viernes, 20 de enero de 2012

HISTORIAS PARA CONTAR EN SHABAT (I): El Shabat te cuida


Agosto 16 de 1939. Rabí Yaacob Herman y Su esposa salían de Nueva York con destino a Eretz Israel. Según los cálculos, arribarían al puerto de Haifa el miércoles 30 de agosto; pararían unos días en la casa del Rab Alfa, en dicha ciudad, y luego seguirían viaje por tierra hacia el destino final: Yerushalaim.

En medio del océano, el capitán del barco en el que viajaban recibió la orden de desviarse de su ruta ante la posibilidad de que el sector del mar Mediterráneo por donde iban a pasar estuviese minado, en virtud de la guerra que iba a comenzar en cualquier momento.

Resultado: en lugar de llegar a Eretz Israel ese miércoles, lo hicieron el viernes 1º de septiembre, faltando unas horas para la puesta del sol. Un rato antes, la segunda guerra mundial había estallado, con la invasión de los alemanes a Polonia. Los altavoces indicaban a todos los pasajeros que debían abandonar el barco en el acto. El equipaje podía ser reclamado en el muelle, y los pasajeros debían retirarlos de ahí lo antes posible. ¡El caos reinaba! Rabí Yaacob

Yosef Herman y su esposa enfrentaban un terrible dilema: En unos momentos entraría Shabat ¿Cómo harían para retirar su equipaje cuando debían dirigirse inmediatamente a la casa de Rab Alfa, antes del tiempo permitido?

Rabí Herman tomó presuroso la maleta que contenía los Tefilín y el Séfer Torá, y su esposa sólo llevaba la bolsa de mano. Sin detenerse, atravesaron el camino que los llevó al puesto donde se encontraba el oficial de la aduana.

El militar inglés escuchaba con atención las palabras de Rabí Yaacob:

– Yo nunca en mi vida he profanado el Shabat. ¡No lo voy a hacer ahora, en la Tierra Santa...! – dijo, mientras las lágrimas surcaban su rostro.

– Rabino – le explicaba cortésmente el oficial –estamos en guerra.

– Usted sólo séllenos los pasaportes y déjenos ir – le replicó Rabí Yaacob –. Retiraremos nuestro equipaje después, cuando acabe Shabat.

– Eso es imposible. El barco debe zarpar ahora mismo y dejaremos todas las maletas que no fueron retiradas en el muelle. Una vez que el barco abandone el puerto, nadie se hará cargo de lo que quede en él.

– No me importan mis pertenencias. Usted sólo séllenos el pasaporte para que podamos irnos – insistió Rabí Yaacob.

El oficial lo miró con extrañeza.

– Dígame, Rabino: ¿se puede saber en qué consiste su equipaje?

– Dieciséis cajas y nueve maletas.

– Diecis... Pero, ¿entiende usted que desde el momento en que el barco abandone el puerto todas sus pertenencias quedarán sobre el muelle sin que nadie se haga cargo de ellas? ¡Hasta mañana en la noche no le quedará ni el recuerdo de lo que trajo! ¡Los árabes se apoderarán de lo más insignificante..! – enfatizó el oficial.

– No tengo otra alternativa – manifestó Rabí Yaacob –. El Shabat está aproximándose y debo llegar a tiempo. ¡Por favor! ¡Sólo selle nuestros pasaportes y déjenos ir..! – su voz sonaba desesperada.

El incrédulo oficial llamó a uno de sus agentes.

– Sélleles los pasaportes y permítales retirarse – le ordenó –. Este Rabino está dispuesto a perder todas sus cosas con tal de llegar a la ciudad antes del comienzo del Shabat de ellos.

El agente los miraba asombrado mientras estampaba su sello en la documentación. Rabí Yaacob Yosef tomó su maleta, que sostenía el Séfer Torá; su esposa sostuvo su bolsa de mano y salieron de ahí presurosos.

Tomaron un taxi y llegaron a la casa del Rabí Alfa justo a tiempo para encender las velas.

En el transcurso de ese Shabat Rabí Herman experimentó una gran elevación espiritual. A cada rato decía a su esposa:

– Tú sabes: “El Jefe” (en inglés: “The Boss”. Así llamaba Rabí Yaacob Yosef Herman a Hashem) hace todo por mí. ¿Qué, acaso no puedo hacer algo yo por Él? Al fin y al cabo logré el privilegio de cumplir la mitzvá de servir “Bejol Meodeja” (“Con todos tus bienes”) y santificar Su Nombre...

En realidad, a su esposa le costaba manifestar semejante emoción. Ella estaba física y emocionalmente exhausta. Extrañaba tanto a sus hijos que no encontraba sosiego ni en su mente ni en su corazón. Para colmo, perdieron todo lo que tenían... Era un trance demasiado difícil de asimilar. No obstante, no se escuchó de ella ninguna queja.

A la finalización del Shabat, después de esperar setenta y dos minutos desde la puesta del sol, y luego de la habdalá, el anfitrión se dirigió a los invitados:

– ¿Qué les parece si nos vamos al puerto? – les sugirió –. Puede ser que encontremos allí algunas de sus maletas.

Rabí Yaacob y su esposa no compartían tanto el optimismo de Rab Alfa, aunque igual accedieron a su propuesta.

El puerto se encontraba casi en penumbras. Al final del muelle se divisaba una tenue luz y hacia allí se dirigieron con cautela.

– ¿Quién anda ahí?

– Gritó una voz en inglés.

– Somos unos pasajeros que vinimos en el barco que llegó ayer por la tarde. Venimos a ver si...

– ¡Identifíquese! – interrumpió el militar.

– Yaacob Yosef Herman – fue la respuesta.

– Bien, Bien, Rabino. Por fin llegó – le dijo el militar en inglés,mientras le hacía señales para que se acercaran –. Me aseguraron que usted iba a estar aquí luego de la puesta del sol, pero veo que se demoró un rato más – agregó –. Mi comandante me amenazó con cortarme la cabeza si a alguna de sus pertenencias le pasaba algo.A ver... revise bien si está todo en orden y fírmeme estos papeles. Y por favor: llévese todo esto de aquí lo antes posible... ¡Estoy completamente agotado!

All For The Boss, 343. Hamaor

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