martes, 18 de agosto de 2020

AHAVAT JÉSED. Shofetim (Deuteronomio 16:18-21:9)(Temas contemporáneos a través del prisma de la parashá semanal)


El último tema de la parashá de esta semana es eglá arufá, la ternera que se faena. Si encuentran una persona asesinada fuera de los límites de la ciudad, el Sanedrín debe enviar jueces al área para medir qué ciudad es la más cercana al lugar donde se lo encontró. Los ancianos de esa ciudad deben llevar una ternera, quebrar su cuello en el lugar prescripto y luego decir (Devarim 21:7): "Iadeinu lo shafjú et hadam hazé veeineinu lo raú (nuestras manos no derramaron esta sangre y nuestros ojos no vieron).
Ellos deben proclamar no sólo que no mataron a la víctima, sino que tampoco fueron testigos de su asesinato. Rashi señala que es ridículo sospechar que los ancianos de la ciudad (que son sus jueces) puedan haber asesinado a esa persona. Nuestros Sabios explican que el versículo implica que ellos no lo vieron salir sin alimento ni escolta. Por lo tanto la frase "nuestros ojos no vieron" en realidad viene a explicar que "nuestras manos no derramaron su sangre", es decir, no supimos que necesitaba alimento y acompañamiento, por lo que no somos responsables de su asesinato.
La enseñanza es obvia: si hubieran sabido que necesitaba alimento y acompañamiento y no se lo hubiesen provisto, habrían sido considerados responsables por su asesinato.
Un viajero que transita por una ciudad desconocida necesita tanto ayuda monetaria como que lo guíen para viajar por la ruta más segura. Esta sección de eglá arufá nos enseña el grado en que Hashem nos considera responsables los unos por los otros. Si no ayudamos a nuestro hermano judío, somos responsables por el resultado de no haberlo hecho, aunque sea indirectamente. Si por no proveerle alimento y acompañamiento para su viaje estuvo hambriento y cansado en un lugar peligroso y terminó siendo asesinado, ¡es como si los Sabios mismos lo hubieran matado!
Por lo tanto, la declaración de los ancianos de haber ignorado las necesidades de la víctima es la forma en que proclaman su inocencia.
Si es así, ¿por qué el versículo siguiente dice: "expía por Tu nación Israel"? Si no supieron que necesitaba alimento y acompañamiento se los considera completamente inocentes. Entonces, ¿por qué necesitan capará, expiación?
La respuesta es que a pesar de que la población de la ciudad no se considera responsable de haber derramado sangre por no haber sabido que el difunto necesitaba ayuda, haber ignorado esa necesidad es, en sí mismo, un error que necesita corrección y capará.
Si una ciudad no tiene un comité responsable de supervisar la hospitalidad hacia sus visitantes, es muy probable que la persona que necesita algo no sepa hacia dónde dirigirse, o que se sienta demasiado avergonzada para pedir ayuda. Ella tratará de arreglárselas por sí misma antes que ponerse en una situación de vulnerabilidad y enfrentar el posible rechazo de los demás. De hecho, la persona en estado de necesidad se encuentra en una posición muy precaria.
Muchas personas necesitan ayuda, pero simplemente les da demasiada vergüenza pedir ayuda.
El hombre asesinado necesitaba ayuda y la ciudad en la que se encontraba tenía la obligación de ayudarlo. Como sus habitantes no se enteraron de la necesidad, no cumplieron con su obligación. Ellos son parcialmente responsables de la omisión, porque si hubieran tenido una mayor orientación hacia el jésed, habrían creado un sistema que asegurara que todas las personas necesitadas recibieran ayuda.
Hay un versículo en Mija(1) que nos alienta a ahavat jésed, a amar la bondad. El Jafetz Jaim señala que esto nos exige no sólo realizar actos de jésed, sino también a amar hacer jésed.
Una de las diferencias más grandes entre quien realiza actos de jésed y quien ama la bondad es lo que acabamos de explicar. Quien simplemente hace jésed no se esforzará para encontrar a los necesitados, sino que esperará que la necesidad se presente ante él y entonces por supuesto cumplirá con su obligación. Sin embargo, quien ama la bondad no esperará que se le presente la oportunidad para hacer bondad, sino que su amor al jésed lo vuelve sensible al hecho de que siempre hay personas necesitadas. Esta sensibilidad lo lleva a entender que es necesario realizar un esfuerzo extra para encontrar a los necesitados y ayudarlos.
Muchas, muchas personas necesitan nuestra bondad.
Una madre que acaba de dar a luz puede necesitar desesperadamente que la ayuden con las tareas de la casa, apoyo emocional y/o guía práctica. Quien acaba de mudarse a un nuevo barrio puede beneficiarse de un "tour" para saber dónde están los supermercados, los bancos, las escuelas, etc. Sobre todo, el recién llegado necesita amigos, ¡una bondad inmensa que muchas veces puede pasar desapercibida! Una persona enferma puede necesitar que la visiten para ver cómo está, que la alienten y la alegren. Las personas mayores muchas veces necesitan ayuda, así como compañía. Las familias con niños que tienen necesidades especiales u otras situaciones difíciles a menudo necesitan ayuda y aliento. Y, ya que estamos, las personas normales y saludables también necesitan una sonrisa o una palabra amable para llenarse de vitalidad y alegría. La lista es infinita. Hay tantas oportunidades para realizar jésed y tantas personas que realmente necesitan ayuda, ya sea física, financiera, emocional o de otra clase.
La Torá nos enseña que somos la nación sagrada de Hashem, que debemos ser sensibles y amar hacer bondad. De hecho, nuestros Sabios señalan que el pueblo judío se caracteriza por ser baishanim, rajmanim y gomlei jasadim, es decir, vergonzosos, misericordiosos y bondadosos. Es decir que estar siempre atento a las necesidades de los demás, amar hacer jésed y buscar constantemente las innumerables oportunidades para brindar la ayuda necesaria es el sello del judío.
La pregunta que cada individuo y cada comunidad debe hacerse es: ¿Contamos con todos los sistemas organizados para asegurar que nadie que tenga una necesidad pase desapercibido? ¿Funcionan todos los sistemas como corresponde? ¡Asegúrate de tratar el tema en tu próxima reunión comunitaria!
NOTAS: (1) 6:8
OBTENIDO DE: https://www.aishlatino.com

