Comentarios y Reflexiones
La lección que el pueblo aprendió
(selección extraída del libro "Fechas y conmemoraciones" por Shelomo Sued, © Shelomo Sued)
Este ayuno es llamado en el léxico de nuestros sabios: "El ayuno cuarto". Dicho apelativo, lo tomaron del versículo en Zacarías (8-19) que reza: "Así dijo el D-os de los Ejércitos: El ayuno del mes cuarto (17 de Tamuz); el ayuno del mes quinto (9 de Ab); el ayuno del mes séptimo (ayuno de Guedaliá) y el ayuno del mes décimo (10 de Tebet); se convertirán para la casa de Yehudd en días de gozo y regocijo...".
¿Cuál es la razón de este ayuno?.
La lección que el pueblo aprendió
(selección extraída del libro "Fechas y conmemoraciones" por Shelomo Sued, © Shelomo Sued)
Este ayuno es llamado en el léxico de nuestros sabios: "El ayuno cuarto". Dicho apelativo, lo tomaron del versículo en Zacarías (8-19) que reza: "Así dijo el D-os de los Ejércitos: El ayuno del mes cuarto (17 de Tamuz); el ayuno del mes quinto (9 de Ab); el ayuno del mes séptimo (ayuno de Guedaliá) y el ayuno del mes décimo (10 de Tebet); se convertirán para la casa de Yehudd en días de gozo y regocijo...".
¿Cuál es la razón de este ayuno?.
Nos explican nuestros eruditos en el Talmud, tratado de Taanit (26-1):
"Cinco desgracias acaecieron en este desdichado día, (en distintas épocas) al pueblo de Israel:
Primera: Moshé, nuestro insigne maestro, rompió las Tablas de la Ley al pie del monte cuando advirtió que Israel adoraba al becerro de oro.
Segunda: Se suspendió el sacrificio diario que se ofrendaba sobre el altar en la época del Primer Templo, por falta de ganado.
Tercera: Fue sitiada la ciudad de Jerusalém en la era del Segundo Templo.
Cuarta: Apostomós (Emperador de Roma) quemó la Torá.
Quinta: Fue colocado un ídolo en el arca sagrada".
La cita mencionada requiere un detenido análisis. Centrémonos en la primera de las desgracias ocurridas en este infausto día. Moshé recibió las Tablas de la Ley directamente de las manos de D-os para que se las entregara al pueblo de Israel. Cuando bajó del cielo se encontró con que, el pueblo (en su mayoría conversos Egipcios que se unieron a Israel en la salida de Egipto), estaba danzando alrededor del becerro de oro. Ante esa vergonzosa acción, Moshé tiró las Tablas de sus manos y las rompió.
Cabe preguntar: Si bien es aceptable la determinación de Moshé de no entregarle la Torá a los hijos de Israel, puesto que habían renegado de la fe en la unidad. de D-os; y por consiguiente quedaban descalificados para consagrarse como "El pueblo privilegiado", es incomprensible su actitud consiguiente de romper las tablas, pues de hecho no eran suyas. En su caso, debía devolverlas a D-os para que El decidiera que hacer con ellas. ¿Cómo se atrevió a romperlas?.
Y aún más: Estando Moshé en el cielo, sabía ya que Israel había hecho el becerro de oro. Claramente se lo dijo D-os: "Entonces, el Señor habló a Moshé diciendo: ¡¡Baja en seguida, porque se ha corrompido tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto!!". "Se ha apartado rápidamente del camino que le prescribí, hizo un becerro de fundición, se ha postrado ante él, le ha ofrecido sacrificios y ha dicho: Estos son tus dioses oh Israel, que te ha hecho subir de la tierra de Egipto" (Shemot 32-7/8).
Siendo así, ¿para que bajó las Tablas?. Ante ese vergonzoso panorama, las hubiese dejado en el cielo hasta que el pueblo se retractara de la falta en que incurrió, y solo después de recibir la clemencia Divina, se las hubiese entregado!.
