miércoles, 24 de junio de 2020

PARASHÁ DE LA SEMANA: KORAJ (II)

 

 ESTA PARASHÁ ES LA QUE SE LEERÁ B.H. ESTA SEMANA FUERA DE  ERETZ ISRAEL

Estudiando los comentarios

Primer comentario (Rab Daniel Oppenheimer, www.ajdut.com.ar) Segundo comentario (Selección extraída del libro «El Rebe Enseña» (c) Kehot Sudamericana. Adquieralo en www.libreriajudaica.com)

 Primer comentario – La muerte de los ideales

«La vida es una lucha» que «es cruel y es mucha». ¿Verdad? Así dicen. Mirando alrededor de uno, se ve que toda la gente se «mata» por sobrevivir y parecería ser que es verdad. La pregunta legítima es, sin embargo: ¿es lo mismo vivir que pelear por la subsistencia? No estoy tan seguro. Es más. Me parece que a la mayoría de la gente se le mezcla la terminología y siente que «luchar por la vida» es sinónimo con el esfuerzo diario por mantenerse «a flote». Efectivamente, considerando la incertidumbre en la que está sumida gran parte de la sociedad, pensar en una vida con un proyecto, se convirtió en un lujo para el cual cuesta encontrar tiempo y dedicación mental. Días vienen y días pasan, y así transcurren meses, años y nuestra vida completa sigue su curso sin tener un rumbo definido con un objetivo claro de «hacia dónde» o «para qué». Es lamentable decirlo, pero así se desliza la vida de muchos sin un plan, sin programa y sin propósito.
Cuando se escucha hablar a la gente, dicen que lo que importa, al final de cuentas, es poder llegara a gozar de un poco de tranquilidad, ver crecer sanos a los hijos («lo que importa es la salud») y tener una ancianidad sosegada. ¿Y qué decimos nosotros al respecto? Bajo ningún concepto, estamos de acuerdo con ese pensamiento. Sobrevivir, subsistir o prevalecer, pertenecen a los instintos y necesidades que tenemos en común con el género animal, pero no se pueden considerar, de ningún modo, objetivos humanos. ¿Por qué? Porque la estabilidad y la permanencia en si no explican la razón de existir, ni le dan significado o valor a la vida a un ser con raciocinio, como somos los seres humanos . Pues entonces: ¿de qué se trata esta pugna? ¿A qué denominamos «vida»?
La respuesta es que «vida» es la lucha por una causa o por un ideal. Lo que realmente le da significación a la vida es el fin y el objetivo por el cual se vivió. Posiblemente, para muchos judíos, aun siendo observantes, la vida no les parezca muy distinta a la del resto del entorno en el cual viven, con la diferencia que deben cumplir preceptos en distintos momentos del día, de la semana, etc. Obviamente que todas las Mitzvot que cumplen, son meritorias. Sin embargo, «vivir» es mucho más y no se reduce a ciertos momentos inspirados con espiritualidad. Quizás a esta clase de desafío se refieran las palabras de los Sabios: «Toda pelea que tenga un objetivo Di-vino, se mantendrá». Dado que la Torá es permanentemente innovadora, siempre desafía a la humanidad a superarse y a no caer en los vicios de la mediocridad, del auto-engaño y del egoísmo y quien adhiera a los principios que enseña la Torá, deberá luchar para difundirlos en condiciones indefectiblemente adversas. De esta manera, todos los momentos de la vida, cobran un sentido distinto, pues son todos una oportunidad de expresar ideas en la práctica. Aun, las acciones que no están habitualmente relacionadas, por su naturaleza, con lo ritual o lo religioso, como ser las necesidades laborales, sociales, recreativas, el deporte, el descanso, etc., si se practican con un objetivo y con una manera de conducirse espirituales, se transforman en elecciones morales.
