcio o infidelidad, su vida doméstica y estabilidad se convirtieron incluso en la envidia de sus opresores.

A pesar de sus osadia, los judíos amaban la vida más apasionadamente, se aferraban a la vida más tenazmente y lloraban al muerto con más pena que cualquier otra persona. La vida judía por muy severa que fuera externamente era infinitamente preciada, hermosa y llena de alegría.

Sólo cuando los jóvenes judíos están preparados y en condiciones para apreciar un enfoque similar -utilizando la ley por encima del amor y ei servicio por encima del egoísmo- ellos y su pueblo pueden anticipar recompensas similares de una vida con sentido combinada con la verdadera felicidad.

Extraído del libro "Identidad Judia", del Dr. I. Jakoboviís, Rabino principal del Commonwealth Británico.

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