viernes, 4 de marzo de 2011

TORA (V)


Metzuvé Veosé - El Que Está Obligado y Hace

Escribe Rabí Moshé Jaim Luzzato (el RaMJaL, 1707 - 1746) en su libro "Daat Tebunot" (cap. 138):

"…antes de la entrega de la Torá, los hijos de Israel estaban preparados para servir a D'os y también cumplían algunas mitzvot sin que D'os las haya ordenado…, sin embargo, solamente sus acciones recibieron una fuerza espiritual determinada de manos del Creador, en el momento que recibieron la Torá en el Monte Sinai. ¿Qué es esta fuerza espiritual en el servicio a D'os? Es la diferencia que existe entre quien está obligado a hacer una mitzvá y la hace, y quien noestá obligado a hacer ese precepto y de todas maneras lo hace. Pues el que está obligado a realizar aquel precepto tiene el poder en su mano - entregado por D'os - para letakén (rectificar, corregir) mediante sus acciones todo lo que necesite ser "arreglado" en el mundo, a diferencia de quien no ha recibido aquella orden".

Una misma acción hecha por dos personas distintas o incluso por la misma persona en distintos momentos de su vida (antes de ser bar mitzvá y después de serlo), pueden parecer similares exteriormente, sin embargo, en la internalidad del precepto hay una gran diferencia entre ellas. Si un niño judío menor de trece años o un no judío se ponen los tefilín (filacterias), su acción no será más que el hecho de ponerse unas tiras de cuero con pergaminos escritos en la cabeza y en el brazo, pero cuando un judío mayor de edad se los pone, está cumpliendo con la mitzvá y todo lo que ella conlleva.

Sin embargo, sabemos que también el que cumple un precepto sin estar obligado a hacerlo, recibirá recompensa por su acción. De todas maneras, la recompensa del que está obligado es mayor, como dijo la Mishná: "Ben He He dice: De acuerdo al esfuerzo/sufrimiento es la recompensa" (Avot 5:24).

Los Baalé Hatosafot (Francia, s. XI - XIV) explicaron por qué es más grande la recompensa del que está obligado y hace, que la recompensa del que no está obligado a realizar ese precepto. Ellos explicaron que el que está obligado a hacer las mitzvot se preocupa todo el tiempo para anular su ietzer hará (impulso del mal), para no transgredir lo ordenado y hacer la voluntad del Creador; no así el que no está obligado: si desea no cumplir el precepto, no recibirá castigo por ello (Avodá Zará 3a).

Es por eso que debemos estar alegres y felices de haber sido ordenados en la Torá cumplir con las mitzvot. Es verdad que cualquier pueblo puede cumplir el precepto de amar al prójimo como a sí mismo o darle caridad al pobre, sin embargo, si un judío hace esto, su acción no solamente ayudó al otro, sino que ayudó a todo el mundo, pues como explicamos anteriormente, todo el mundo se eleva gracias a su acción.

Asimismo, cuando nos comportamos con musar (ética, moral) y tenemos kebod haberiot - es decir, respetamos a todo ser humano sin distinción, ya sea en nuestro hablar con él, ya sea cuando discutimos y expresamos nuestra opinión, ya sea en nuestras actitudes hacia él; nuestras acciones amén de tener un significado profundo para nosotros y para todo el que las observa, también son de gran provecho para todo el mundo.

Con mucha más razón, si hablamos de nuestra obligación legal de reparar económicamente cualquier daño que hayamos causado a nuestro prójimo, así como está escrito en muchas partes de la Torá y especialmente en la parashat Mishpatim en el libro de Shemot (Éxodo) a partir del capítulo 21. Todo esto está detalladamente legislado por Nuestros Sabios de la Mishná y el Talmud en los tratados del Seder Nezikín (daños).