El hecho de tener objetivos en la vida es esencial desde el punto de vista psicológico y desde lo estrictamente judaico. Cuentan acerca del Magguid (así se llama al cargo de aquel que enseña en público) de Koznitz, que desde joven había sido, por tendencia, una persona físicamente débil. Muchas veces se le dio poca posibilidad de sobrevivir las enfermedades que padecía. Sin embargo, vivió hasta muy anciano. Cuando se le consultó acerca del secreto de su longevidad, respondió que siempre había tenido proyectos para llevar adelante. Los músculos quedan atrofiados cuando no se los usa. Luchar por causas dignas, genera fuerzas. (R. Abraham J. Twersky en «Growing each week») Sin embargo, uno se siente «extraño» o «anómalo» en esta tarea. Al ver que todos los demás están «en otra cosa», se siente como si no tuviera un lenguaje en común con la gente y se pregunta: ¿no hubieron, acaso, tantos genios que tuvieron ideas meritorias, nobles y muy justas…, y, con el tiempo perdieron vigencia? Todos los que trataron de modificar el orden del mundo para mejorarlo, ¿qué fue de ellos? ¿No se habló en algún momento de «libertad, igualdad y fraternidad»?, ¿no se propuso defender los derechos de los trabajadores? Si pasan los años y la cosa queda igual, ¿qué es, acaso, lo que puedo transformar o corregir yo? Esta clase de planteos quita el deseo de proponerse desafíos morales y desanima a la persona. A su vez, es falsa. No se debe desmerecer el valor de cualquier obra ética, por más insignificante que pareciera. Pues aun si todos los que lucharon por alguna causa honrada y altruista no lograron que su idea se mantuviera, esto no quita la nobleza del acto en su momento. Toda acción bondadosa es válida aun si luego no continúa. Y, a diferencia de lo que muchos creen, las batallas internas – por más que no salgan a la luz del día, son las más difíciles de librar.
Los objetivos de la vida pasan por la corrección de las asperezas internas del alma, por el empeño que cuesta el cumplimiento minucioso de cada una de las Mitzvot, por el trato que se tiene con los que están cercanos a uno y por la ayuda que se pueda brindar a quienes necesitan de uno. Estas cosas cambian al mundo. La suma de muchas personas que obren acertadamente van uniéndose para que la sociedad se modifique para el bien. Sin embargo, existe un razón adicional del porqué las «grandes ideas» de la humanidad no tuvieron el eco que tiene la Torá por todas las épocas. Eso lo podemos aprender, posiblemente, de Koraj, de quien habla la lectura de esta semana. Koraj propuso ante Moshé y el pueblo que «todo el pueblo es sagrado y entre ellos mora D»s, y ¿por qué [Moshé y Aharón] se enaltecen por sobre el pueblo de D»s?» Qué palabras tan nobles! ¿Dónde estaba el error que lo hizo caer? Entre otras cosas fue el motivo que existió detrás de su protesta. Koraj se levantó en contra de Moshé, no por un ideal desinteresado, sino por celos por la posición encumbrada de Moshé y de Aharón. Dado que estaba empujado por la envidia, sus palabras que sonaban justas en un mero pretexto demagógico. Lo mismo sucedió con tantos que reclamaron derechos con una dialéctica muy abnegada, pero que en realidad encubrían ambiciones personales. Así crecieron, y luego desaparecieron. Aun en nuestra época, si bien nos gusta dividir el mundo entre los «buenos» y los «malos», siendo los buenos todos aquellos que están a favor nuestro y los malos, los que están en contra, podremos observar que aun los estadistas quienes aparentarían perseguir causas nobles en su discurso y a quienes aplaudimos por coincidir en su postura, demuestran tener una vida particular muy deplorable, y no son más que buenos administradores – y nada más. La Torá nos prohibe «matar el tiempo». Los ideales deben ser el motivo de nuestra vida. Los ideales, incluso, ya están explicitados claramente en la Torá. Depende de cada uno tomar conciencia que la vida no se reduce a subsistir económicamente tratando de sufrir menos y que se puede hacer algo y mucho para mejorar el mundo.
Daniel Oppenheimer

 