Varias respuestas fueron vertidas en torno a este escabroso tema, producto de la pluma de nuestros grandes exégetas. Mencionaremos solo dos de ellas, dejando para el final un pensamiento que, con la ayuda de D-os, además de responder la interrogante, aclarará y acallará la gran polémica que se presenta frecuentemente.
* El exegeta Abarbanel, en su comentario sobre la Torá responde: "Con toda intención rompió Moshé las Tablas, pues quiso que el pueblo viera con sus ojos y percibiera con sus sentidos el gran daño que ocasionó. De haberlas devuelto al cielo intactas, jamás hubiese conocido Israel la gravedad del pecado, pues, mientras el ojo no ve con plenitud las consecuencias del acto, el corazón no siente ni comprende la dimensión del error. Con la ruptura de las Tablas, el pueblo comprendió inmediatamente su falta. De pronto se le cayó la máscara que cubría sus ojos. Su corazón se angustió, su espíritu decayó y casi desfalleció ante la cruda realidad que le acusaba y descalificaba. Esa sensación de culpabilidad, fue la que le otorgó a Moshé el valor para pedir perdón ante D-os, y éste a su vez, le otorgara el indulto".
* El exegeta Sefomo, basándose en ojo argumento, responde al interrogante de manera genial: "D-os es complaciente con el ser humano cuando éste peca y se rebela contra El. Bien sabe que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, de materia y espíritu, por lo que está propenso a caer constantemente, en la tentación y la rebeldía. La función del instinto del mal en este mundo es, incitar al hombre a la insubordinación, a la indisciplina, a fin de conducirlo finalmente hacia el pecado. El hombre, siendo el centro de batalla, logra en algunas ocasiones apaciguar sus pasiones, no obstante, en muchos otras, es dominado por ellas y transgrede. Ante esta etapa de rebeldía, todavía el rigor de la justicia Divina no actúa, no castiga, pues la misericordia celestial detiene y aplaca a los ángeles del mal, quienes se disponen castigar al transgresor. D-os espera al hombre con paciencia y consideración. Le brinda grandes oportunidades, le abre varios caminos para que despierte de su letargo y regrese contrito al camino correcto. No obstante, esta tolerancia se acaba en la etapa posterior al pecado. D-os es muy escrupuloso ante la reacción del pecador, pues ahí es precisamente cuando demuestra su verdadera personalidad; cuando sale a relucir su sentimiento interno. Básicamente hay dos formas de reacción:
Primera: "La vergüenza". El hombre se apena con D-os y consigo mismo por haber sucumbido ante el hechizo del instinto del mal, quien solo le ofrecía un placer pasajero, vano, carente de todo valor y él lo aceptó, haciendo a un lado la orden Divina que es la única que le otorga sosiego en este mundo y la que lo llevará a gozar plenamente del mundo venidero.
Segunda: "El descaro". El hombre no solo peca a ciencia cierta con alevosía y convicción, sino que también se enorgullece del pecado, goza de él y lo presume entre sus amistades.
La primera reacción es fácil de perdonar. La vergüenza pues, es una reacción espontánea que demuestra el remordimiento del infractor, y ella es, la que le abre la puerta a la complacencia de D-os. En cambio, el descaro es un defecto odiado, difícil de eximir, pues provoca que la ira Divina se encienda y como consecuencia, la clemencia tarde en llegar. En el suceso del becerro de oro, el pueblo no solo renegó de la fe en la unidad de D-os; no solo olvidó de pronto los grandes milagros que presenció en Egipto, en el mar y en el desierto, sino que también danzó descaradamente frente a él.
Con ese acto (la danza), Moshé ya se sentía desalentado, veía perdida la oportunidad de que Israel regresara al mismo nivel de espiritualidad en que se encontraba antes del pecado y pudiera recibir esas mismas tablas. Por esa razón las bajó y las rompió con firmeza y determinación.