Shemirat Halashón - El Cuidado de la Lengua

Otro punto muy importante a tomar en consideración en cuanto a la relación con los demás es el shemirat halashón (cuidado de la lengua). Muchas de las personas que piensan que es incorrecto dañar físicamente a alguien o empujar a alguien en el autobús, no ven como algo incorrecto hablar mal de otros. A menudo, cuando se les pregunta: "¿por qué habla mal de su prójimo?", contesta: "¿Qué tiene de malo lo que hago? ¿Acaso estoy dañándolo? Solamente estoy hablando de él."

Pero en realidad esto no es así. Muchas veces dañamos más con la palabra de lo que lo hacemos con las manos o con las armas. Mediante las manos solamente podemos golpear al que está al lado nuestro, pero con la palabra podemos golpear a cualquier persona, incluso al que está del otro lado del océano.

Una vez escuché acerca de alguien que vivía en su casa con su mujer, su hijo y su suegra. Con el correr de los días empezó a ocurrir algo extraño en la casa: faltaba dinero. Al comienzo el jefe de la familia y su esposa pensaron que perdían el dinero, pero con el tiempo entendieron que alguien lo tomaba. Se sentó el hombre a hablar con su mujer y pensaron quién podría ser el culpable de lo que estaba pasando. Pensó el marido en voz alta: "Yo, no soy. Tú (refiriéndose a su esposa), tampoco. No hay otra posibilidad: ¡es tu madre la que tomó todo el dinero!". Al comienzo, la mujer se mostró confundida pero finalmente estuvo de acuerdo con su marido. Era lógico! Se sentaron a hablar con la madre de ella explicándole la situación y le dijeron que por cuanto que ella tomaba el dinero la pondrían en un asilo para gente mayor. La señora sólo se limitó a negar su culpabilidad, y después de algunos días la señora murió. Algún tiempo después de su fallecimiento la mujer encontró a su marido golpeándose la cabeza y gritando: "¡asesino!, ¡asesino!". Su esposa le preguntó que pasaba y él le contesto que había encontrado a su hijo robándoles dinero…

Este es sólo un ejemplo de la vida real. No todos los casos tienen este desenlace, pero las cosas son mucho más graves de lo que suponemos. Avergonzamos, creamos problemas entre amigos o entre marido y mujer, complicamos económicamente a personas, e inclusive pisoteamos a gente, sólo con nuestra lengua.

No sólo debemos cuidarnos de no mentir. También está prohibido hablar de nuestro prójimo aunque lo que digamos sea la más estricta verdad. Esta idea es mucho más difícil de entender y no profundizaremos en ella en este artículo, pero la verdad es que la mayoría de las veces no prestamos atención a nuestras palabras y al agregar términos sin intención, la persona que nos escucha entiende una idea distinta de lo que en realidad es. No logramos ser objetivos incluso cuando pretendemos serlo.

Por supuesto que en casos de necesidad, está permitido hablar la verdad acerca de nuestro prójimo. Inclusive, en muchos casos, es una gran mitzvá hablar lo que sabemos del otro, pero todo esto debe ser aferrándonos a la más estricta objetividad.

Por ejemplo: si alguien nos preguntara qué opinamos de tal persona, le deberíamos responder: "¿para qué quieres saberlo?". Si la respuesta es: "No…, por nada…, solamente te lo pregunto porque me parece que es una persona muy irresponsable y quería saber tu opinión". En ese caso debemos abstenernos de responder, puesto que quien nos pregunta esto no obtendrá ningún beneficio de nuestra respuesta. Él sólo quiere hablar por hablar.

Sin embargo si la respuesta a nuestra pregunta es: "Te lo pregunto porque estaba interesado en formar una sociedad con él y quería saber si me convendría hacerlo o no". En ese caso, por supuesto que debemos contar todo lo que sabemos, pero prestando la debida atención, como para no agregar ninguna palabra innecesaria. Por ejemplo, si sabemos que en su trabajo es una persona responsable, estará prohibido hablar sobre su vida personal. Todo esto, como dijimos anteriormente, sin agregar adjetivos que cambien el sentido de la oración. Debemos tratar de darle a nuestras palabras la mayor objetividad posible.