Segundo comentario – Discordia, Diversidad, y Distinción

[Kóraj y su séquito] se congregaron ante Moshé y Aharón y les dijeron: «¡Basta para vosotros! ¡Toda la congregación es santa!… ¿Por qué os alzáis por encima de la congregación de Di-s?»( Números 16:3)
¿Cuál es una controversia que no es en aras del Cielo? La de Kóraj y toda su compañía.( Pirké Avot 5:17)
Kóraj, el sublevado primo de Moshé, se ganó la dudosa distinción de padre y prototipo de toda riña y división. Su nombre mismo se volvió sinónimo de la desarmonía y el conflicto. El Talmud hasta llega a proclamar: «Quienquiera se dedica a sembrar la discordia viola una prohibición Divina, pues está escrito[1]: «Y no será como Kóraj y su compañía»[2]; cuando la Torá desea decirnos que no inspiremos disputas ni perpetuemos la desunión, lo hace diciendo: No seas como Kóraj…».
Pero Kóraj no era ningún peleador ordinario. Era un miembro principal de los Kehatitas, la más prestigiosa de las familias Levitas. Sumándose a su motín contra Moshé y Aharón estaban «doscientos cincuenta hombres de Israel, líderes de la comunidad, de aquellos regularmente convocados a la asamblea, hombres de renombre»[3]. La diferencia entre Kóraj y Moshé era ideológica, motivada por la manera en que entendían la relación de Israel con el Omnipotente y la manera en que sentían que debía estar estructurada la nación.
Y Kóraj fue mucho más allá de abocarse a la política divisiva comunitaria. Se rebeló contra la autoridad de Moshé y disputó la nominación de Aharón como Kohén Gadol (Sumo Sacerdote) por parte de Di-s. ¿Por qué, entonces, cada pendenciero insignificante es incluido en la prohibición de «no seas como Kóraj»? Obviamente, hay algo en el núcleo de la discusión de Kóraj que es esencia de toda discordia.
Con frecuencia, la antítesis de una cierta cualidad es superficialmente idéntica a ella. Esto es especialmente así cuando se trata de la «raíz» de una cuestión: una distinción del espesor de un cabello entre dos conceptos aparentemente similares se traduce, de hecho, en una diferencia abismal.
Lo mismo es cierto de «paz» y «discordia». La fuente de toda discordia es algo que erróneamente se parece a la paz auténtica. Es esta pseudo-paz lo que se hallaba en el núcleo de la errada visión de Kóraj, y que en última instancia llevó a su corrupción y catastrófico fin.
¿Qué Quiso Kóraj? ¿Qué es paz? «Tal como sus rostros no son semejantes, así tampoco lo son sus mentes y carácter»[4]. Tal es la naturaleza de la raza humana: individuos y pueblos difieren uno del otro, separados por diferencias de enfoque, orientación emocional, pericia, vocación, y las numerosas demás diferencias, grandes y pequeñas, que distancian a uno del otro.
Frecuentemente, estas diferencias dan origen a la animosidad y el conflicto. Y, con todo, en el núcleo del alma humana está el anhelo de paz. Intuitivamente sentimos que pese a las tremendas (y aparentemente inherentes) diferencias entre nosotros, un estado de armonía universal es tanto deseable como lograble. Pero ¿qué es exactamente la paz? ¿Es la supresión de las diferencias entre hombres y naciones? ¿Es la creación de una sociedad «fraccionada pero igual», en la que las diferencias se preservan pero sin distinción alguna de «superior» e «inferior»? ¿O no es ninguna de las dos?
Si comprendemos a Kóraj, también comprenderemos la fina línea que separa la auténtica paz de la esencia del disenso.¿Qué era exactamente lo que quiso Kóraj? Sus argumentos contra Moshé y Aharón parecen cargados de contradicción. Por un lado, parece desafiar la institución misma del sacerdocio (kehuná), sosteniendo que «como toda la comunidad es santa, y Di-s está en medio de ellos, ¿por qué os alzáis vosotros por encima de la congregación de Di-s?»[5] Pero de la respuesta de Moshé[6] vemos que Kóraj en verdad deseó el cargo de Kohén Gadol para sí mismo.
