miércoles, 23 de marzo de 2011

LA CARIDAD POR UN LADO, Y LOS NEGOCIOS POR OTRO


En la casa de Rabí Zusia M´Anipoli reinó siempre la pobreza y la carencia de lo mas esencial para vivir. Los que allí habitaban, hacia mucho que no veían una ropa nueva. Mujer al fin, la Rabanit encontró la manera de estrenar vestido: consiguió una tela, y se la llevó al sastre de la ciudad, a quien le iba a pagar con sus ahorros de varios años.

Después del tiempo estipulado, la Rabanit regresó a la casa del sastre a retirar el vestido, y percibe que de los ojos del modisto brotaban lágrimas.

-¿Por qué llora? ¿Lo puedo ayudar? – le preguntó la mujer.

El sastre le contó lo sucedido:

Mi hija se comprometió días atrás. Ayer llegaron los parientes del novio a esta casa y vieron que yo estaba preparando un vestido nuevo. Creyeron que era para mi hija. Pero ellos no saben que yo no tengo dinero ni para comprar la tela. Cuando sepan que el vestido no es mío, tendremos problemas, porque yo no pude aportar ni siquiera un vestido decente para mi hija. Y ella… -los sollozos lo interrumpieron – sufrirá mucho… Hasta se puede decir que todo el compromiso peligraría…

-No se preocupe dijo la Rabanit-. El vestido realmente es de su hija. Quédese con él y… ¡Mazal Tob!

-¿Y dónde está tu nuevo vestido? – le preguntó Rab Zusia a su esposa, que la vio venir de la casa del sastre con las manos vacías.

La mujer le relató a su marido lo que pasó.

-Ah, muy bien. Te felicito- le dijo Rab Zusia-. Y dime… ¿Le pagaste al sastre por su trabajo?

-Pero… ¡Si le di toda la ropa como regalo!

El pobre sastre- le explicaba Rab Zusia a su esposa-, trabajó días y noches para satisfacer tu pedido, no para hacer lo que su hija le pidió. Ansioso estuvo todos estos días, esperando recibir el pago de su esfuerzo, con el cual seguramente alimentará a su necesitada familia. Ahora, es cierto se quedó con la ropa, pero ¿Por qué el sastre tiene que quedarse sin cobrar por lo que hizo? ¿Por qué a ti se te ocurrió regalarle el vestido a su hija…?

La Rabanit captó el mensaje y, además del preciado regalo que le dejó, regresó a la casa del sastre para pagarle…

(Ma-asehem Shel Tzadikim II 372)

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