viernes, 19 de marzo de 2010

Relato: El soldado desconocido


En un cementerio próximo a una pequeña aldea rusa de hace muchos años, había una lápida de aspecto modesto con una curiosa inscripción en hebreo que decía lo siguiente:

Aquí descansa el cuerpo de un soldado desconocido

Abraham ben Abraham quien murió santificando el Nombre de Di-s.

Que su mérito nos proteja a nosotros y a todos los judíos.

Los judíos de esta aldea, al igual que los de todas las aldeas y poblados próximos, consideraban esta tumba como muy santa. Cada vez que alguien estaba en problemas, venía a rezar al sagrado lugar de reposo del mártir desconocido. Si una mujer se hallaba en dificultades mientras daba a luz, los miembros de la familia corrían a la sepultura del soldado desconocido para pedirle que intercediera en los Cielos en favor de la mujer, y eso le traía alivio inmediato. Cuando algún niño se veía atacado por una enfermedad seria, o se desataba alguna epidemia, los judíos se reunían ante este sagrado lugar para recitar Tehilim -Salmos- y pedir la clemencia de Di-s, y sus plegarias eran respondidas con rapidez.

¿Quién era este santo hombre, del que incluso su verdadero nombre judío era desconocido a los miembros de la Jebrá Kadishá -la Sacra Sociedad Fúnebre Judía- que lo había enterrado? ¿Cómo había muerto? ¿Por qué era considerado un hombre santo cuya mediación en el Cielo traía alivio y salvación a la gente en problemas?

Pues bien, esta es la historia que contaban los viejos pobladores de la aldea, una historia que habían escuchado de sus abuelos, en cuya vida había sucedido.

El Zar Nicolás I odiaba a los judíos y decidió "rusificarlos". Para ello firmó un decreto (que rigió desde 1827 a 1857, cuando fue anulado por el nuevo Zar, Alejandro II), que exigía que cada comunidad judía entregara una determinada cantidad de niños para servir en el ejército ruso.

Aunque el verdadero servicio militar debía comenzar recién al cumplir los 15 años y durar 25 años más, niños judíos muy pequeños, de siete y ocho años, eran arrancados por la fuerza de los brazos de sus padres, y enviados a campamentos militares remotos, lo más alejados posibles de todo contacto con otros judíos. La finalidad de este decreto era distanciar a los niños de su fe judía, y forzarlos -por medio de inenarrables presiones e incluso las más crueles torturas- a aceptar la fe cristiana.

Así, estos jóvenes reclutas judíos -llamados 'Cantonistas'- generalmente servían en el ejército del Zar por más de treinta años antes de ser liberados. Muchos de ellos resistieron férreamente los intentos por convertirlos al cristianismo y eventualmente regresaron a sus casas como judíos devotos, aunque ignorantes, a quienes se llamaba, con admiración, "soldados de Nicolás". Muchos otros no pudieron soportar el cruel tratamiento y con el correr del tiempo murieron u olvidaron que eran judíos.

Uno de estos Cantonistas es el héroe de nuestra historia.

Cierto día, una unidad militar estableció su campamento cerca de una pequeña aldea. Pronto un grupo de soldados aburridos, de franco, salieron a pasear por el bosque cercano, donde se encontraron con un judío que caminaba por allí y lo atraparon.

Pensaban que sería divertido darle una tunda y lo atacaron brutalmente. Luego le quitaron todo su dinero y lo colgaron de un árbol, y que el pobre hombre muriera lentamente.

Uno de los soldados, sin embargo, se negó a tomar parte de este cruel retenimiento. De hecho, rogó a sus camaradas que dejaran ir al judío, pero estos solo lo empujaron a un lado. De modo que, luego que todos regresaron al campamento, el soldado se escurrió sin que nadie lo viera y regresó corriendo al lugar en el que colgaba el judío, para ver si todavía estaba a tiempo de salvarlo. Cuando llegó allí, cortó sogas y comenzó a reanimarlo. Afortunadamente había regresado en el último momento y logró devolverlo a la vida con éxito. Luego dio al judío todo el dinero que llevaba consigo, para corregir de alguna manera el robo del que había sido victima, y le dijo que volviera a la aldea cuanto antes.

Mientras tanto, el soldado se recostó junto a un árbol para descansar un poco y recuperarse del terrible momento vivido instantes atrás.

Muy pronto se había perdido en sus pensamientos, mientras recordaba con pena lo que sus compinches habían hecho al inocente judío con quien jamás antes se habían encontrado, y que nada les había hecho como para despertar su odio. De repente recordó vívidamente episodios semejantes cuando era un niño recluta, todavía antes de cumplir los siete años. Recordó como él y otros niños judíos fueron llevados a un río para nadar, y cómo los soldados rusos a cargo de ellos solían sujetarlos con sus manos de hierro y sumergirlos, manteniendo sus cabezas debajo del agua hasta que dejaban de luchar; recordó cómo se los había alimentado solamente con arenque muy salado para luego privarlos de agua hasta que casi enloquecían de sed; y recordó las golpizas, cuando él y otros niños se negaban a hacerse la cruz... ¿Cómo había llegado allí? Ahora regresaban a él todas las memorias de su niñez, pues recordó cómo había sido secuestrado mientras caminaba de regreso de la escuela. Y aquella terrible escena -cómo podría olvidarla alguna vez- cuando sus queridos padres corrieron detrás del vehículo en el que su único hijo, junto a otros niños judíos, era deportado, y cómo le imploraron en medio de lágrimas:

"¡Avrémele! ¡Recuerda que eres judío! ¡Querido Avrémele, nunca olvides que eres judío, no importa lo que pase!"

