martes, 1 de septiembre de 2009

La Teshuvá (III).Culpa y Teshuvá



La culpa es una sensación importante que puede funcionar bien o mal. Cuando la culpa funciona adecuadamente, es constructiva. De lo contrario, puede ser muy destructivo, y en lo que se refiere a la autoestima, la culpa puede corroer seriamente el sentimiento de valía, tan esencial para ella.

La culpa sana, al igual que el dolor físico, es una señal de advertencia de que existe una amenaza, algo peligroso que le está ocurriendo a la persona, o de que ya ha sucedido algo que necesita ser corregido. La culpa es a la conducta inadecuada lo que el dolor a la lesión fisica. Si no hay dolor físico, la persona puede estar en contacto directo con el fuego o con un instrumento filoso sin darse cuenta, siquiera, de que está siendo lesionada. Similarmente, la culpa es un sentimiento penoso que evita que la gente viole sus propios valores o sirve como indicador de que uno ha transgredido un valor y necesita hacer algo para que el sistema recupere su funcionamiento adecuado.

Consideraremos esta clase de culpa como una "culpa sana", normal y apropiada, que cumple una función muy útil. También existe otra clase de culpa que es patológica y puede ser comprendida por comparación con el dolor físico.

Existe un fenómeno de "dolor crónico de etiología indeterminada", un malestar severo y persistente sin ninguna causa fisica detestable. Este dolor persistente frustra tanto a los médicos como a los pacientes, puesto que es lastimosamente poco lo que se puede hacer para aliviarlo. Innumerables pacientes que sufren de dolor crónico se convierten en víctimas de la adicción a los narcóticos como resultado de la acción de los médicos que tratan de mitigar un dolor carente de causa evidente. Cuando este tipo de dolor persiste es que algo está descaminado en el sistema, que envía señales de peligro cuando éste no existe.

Cuando la culpa está relacionada con una conducta impropia, ya se trate de una culpa anticipada antes de la acción o de remordimiento posterior, es constructiva. Cuando la culpa se produce sin una causa justificada, o cuando persiste después de haber sido hechas las rectificaciones adecuadas, entonces es muy destructivo. Así como la persona que sufre de dolor crónico busca alivio en cualquier fuente, del mismo modo la persona agobiada por una culpa crónica intentará huir de su malestar en una de varias formas inadecuadas.

Veamos, primero, el remordimiento sano. El punto de vista de la Torá es registrado y repetido muchas veces en las plegarias de Iom Kipur. D-s sabe que los hombres son capaces de obrar mal. Por lo tanto, brindó la idea de teshuvá (arrepentimiento), con métodos de reparación que pueden anular la mala acción. La teshuvá exige no sólo el reconocimiento de que uno ha actuado incorrectamente y un sincero pesar por el error cometido, sino también una acción que asegure que no volverá a repetirse. Análogamente, si estalla un incendio en la casa de una persona debido a la instalación eléctrica defectuosa, ella no se satisfará solo con extinguir el fuego. Antes bien investigará la causa y cuando descubra la instalación eléctrica defectuosa la hará arreglar a fin de prevenir un nuevo incendio. Esto es, precisamente, lo que requiere la verdadera teshuvá: un examen completo del propio carácter a fin de descubrir qué fue lo que permitió que se cometiese la transgresión, para después efectuar los cambios necesarios con el objeto de evitar la repetición del delito cometido. Por más loable que sea el remordimiento, no es suficiente para la teshuvá, como no lo es el acto de lamentar, simplemente, que ocurra un incendio para evitar que se repita.

Es necesario tomar conciencia de que los actos censurables no se efectúan en el vacío. Hay cosas que le son tan aborrecibles y extrañas a una persona, que nunca las llegará a hacer. Por ende, si hemos violado los valores de la Torá, debemos darnos cuenta de que eso ha ocurrido debido a que ese acto no nos era lo suficientemente repulsivo, ni le era suficientemente ajeno a nuestro carácter. Las distintas obras autorizadas sobre teshuvá refieren, esencialmente, los distintos pasos que una persona debe dar para comprender cómo es que ha llegado a pecar, y qué debe hacer para provocar los cambios necesarios en su carácter. El efectuar tales cambios constituye la teshuvá sh-leimá, la expiación total. La persona se convierte, entonces, en una b-riá jadashá, una persona creada de nuevo, dado que no es más la misma que ha cometido el pecado.

Una vez que se ha verificado una teshuvá satisfactoria, la posterior reflexión acerca del pecado cometido es contraproducente. Asimismo, la preocupación continua por la transgresión efectuada resulta deprimente. Al respecto uno debe confiar en que D-s ha aceptado la teshuvá y estar preparado para seguir adelante con tareas positivas. El regocijo, tan esencial en el culto a D-s, se extinguirá si uno continúa rumiando los pecados del pasado.