jueves, 13 de agosto de 2020

PARASHA DE LA SEMANA: REÉ (II). El libre albedrío


R, “mira”, dice la Torá, coloco delante de ti Berajá ukelalá, “una bendición y una maldición”. De esta manera se nos hace saber que la opción es nuestra, que el resultado de nuestras acciones puede anticiparse, y que las consecuencias por las mismas no son arbitrarias. Si cumplimos con las Mitsvot, obtenemos la Berajá, y en el caso contrario, sufrimos la kelalá. En próximos capítulos se repetirá está advertencia y leeremos en el texto, “…os di para escoger entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición, uvajartá bajayim, y os exhorté a escoger la vida…”. En una visita que el finado presidente de Israel Zalman Shazar realizó a los Estados Unidos, se presentó ante una reunión del New York Board of Rabbis, donde citó el texto en cuestión. Shazar cuestionó el hecho de que la Torá contradice la hipótesis de bejirá jofshit, que es el libre albedrío, al instruir uvajartá bajayim. La posibilidad de escoger hubiera sido mejor aplicada si nuestro texto se limitase a señalar las consecuencias anticipadas de nuestro comportamiento y permitir que cada uno escoja su propio camino.
 
Shazar continuó luego con un análisis de los grandes males morales que afligen a nuestra sociedad y terminó señalando que el desinterés y la apatía provocan la deshumanización, asfixiando cualquier posibilidad de avance y de progreso. La insensibilidad al sufrimiento ajeno es moralmente indefendible y la apatía resulta más perniciosa para una sociedad que la falta de preocupación por el dolor del prójimo. La incomprensión y la indiferencia producen mayor angustia que la actitud mezquina de no ofrecer una mano de apoyo o una ayuda concreta.
 
La Torá está atenta a esta falla humana y el texto citado ordena la reflexión sobre la Berajá y la kelalá. Debemos meditar acerca de cuáles son los resultados cuando se vive de acuerdo con las Mitsvot en contraposición a un comportamiento que no las toma en cuenta. La Torá ordena meditar sobre nuestras responsabilidades y en consecuencia no podemos asumir un comportamiento que se caracteriza por la inercia y la ausencia de acción. La conclusión de cualquier reflexión, según Shazar, tiene que desembocar forzosamente en uvajartá bajayim. Porque todos deseamos una sociedad armoniosa y sin conflictos, la cual es imposible lograr en un ambiente donde impera el robo. Porque todos apoyamos, en principio, la unidad y la solidez del núcleo familiar y conocemos la tragedia que la paternidad irresponsable acarrea. Porque todos sentimos que el trabajo es necesario, pero, al mismo tiempo, sabemos que el espíritu también requiere atención. Nuestra debilidad esencial consiste en que no le dedicamos suficiente atención al análisis de nuestra conducta diaria que nos permita anticipar con alegría y optimismo lo que nuestras acciones cosecharán en el futuro. El resultado deseable y aconsejable de cualquier estudio sería una vida ordenada, bajo un régimen de ley y de orden humanos, lo que debe conducirnos, invariablemente, a uvajartá bajayim.
 