Esta paradoja aparece una y otra vez en diversos relatos del motín de Kóraj, en los midrashím y en los comentaristas. Kóraj aparece como un paladín de la igualdad, criticando vehementemente un «sistema de clases» que jerarquiza niveles de santidad dentro de la comunidad (Israelitas, Levitas, Sacerdotes y el Sumo Sacerdote). Y, sin embargo, en un mismo hálito, ¡argumenta ser el candidato más digno para el Sumo Sacerdocio!
Aguas Celestiales, Aguas Terrenales
En la narración de la Torá de los seis días de creación del mundo por parte de Di-s, la obra de cada día concluye con la declaración: «Y vio Di-s lo que había creado, y he aquí que era bueno». Cada día, excepto el segundo, aquel en que «Di-s hizo el firmamento [del cielo], y separó entre las aguas que están debajo del firmamento y las que están encima del firmamento»[7].
Explica el Midrash: «¿Por qué no dice «y he aquí que era bueno» respecto del segundo día? Porque en ese día se creó la discordia; como está escrito: «y separará entre agua y agua»».
Sin embargo, el Midrash prosigue señalando que en el tercer día la Torá dice «y era bueno» dos veces, porque «la obra de las aguas», comenzada en el segundo día, fue terminada entonces. En otras palabras, la división provocada en el segundo día era un fenómeno menos que deseable, pero solamente porque todavía no estaba terminada; en el tercer día, esta discordia misma es considerada «buena»[8].
Nuestros Sabios nos cuentan que los seis días del génesis Divino se corresponden con los seis milenios de empeño humano que le siguen[9]. En ello radica el significado de las palabras del Midrash: en el tercer milenio de existencia del mundo, fue introducido en nuestras vidas el elemento que resuelve los conflictos creados por la diversidad. Este es la Torá, revelada a nosotros en Sinaí en el año 2448 desde la Creación.
La Torá fue «dada para hacer la paz en el mundo»[10]: paz entre los conflictivos impulsos dentro del corazón del hombre, paz entre los individuos, paz entre los pueblos, y paz entre la creación y su Creador.
El Midrash expresa la cualidad pacificadora de la Torá con la siguiente metáfora: Había una vez un rey que decretó: «La gente de Roma tiene prohibido descender a Siria, y la de Siria tiene prohibido ascender a Roma». Asimismo, cuando Di-s creó el mundo, decretó y dijo: «Los cielos son de Di-s, y la tierra es dada al hombre»[11]. Pero cuando deseó entregar la Torá a Israel, rescindió Su decreto original y declaró: «Los planos inferiores pueden ascender a los superiores, y los superiores pueden descender a los inferiores»[12].
El cisma y decreto[13] de separar lo celestial de lo terrenal, puesto en vigencia por la «división de las aguas» por parte de Di-s en el segundo día de la Creación, fue aliviado, así, en el tercer «día» de la historia con la revelación en Sinaí. Lo material y lo espiritual dejaron de ser dos planos irreconciliables. En ese día, «Di-s descendió sobre el Monte Sinaí»[14], «Y a Moshé dijo: «asciende a Di-s»[15]. Di-s llegó «abajo» para impartir de Su santidad al mundo, y el hombre fue facultado para lograr una proximidad con Di-s.
Pero la Torá no viene a nublar la distinción entre santo y mundano. Ni se empeña en crear una sociedad mundial uniforme. Esto, a duras penas, calificaría como un estado de «paz» más que como podría decirse que una pintura de un único matiz o una sinfonía compuesta enteramente por notas idénticas fueran una creación «armoniosa».