Asimismo, muchas veces encontramos personas que hablan mal de otros en forma de broma y cuando se les pregunta por qué están hablando así, contestan que sólo están bromeando. Sin embargo, está claro que esto también está prohibido.

Otras veces, quien está hablando no llama por su nombre a la víctima de la cual está hablando, sin embargo, todos los oyentes saben a quién se está refiriendo, y esto también está prohibido.

También encontramos que al preguntarle a alguien sobre Reubén y contesta: "¡no me hablen de Reubén que no quiero contarles lo que ocurrió con él!", a pesar de que en realidad no contó nada, él insinuó que tiene algo malo para hablar de Reubén, y esto también esta prohibido.

Hay veces que está prohibido hacer expresiones o ademanes que insinúen algo malo. Por ejemplo: si recibimos una carta de alguien y está llena de errores de ortografía, está prohibido mostrarle la carta a alguien que no necesita leerla, puesto que de esta manera el que leerá la carta se dará cuenta de la ignorancia del que la escribió.

Hay muchos otros ejemplos para recordar, pero con estos alcanza para tener una ideageneral de la gravedad del asunto.

Todo lo que detallamos aquí está prohibido incluso cuando hablamos la verdad, pero la cosa es aún más grave cuando lo que contamos no es verdad. Sólo para satisfacer nuestro rencor y los deseos de venganza que alberga nuestro corazón, estamos dispuestos a agregar adjetivos calificativos a nuestro relato, para darles un tono más parecido a lo que queremos que se entienda de él y no a lo que en realidad fue.

No debemos dejarnos llevar por la gente que nos rodea. Muchas veces cuando escuchamos hablar mal de alguien, no nos metemos en la conversación, únicamente, para no ser considerados "tontos". Otras veces, inclusive, agregamos comentarios para quedar bien a los ojos de aquellos hombres que están hablando mal.

La prohibición no se limita a hablar. Nuestros Sabios nos enseñan que los damnificados son tres: el que cuenta, el que se cuenta de él y el más damnificado de todos: el que acepta lo que se le está contando como si fuera la verdad.

Sin embargo, hay algo que está permitido. Si alguien nos cuenta algo malo de Reubén está prohibido creerlo, pero está permitido desconfiar. Por ejemplo: si viene alguien y me dice que Reubén tiene malos modales, mi comportamiento debe ser el siguiente: está permitido que yo me aleje o aleje a mi familia de Reubén - pues mi obligación es tratar de educar a mi familia de la mejor manera posible - pero me está prohibido creer lo que se me contó de él. Debo pensar que no es verdad nada de lo que escuché y debo amar a Reubén como a cualquier otro judío, sin embargo desconfiar está permitido y es bueno hacerlo. Es difícil hacer esto, y a pesar de que aparentemente nos contradecimos, no es así.

Debemos estar felices de que tenemos muchas cosas por cambiar. Quien no encuentra motivos para realizar cambios en su vida se asemeja a alguien que está en sus últimos días de vida; ya no tiene motivos para vivir. Vivir es cambiar, es decir, mejorar todo el tiempo.

Si tan sólo nos cuidáramos de no transgredir está mitzvátan importante, seguro contribuiríamos a acrecentar la paz y el amor entre los seres humanos y aún más, por cuanto que pertenecemos al pueblo de Israel y estamos dentro de la categoría de los que fuimos ordenados cumplir las ordenanzas de D'os, estaríamos rectificando muchas cosas que necesitan ser reparadas para volver el mundo a lo que su Creador siempre quiso que sea. Es por eso que no nos equivocamos si decimos que nuestro prójimo es una gran mitzvá.

http://www.judaismohoy.com/

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