La Bejirá jofshit, que es el libre albedrío, sin embargo, es fundamental para nuestra tradición, porque de otra manera no podríamos contemplar la estructura total de Sejar veónesh, la recompensa por las buenas acciones y el castigo por los delitos lo cual forma parte de nuestro pensamiento religioso. La posibilidad de escoger libremente es un requisito indispensable para poder luego solicitar y exigir que se asuma la responsabilidad por las consecuencias de las acciones.
 
Harav Yosef Dov Haleví Soloveitchik maestro de maestros cuestiona la respuesta de nuestros antepasados, cuando se les ofrece la Torá, que es la ley. Según el texto bíblico, la respuesta al pie del Monte Sinaí fue naasé venishmá, que nuestros parshanim interpretan como una manifestación de la disposición de nuestros antepasados a obedecer y cumplir los preceptos, aun antes de conocer los detalles y el contenido de estos instructivos. En efecto, la generación de aquella época no ejerció su Bejirá jofshit, ya que previamente no realizaron una evaluación y un juicio ponderado con relación al compromiso que estaban asumiendo.
 
Soloveitchik propone la existencia de dos tipos de voluntad. A la primera la denomina Ratsón elyón, que quiere decir voluntad superior. Esta expresión de nuestra voluntad no se basa en un proceso intelectual y no recurre al razonamiento. El Ratsón elyón, responde a ciertos impulsos de nuestra espiritualidad y revela la auténtica identidad del ser humano. El debate interno que consiste en una evaluación lógica de las diferentes posibilidades pertenece al mundo del Ratsón tajtón, que es la voluntad inferior. Es esta la voluntad que utilizamos en nuestros quehaceres y en los numerosos razonamientos que diariamente hacemos.
 
Es de interés notar del hecho que las grandes resoluciones de la vida no son el resultado de una actividad intelectual que minuciosamente examina el haber y el débito que nuestras acciones implican. Generalmente Las decisiones de mayor consecuencia, como el matrimonio y la profesión, no son precedidas por un minucioso examen de las opciones. La fe, por ejemplo, es más bien el resultado de un brinco existencial y consecuencia de un fuerte sentimiento irresistible y no señala la culminación de un proceso de raciocinio. Nuestro padre Avraham no llegó a su concepción de la Divinidad porque examinó con un fino telescopio la órbita de los planetas o procedió a contar las estrellas del firmamento. Al contemplar la vastedad del cosmos, Avraham siente, en lo más profundo de su ser, la presencia Divina. Es una convicción emocional y una verdad espiritual la que en aquel momento reconoce el patriarca. El momento del descubrimiento o del hallazgo científico se da, en numerosas ocasiones, como una especie de luz interna que sin motivo aparente llega al intelecto, explicando el, fenómeno que anteriormente no era inteligible. (También hay quiénes acertadamente señalan, que únicamente los investigadores y los que trabajan con ahínco durante mucho tiempo en la solución de ciertos problemas, son los que, súbitamente, reciben esa iluminación espontánea).
 
La hipótesis que señalamos implica ciertos riesgos o peligros pues afirma que las intuiciones y los sentimientos son los que rigen los procesos más complejos de nuestras vidas. La probabilidad de pulsar una tecla de alguna computadora que puede desatar una conflagración atómica mundial, según nuestras consideraciones, tal vez depende de este Ratsón elyón, voluntad que está fuera del control de nuestro intelecto. El ejercicio del Ratsón elyón viene a ser el resultado de sensaciones involuntarias y de impulsos incontrolables, aparentemente, no verificables.
 
El Ratsón tajtón probablemente tenga también la función de una suerte de control sobre el Ratsón elyón. Descubrimiento e invento son el resultado de esa indefinible luz interna que es el Ratsón elyón. Pero luego entra en función el Ratsón tajtón para verificar y comprobar las teorías y las conclusiones sugeridas.
 
La rápida aceptación de la Torá representada por el Naasé por nuestros antepasados fue seguida por el Nishmá que exige el estudio y la investigación sobre las consecuencias del salto de fe que dieron inicialmente. Tal vez se pueda deducir de nuestra reflexión que el Naasé, por si solo es insuficiente y puede llevar a la superstición, a menos que sea seguido por el Nishmá, la ponderación y la reflexión acerca de las leyes recibidas.
 