La Torá hace la paz en el mundo al definir los diferentes roles (hombre y mujer, judío y no-judío, Israelita, Levita y Kohén, erudito e iletrado) para abarcar la misión global de la humanidad.A ello se debe que la Torá esté asociada al número tres: una entidad única o una colección de entidades idénticas, pueden deletrear unanimidad, pero no paz. Si «uno» representa singularidad y «dos» implica divisibilidad, «tres» expresa el concepto de paz: la existencia de dos entidades diferentes, o incluso antitéticas, pero con la adición de un tercer elemento de unificación que los abraza y satura a ambos, abarcando sus diferencias como componentes diversos pero armoniosos de un entero mayor. El «tercer día» no deshace la división del segundo. Más bien, introduce un «tercer» elemento todo-trascendente a cuyo servicio aquella división aplica sus propias cualidades peculiares. Y es esta introducción de armonía en la diversidad lo que la «completa» y convierte en «buena».
Volviendo a Kóraj
En vista de esto, sintió Kóraj, ¿cómo podemos hablar de roles «superiores» e «inferiores» en el mundo de Di-s? ¿Cómo puede decirse que el Sumo Sacerdote sea más excelso que el obrero común? Cierto, la vida del Kohén Gadol está dedicada por entero a empeños espirituales en tanto que el Israelita «ordinario» debe lidiar con la mundanalidad del mercado. Pero «dentro de ellos está Di-s»; ellos sirven al propósito Divino con el cumplimiento de su rol para nada menos que el Kohén Gadol en el cumplimiento del suyo.
Kóraj no se oponía a la división de la comunidad según vocación, ni a la distinción entre lo espiritual y lo material. Todo lo contrario. El mismo anhelaba la senda espiritual del Sumo Sacerdocio, servir al Omnipotente estando totalmente apartado de los asuntos mundanos. Lo que sí disputó era la manera en que Moshé definía la división de roles dentro del pueblo.
«¿Por qué os alzáis vosotros por encima de la congregación de Di-s?», argumentó. ¿Por qué esta «escalera» de espiritualidad en la que los Moshés y Aharónes de la generación ocupan un peldaño más alto que el granjero que trabaja su tierra o el mercader absorto en sus cuentas? ¿Por qué se dice al judío «ordinario» que vea a Aharón como aquel que lo representa en el Santuario y facilita su relación con Di-s? ¿Está Di-s más cerca del cielo que de la tierra? ¿Es servirlo trascendiendo lo material una parte más importante de la misión de la humanidad que utilizar la existencia material para cumplir Su voluntad? Dame el Sumo Sacerdocio, dijo Kóraj, y yo eliminaré las connotaciones de «liderazgo» y «superioridad» que Moshé y Aharón le han conferido. Para mí, el estilo de vida más espiritual y el más ligado a lo material, y todas las graduaciones intermedias, todas son sendas distintas pero paralelas en nuestro empeño por servir al Omnipotente.
La visión de Kóraj parece el paradigma de la armonía: elementos diversos unificados por una meta común. Sin embargo, al descuidar la incorporación de un aspecto crucial de la concepción de paz de la Torá, se convirtió en fuente de toda discordia y rencilla.El mundo «separado pero igual» de Kóraj podría unir sus diversos componentes en el hecho de que todos sirven a una misma meta global, pero fracasa en la tarea de proporcionar conexión alguna entre ellos. Los senderos podrían converger en su destino, pero están separados por muros que los aíslan y dividen. Y sin una relación de da-y-toma entre ellos, sin ningún sentido de dónde se posicionan uno respecto del otro, su separación inevitablemente se desintegrará en partidismo y conflicto.
Si volvemos a la parábola del Midrash, la de romanos y sirios, podemos ver dónde se aparta la visión de Kóraj de la definición de paz de la Torá. La diferencia entre los dos planos (material y espiritual) es preservada, pero hay movimiento e interrelación entre ellos. Y su relación se define en términos de «superior» e «inferior»: lo celestial desciende a la tierra, y lo terrenal asciende al cielo.
Como es visto por la Torá, las gradaciones de espiritualidad de los diversos segmentos del pueblo asumen la forma de una «escalera» en la que el individuo ligado a lo material alza la vista hacia su hermano más espiritual, y lo más espiritual se traslada hacia abajo para proveer de dirección e inspiración a aquello ligado a lo material. El granjero da de su producto al kohén; considera este regalo como la parte más sagrada de su cosecha, representativa del foco espiritual de todos sus empeños. El comerciante mira al erudito como un modelo ideal; se siente atrapado y sofocado por las demandas de su vocación y vive para los pocos minutos diarios que logra dedicar al estudio.
