viernes, 27 de agosto de 2010

Dos pequeñas historias sobre Shabat


1.Palabras que salen del corazón entran al corazón

Con el estallido de la revolución bolchevique en Rusia, en el otoño de 1917, llegaron días difíciles para las comunidades judías de Europa oriental. Y las que más sufrieron fueron las célebres y prestigiosas Instituciones de Torá, cuyos alumnos estaban hambrientos de pan, literalmente.

Una noche de Shabat de aquel año, el Tzadik Rabí Israel Meir de Radin, autor del Jafetz Jaim, se encontró con el Comisario local, Archik, un ex alumno de la Ieshivá que lo conocía muy bien.

—Shabat shalom umeboraj —saludó el Rabí a Archik al pasar ante él.

—Para mí, el Shabat es como todos los otros días —respondió Archik con cínica soberbia.

—¡Qué así sea! —replicó el Jafetz Jaim con el semblante iluminado, tan usual en él. ¡Todos los días son de Hashem!

El Tzadik comenzó a conversar con Archik sobre un tema y otro, hasta que repentinamente le propuso:

—¿Quizás quieras escuchar una palabra de Torá?

—¡Sólo eso me falta! —replicó Archik con soma—. La Torá y yo estamos tan distantes como un día del otro, como el este del oeste.

El Jafetz Jaim, lejos de resignarse, le sugirió:

—¿Quizás, de todos modos, quieras escuchar algún breve concepto?

—Está bien —aceptó Archik, en salvaguarda del honor de su ex maestro.

—Leemos en el relato de la creación —dijo entonces el Jafetz Jaim, tomando la solapa de su interlocutor y mirándolo directo a los ojos— que Hashem plantó un Jardín en el Edén e hizo brotar el Árbol de la Vida en el medio del Jardín [Gén. 2:9]. Surge el interrogante: ¿Por qué Hashem ubicó este árbol en el medio del jardín, y no en uno de sus laterales? Respuesta: Para permitir a todos por igual un fácil y rápido acceso al Árbol de la Vida, cada uno conforme a su capacidad y posibilidades. Unos llegan a él merced al estudio de la Torá con perseverancia. Otros llegan a la meta por medio de la cualidad de la reverencia al Cielo. Y una buena persona como tú llega al Árbol de la Vida por medio de actos de bien.

“Debes saber que cientos de alumnos de la Ieshivá en nuestra ciudad —acotó el Jafetz Jaim como de paso— están muriendo de hambre, realmente. Tú puedes ganarte todo tu mundo tan sólo entregando a estos queridos muchachos alimentos para sobrevivir.

El Jafetz Jaim se alejó de Archik, que parecía perplejo y ensimismado en sus pensamientos a la luz de las palabras que escuchara del Rabino, su maestro de antaño.

Al día siguiente, al atardecer, llegó a la puerta de la Ieshivá un carro cargado de bolsas de harina y provisiones varias, absolutamente gratis, para los alumnos.

2.¿Cómo evitó el Rab de Loz la profanación pública del Shabat?

Rabí Eliahu Jaim Maizel supo ser uno de los destacados Rabinos de Polonia, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En su vejez ejerció el cargo de Rabino de la ciudad de Lodz, al oeste de Polonia. Entre otras virtudes, cobró fama por su vehemente preocupación por los menesterosos del lugar y por la entrega incondicional que revelara en pos de la observancia del Shabat en esa gran ciudad, donde residían numerosos judíos. Rabí Eliahu Jaim logró sellar todas las grietas que se habían producido en torno al acatamiento del Shabat. Durante el tiempo que estuvo a cargo del Rabinato de Lodz, ningún judío tuvo la osadía de abrir su comercio o local de servicios en aquel sagrado día. Ninguno, excepto uno...

Cierta vez le contaron a Rabí Eliahu Jaim que un judío comenzó a abrir su comercio en Shabat. El anciano Rabino empalideció levemente, pero guardó silencio. No obstante, al Shabat siguiente, en las tempranas horas de la mañana envió a avisar a la Casa de Estudios que no lo esperaran para la plegaria. El Rabino salió de casa envuelto en su Talit (manto de plegarias), hacia el comercio del trasgresor que comenzó a violar el Shabat públicamente. Al llegar, solicitó una silla a un vecino y se sentó a la puerta del local en cuestión, mientras leía un libro que tenía consigo.

Al rato llegó el dueño, que intimidado por la presencia del Rabino se abstuvo de abrir su comercio. El hombre pensó que seguramente por allí cerca se celebraría un brit milá (ceremonia de circuncisión), donde el Rabino oficiaría como sandak (la persona que sostiene al bebé durante la ceremonia), y que a su finalización, cuando aquél retornara a su casa, él podría abrir la tienda.

Sin embargo, las horas pasaban y el Rabino ni se inmutaba. El hombre comenzó a indagar qué podía haber motivado a Rabí Maizel a ir desde su casa a sentarse allí, a la puerta de su tienda. Y así, a medida que el tiempo transcurría, el hombre se iba figurando en su mente, de manera más cada vez más nítida, el motivo de la intrigante presencia.

El Rabino era aceptado y querido por todos los judíos de la ciudad, e incluso los más renegados lo honraban. Esto explica por qué el comerciante no pudo soportar más el sufrimiento del anciano Rabino, sentado allí durante horas sin haber probado bocado. Y le propuso:

—Por favor, Rabino, vaya a su casa a comer algo —le sugirió el hombre en tono un tanto vacilante—. Le prometo por lo más querido y sagrado para mí, que de ahora en más mi comercio permanecerá estrictamente cerrado en Shabat.

Rabí Eliahu Jaim no respondió nada. Tan sólo le dirigió una mirada de agradecimiento y comenzó a marchar lentamente de vuelta a su hogar.

Y en efecto, el comerciante cumplió su promesa al Rabino. Y a partir de ese Shabat, su comercio permaneció cerrado todos los Shabat, tal como procedía la totalidad de los judíos de Lodz en aquellos días.

Durante mucho tiempo, el caso de Rabí Maizel fue motivo de conversación entre la gente de Lodz.

Extraído de El Midrash. Editorial Keter Torá


No hay comentarios:

Publicar un comentario