Los textos de la Kabalá sugieren que únicamente en Dios se unen el Ratsón elyón y el Ratsón tajtón en una armonía total. Mientras que en el hombre, en muchas oportunidades, estas dos voluntades están en conflicto. Depende, tal vez, de nuestras metas en la vida. El Ratsón tajtón es pragmático, se satisface con logros mediocres y busca la utilidad inmediata. Se limita a la percepción visual y actual de las cosas. Pero la gloria pertenece al Ratsón elyón, que responde a una visión, a las causas que tienen valor eterno y a los propósitos nobles.
 
OBTENIDO DE: https://www.pynchasbrener.com/

PARASHA DE LA SEMANA: REÉ (I)



Moshé hace saber a los hijos de Israel que pueden elegir entre recibir las bendiciones de D-s por observar Sus mandamientos o sufrir Su anatema por recharzar Sus leyes. En los montes de G´rizim y Eival se llevaría a cabo una ceremonia inmediatamente después de la entrada del pueblo en Eretz Israel, durante la cual se informarían las consecuencias de la bendición y la maldición.
 
Moshé expuso, después, una cantidad de leyes religiosas, civiles y sociales cuyo objeto era regular la vida de la nación en la Tierra Prometida. En primer lugar se ocupó del principio del culto centralizado, dirigido contra la práctica idolátrica del culto individual en cualquier sitio que fuere. todos los sacrificios debían ser traídos únicamente al lugar elegido por Hashem. Esas porciones de ofrendas permitidas al cultor profano debían ser comidas allí. Sin embargo, un animal destinado al consumo ordinario antes que a una ofrenda podía ser sacrificado y comido en cualquier lugar, a condición de que su sangre no fuese consumida.
 
Los b´nei Israel fueron advertidos de que no imitasen los espantosos ritos de los canaaneos, entre los que se contaba el sacrificio de niños vivientes a sus dioses. El falso profeta que intentase tentarlos a fin de que adorasen ídolos, debía ser muerto. Todos los pobladores de una ciudad que fuesen hallados culpables, después de la debida investigación, de practicar la idolatría, tambíen debían ser muertos, y la ciudad (llamada ir hanidájat) debía ser totalmente destruida a fuego. Además se prohibe causarse laceraciones en el cuerpo o en la cabeza en señal de duelo.
 
En su condición de pueblo sacro, los israelitas deben evitar comer cualquier alimento considerado abominable. Moshé, en consecuencia, repasó las normas dietéticas que habían sido reveladas en el Sinai. Estableció que un segundo diezmo (maaser shení) de la producción anual del suelo, que incluía granos, vino y aceite, debía ser traído por todo judío al Santuario, a fin de ser consumido por él mismo en ese lugar. Cualquier israelita que viviese demasiado lejos del Santuario como para llevar el maaser sheiní podía traer su equivalente en dinero y disfrutar una comida festiva con su familia y los leviím. al final del tercer y sexto año de cada ciclo de sh´mitá, ese diezmo debía ser entregado a los pobres (maaser oni) en casa antes de ser llevado al Santuario.
 
Al final de cada séptimo año (sh´mitá), durante el cual la tierra debía permanecer en barbecho, «todo acreedor remitirá lo que hubiere prestado a su prójimo; no lo exigirá de su prójimo o de su hermano, por haberse pregonado la remisión del Señor». Esto no debedesanimar a nadie ni impedirle prestar dinero al necesitado, «porque a causa de esto te bendecirá el Señor, Tu D-s».
 
Además, un esclavo hebreo que hubiere sido vendido en cautiverio debe ser liberado al comienzo del séptimo año: «Y cuando le enviares de ti libre, no le enviarás con las manos vacías, sino que lo cargarás liberalmente», a fin de posibilitarle el comienzo de una nueva vida. Si el esclavo eligiera permanecer al servicio de su patrón, se le horadaría una oreja por haber preferido la esclavitud a la libertad, contraviniendo el deseo de Hashem.
 
Al ampliar las leyes relativas a las festividades de Pésaj, Shavuot y Sucot, Moshé enfatizó que cada israelita varón debe peregrinar tres veces al año hacia el Santuario, llevando consigo ofrendas, «según su mano pudiere dar, conforme a la bendición que el Señor, tu D-s, te haya dado».
(Extraído del libro «Lilmod ULelamed» de Edit. Yehuda)
 
OBTENIDO DE: https://www.tora.org.ar/