Y el líder espiritual desciende para elevar a su comunidad. Di-s define el papel de Aharón como uno que «alza las lámparas»: además de (y a causa de) su servicio espiritual «personal» al Omnipotente, Aharón es la llama que enciende el «alma del hombre, una lámpara de Di-s»[16] convocando su potencial iluminador[17]. Todo esto no es porque quienes cumplen los roles más espirituales son más importante para el propósito Divino que aquellos que lo sirven mediante su involucración con lo material. Por el contrario, el propósito de Di-s en la Creación es, dicen nuestros Sabios, que «El deseó tener una morada en los planos inferiores»; que el plano inferior de lo material se transforme en un ambiente acogedor y receptivo de Su ser[18]. En la tarea de llevar esto a cabo, aquellos que se encuentran en «el peldaño más bajo» deben jugar el papel más central y crucial. Pero su especialidad radica precisamente en que ellos tratan con los más bajos elementos de la Creación (esto es, aquellos que expresan menos la realidad de Di-s de cualquier manera manifiesta) y los encaminan hacia el propósito superior de servir a su Creador.
En el momento en que el individuo ligado a lo material comienza a sentirse cómodo en su ambiente, en el momento en que cesa su afán de escapar a lo material, ya no puede verdaderamente sublimarlo más; él es ahora parte de éste. Sólo viéndose a sí mismo en el fondo mirando hacia arriba, sólo cuando su involucración con lo mundano se percibe como forzada por la convocatoria del deber en tanto que su alma anhela una existencia más espiritual, se está en posición de elevar verdaderamente el entorno.
Curiosamente, aunque Kóraj desconoció esta conexión «vertical» entre materia y espíritu, él mismo era un ejemplo primario de ella. Su deseo del Sumo Sacerdocio, su anhelo de ascender un peldaño espiritual más que el propio en la escalera, era una ambición positiva[19], y la máxima refutación de su propia «paz» divisiva.
Basado en Sijot de Shabat Kóraj 5718, 5724, 5727
Notas: 1. Números 17:5 2. Talmud, Sanhedrín 110a. 3. Números 16:2. 4. Midrash Rabá, Bamidbar 21:2. 5. Números 16:3. 6. «¿No os basta con que el Di-s de Israel os ha distinguido de la comunidad de Israel para aproximaros a Sí, para llevar a cabo el servicio del Santuario de Di-s, y para alzaros ante la comunidad… que también deseáis el Sacerdocio?» – ibíd. 5-10. 7. Génesis 1:6-7. 8. Midrash Rabá, Bereshit 1:8. 9. Najmánides, Génesis 2:3; así, tal como los seis días de la Creación culminan en un séptimo de retiro y descanso Divino, 6.000 años de logro humano resultan en «el día de Shabat y serenidad eterna», la era del Mashíaj. 10. Talmud, Guitín 59b; Mishné Torá, Leyes de Janucá 4:14. 11. Salmos 115:16. 12. Midrash Tanjumá, Vaerá 15. 13. La palabra hebrea empleada por el Midrash, guezerá, significa tanto «decreto» como «escisión». 14. Exodo 19:20. 15. Ibíd. 24:1. 16. Números 8:2. 17. Proverbios 20:27. 18. Midrash Tanjumá, Nasó 16. «De esto se trata el hombre», escribe Rabí Shneur Zalman de Liadí en su Tania, «éste es el cometido de su creación y de la creación de todos los mundos, superiores e inferiores: que Di-s tenga un lugar de morada en este mundo inferior» (Tania, Cap. 36). 19. Esto explica por qué toda una sección de la Torá (Números 16-18) lleva el nombre de «Kóraj» – el nombre de un pecador. Porque debemos derivar los aspectos positivos del acto de Kóraj, su anhelo de una existencia más espiritual que la propia, y aplicarla a nuestras vidas.
TODO LO REFERENTE A ESTA PARASHÁ HA SIDO OBTENIDO DE: https://www.tora.org.ar/

No hay comentarios:

Publicar un comentario