El gran rabí de Kotzk dijo: "A pesar de lo que uno piensa vehementemente de un pecado o de que se hiera por él con gran remordimiento, el hecho es que en cualquier caso la mente se ocupa del pecado. La transgresión es como el cieno, e independientemente de cómo uno lo considere, permanecerá enlodado". El profeta dijo: "¡Ya ha sido quitada la iniquidad y está perdonado tu pecado!" (Ieshaiahu VI, 7). Después de que la verdadera teshuvá fue efectuada, debemos creer en las palabras del profeta y proseguir el trabajo que tenemos por delante. Generalmente damos por sentado que el iétzer hará (el tentador) trata de dirigirnos por el mal camino, incitándonos a cometer actos prohibidos. Esto no es verdad. La función del iétzer hará es destruirnos y le resulta indiferente la forma en que esto se realice. Puede, por cierto, paralizamos por medio de la depresión que agota nuestras energías, de modo que no podamos alcanzar nuestros objetivos en la vida, y esto representa una conquista para él. Puede ser tan engañoso como para envolverse en un manto de piedad, como si tratara de ayudarnos a hacer teshuvá. Entonces intentará que rumiemos nuestros errores pasados y estemos tan afligidos y descorazonados, que no podamos actuar de un modo constructivo. Debemos ser tan precavidos con estas maquinaciones del iétzer hará como con aquellas que nos son más conocidas. "¿Cómo puedes emprender el cumplimiento de mitzvot", pregunta el iétzer hará, "cuando estás tan lleno de pecados sin retomo? Piensas, acaso, que D-s está mínimamente interesado en tu estudio de la Torá o en tu observancia de las mitzvot, cuando eres tan corrupto? Antes debes hacer una teshuvá sincera y recién después podrás acercarte a la Torá y las mitzvot" De este modo puede impedirle a uno actuar en forma constructiva, disimulando su malvada intención bajo una máscara de moralidad.

El rebe de Porisov aconsejaba que se evitase todo diálogo con el iétzer hará, e ilustraba esto con el relato de un borrachín que le solicitó al cantinero otro trago, sin tener dinero para pagarlo. "De todas maneras te debo diez copas", dijo el borrachín" "Que sean once, pues. ¿Cuál es la diferencia?" El cantinero, queriendo desembarazarse del beodo, le dijo: "Olvídalo, no me debes nada. Pero ahora, ¡vete de aquí!" .

En ocasiones, el Iétzer hará utiliza el argumento siguiente: "Has cometido ya tantos pecados. ¿Por qué hacer tanta alharaca por esta nueva transgresión?" En este caso uno debe responder: "He hecho teshuvá por todos mis errores pasados. Ya no existen más. Por lo tanto, mis manos están limpias, de modo que vete y déjame en paz". Es propio del iétzer hará sacar partido del cuestionamiento de la validez de tu teshuvá y hacerte creer que sigues estando, de alguna manera, comprometido con él. En ningún otro lugar se expone un concepto tan amplio de la transformación generada por la teshuvá. El Talmud establece que si un hombre celebra un contrato de matrimonio que estipula que se concretará a condición de que sea un perfecto tzadik (persona virtuosa), entonces aún cuándo esa persona fuera conocida como un rashá (malvado) declarado, un pecador de la peor especie, el matrimonio debe ser considerado como posiblemente válido, puesto que puede haber tenido la intención de arrepentirse y expiar sus culpas. Observa: aún la sola intención de teshuvá puede ser tan efectiva que hasta una persona que ha desafiado totalmente a D-s y ha sido desconsiderada con sus semejantes, ¡puede transformarse inmediatamente en un perfecto tzadik!

La Torá no permite desesperar de uno mismo, pues hace caso omiso de lo que alguien pudo haber hecho en el pasado. Una tradición de prístina belleza refuerza esta actitud. Se dice que el Baal Shem Tov instituyó la práctica de servir "farfl-tzimes" (un plato secundario de cebada tostada) en la cena sabática (la del viernes por la noche) a fin de subrayar que así como la semana llega a su fin, de la misma manera debemos aceptar que todo el pasado es "farfaln" (está perdido), de modo que podemos comenzar la nueva semana aliviados de la carga de los errores cometidos anteriormente.

Puesto que la autoestima se basa en la toma de conciencia de que "puedo hacerlo" antes de que "lo he hecho, uno puede elevarse por la perspectiva de lo que está en condiciones de realizar en el futuro, haciendo caso omiso de cuán negligente ha sido en el pasado.

Hay un ingrediente crítico en la teshuvá que está implícito en el misterioso aserto talmúdico: "El término ahora se refiere a la teshuvá" (Bereishit Rabá). Obviamente, no puede haber teshuvá sin que uno reconozca que ha obrado mal. Sin embargo, el reconocimiento inmediato de un error es muy importante.

Existe una tendencia natural a negar que lo que uno ha hecho estuvo errado, y a tratar de justificar las propias acciones de varias maneras. Esto es un grave error no solo en la práctica de la Torá sino en cualquier aspecto de la vida. Haríamos bien en seguir este consejo: "Nunca defiendas un error". Los intentos de justificar un acto erróneo pueden conducir no sólo a racionalizaciones complejas que son consideradas evidentemente falsas por todos, menos por nosotros, sino que también pueden generar mentiras y otras transgresiones. Cuanto más racionalizamos nuestra conducta, tanto más nos inclinamos a creer, realmente, que hicimos lo correcto, y aún cuando después reconozcamos o admitamos nuestro error, los juicios distorsionados provocados por nuestras racionalizaciones no serán erradicados fácilmente. El momento más valioso para la teshuvá es, pues, "ahora". La rapidez del reconocimiento de un error es esencial.

(selección extraída del libro "Hagamos un hombre, por Abraham Twersky © Edit. Yehuda)

http://www.tora.org.ar/

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