Sin embargo, él había olvidado, hacía mucho, mucho tiempo... Pues ya no volvería a olvidarlo nunca más... sonido de fuertes pisadas interrumpió finalmente sus pensamientos alzó sus ojos y vio acercarse a sus compinches. Estaba sorprendido, igual que ellos cuando vieron la soga cortada del árbol.

“¿Qué, han vuelto?”, les preguntó.

Es que cuando nos hicieron formar para contarnos, y se pasó revista a nuestros nombres, faltabas tú. El oficial a cargo nos preguntó que había pasado contigo y le dijimos que te habías separado de nosotros y probablemente estabas perdido en el bosque. De modo que nos dijo que regresáramos y te buscáramos. Pero, ¿qué pasó con aquel judío al que colgamos de este árbol? Además, ¿qué pasa contigo? ¿Estás enfermo?"

"Si parezco enfermo es solo porque me revuelve el estomago lo que ustedes han hecho. Por suerte volví a tiempo para cortar las sogas, liberarlo y permitirle volver a su casa...".

"¿Por qué hiciste eso?"

"¿Y por qué colgaron ustedes a un hombre inocente? ¿Les ha hecho algún daño?"

"Es un judío. ¿No es esa una razón suficiente?"

"Y un judío... ¿no es también una persona? ¿No es un ser viviente?

“¡También yo soy judío!"

"¿Tu... un judío? Debes estar bromeando...".

"No estoy bromeando. Yo soy judío. Lo había olvidado, pero ustedes me lo hicieron recordar...".

"En ese caso, también debemos colgarte a ti", dijo el líder del grupo.

"Estoy en sus manos... Adelante, cuélguenme, ¿qué puede significar para ustedes otro acto asesino más...?"

Los soldados del grupo titubearon por un momento. Uno de ellos dijo: "¡Es una persona como todas, sería una lastima colgarlo!". Pero otro dijo: "¿Y qué pasará si cuenta a los oficiales lo que hemos hecho? Nos enviarán a Siberia por el resto de nuestros días...".

"Eso también es cierto", estuvo de acuerdo otra voz. "No podemos arriesgarnos a que nos delate...".

"Escuchen, muchachos, tengo una idea", sugirió uno del grupo. "Si se hace la cruz y jura que no nos delatará, y que de ahora en adelante se portará como un buen cristiano, como nosotros, lo dejaremos vivir. ¿Qué les parece?"

Todos concordaron en que era una buena idea. Pero el Cantonista judío dijo:

"Ahórrense saliva, están perdiendo su tiempo. Naci judío y elijo morir como judío. Nada me hará cambiar de opinión...".

El grupo se abalanzó sobre el, ataron sus manos con su propio cinturón y luego lo colgaron en el mismo árbol del que más temprano ese día habían colgado al otro judío. Más tarde regresaron al campamento e informaron que no pudieron hallar al soldado perdido. Quizás había desertado...

Mientras tanto, el judío a quien el soldado desconocido había salvado la vida llegó a la aldea y contó lo sucedido. Cuando la policía fue informada acerca del episodio y decidió salir a investigar al bosque, encontró al soldado colgando, sin vida. El cuerpo fue llevado de regreso al campamento militar. Las sospechas de asesinato cayeron inmediatamente sobre los compañeros del soldado muerto. Luego de interrogarlos por separado, muy pronto confesaron el crimen echándose la culpa unos a otros, y fueron arrestados de inmediato a la espera de un juicio.

Ahora que se había descubierto que el soldado era judío, y que ciertamente había muerto por ello, su cuerpo fue entregado a la Sacra Sociedad Fúnebre Judía de la aldea. La noticia de la heroica muerte del soldado se extendió velozmente, y todos los judíos de la aldea, jóvenes y ancianos, acompañaron el cuerpo del santo mártir desconocido que dio su vida para santificar el Nombre de Di-s luego de salvar a otro judío de una muerte similar. Fue enterrado en el cementerio judío y sobre su sepultura se puso una simple lápida con la inscripción mencionada antes para marcar el sagrado lugar.

Muy pronto este sitio comenzó a ser reverenciado por los judíos de todo el distrito, y cada vez que estaban en problemas corrían a este sagrado lugar de reposo y oraban a Di-s pidiendo ayuda, sintiéndose seguros de que en mérito del santo hombre, Abraham ben Abraham, sus plegarias siempre serían respondidas.

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