* Los preceptos de la Torá están divididos básicamente en dos partes: Las obligaciones del hombre para con D-os, y las obligaciones para con la sociedad. Numerosos son los preceptos que D-os nos ordena en su Torá, no obstante, en esencia, están divididos en estos dos grupos. Respecto a la polémica citada anteriormente, muchos son los que piensan equivocadamente y determinan que, es suficiente con cumplir uno de estos grupos. "Basta con cumplir a la perfección la parte de las obligaciones para con la sociedad y ya no es necesario cumplir con las de D-os", opinan. "Aunque no guarde el Shabat ni respete las leyes de Kashrut, cumplo cabalmente con la sociedad, no robo ni engaño, y eso para mi, es lo principal", suelen decir.
Varias son las respuestas que refutan por completo y ponen en ridículo este falso y equivocado argumento. Sin embargo, nos conformaremos con aportar el siguiente pensamiento, que se relaciona -precisamente- con el tema del "Rompimiento de las Tablas".
Moshé también pensó -podríamos decir- de igual manera. Bien sabía, cuando estaba en el cielo, que el pueblo se había corrompido y había hecho el becerro de oro, y aún así, decidió bajar las tablas. Su cálculo se basaba precisamente en esta controversia. "Cierto! dijo Moshé, el pueblo pecó, pero solo incurrió en la parte de las obligaciones para con D-os; mas la segunda parte, la que trata sobre el respeto y el derecho al prójimo aún la cumple cabalmente. Entre ellos, reina todavía la hermandad y la unidad".
"Vale la pena entonces, entregarle la Torá, pues por medio de su luz sagrada, logrará elevarse espiritualmente, y de ese modo corregirá la parte averiada". Mas cuando bajó del monte y advirtió que el pueblo mató a "Jur" (hijo de Miriám) por haberle aconsejado que no cayera en la precipitación y no hiciera el becerro de oro (Midrash Raba, Perashat Ki Tisá 41-7), comprendió (Moshé) que las dos partes están entrelazadas, y una sin la otra, no produce el efecto requerido en el carácter del individuo para elevarlo y perfeccionarlo. Por esa razón rompió las tablas, para enseñarle al pueblo y a las generaciones futuras la siguiente lección:
"Quien no cumple con la parte de sus obligaciones para con D-os, Finalmente llegaría a incumplir con las de la sociedad".
Las dos partes provienen del mismo origen -de D-os- por lo que no se da lugar a divisiones ni concesiones. Ambas otorgan, influencia santa en el corazón del hombre, dotándolo de sutileza espiritual, nobleza y dignidad. El incumplimiento de una de ellas, deja al hombre vulnerable frente a las tentaciones que lo acosan constantemente y lo alejan de D-os. Solo aceptando los preceptos de la Torá en todo lugar, a cada momento y en cada acto, tanto si se relaciona con D-os o con la sociedad, podremos aspirar a llegar, si no a la perfección, al menos a lo más cercano a ella.
Duelo para todos
(selección extraída del libro "Fechas y conmemoraciones" por Shelomo Sued, © Shelomo Sued)
Nuestros santos sabios dictaminaron que estos veintiún días, que comienzan a partir del ayuno del diecisiete de Tamuz hasta el ayuno del nueve de Ab, sean de duelo y lamentaciones.
En este período la suerte del pueblo de Israel no es fructífera. Las numerosas desgracias, que ocurrieron en estas fechas, tales como: La destrucción de los dos Templos Sagrados, las inquisiciones, holocaustos y demás pogroms, han manchado el calendario Judío por el resto de las generaciones.
No obstante, este duelo no nos baja la moral ni mucho menos nos acompleja, pues, ciertamente no es eterno. Solo debemos guardarlo y respetarlo, hasta que D-os se apiade de nosotros y con su gran misericordia nos conceda la redención final.
El tema requiere un detenido análisis.
Los distintos estatutos que nuestros grandes sabios dictaminaron a través de los siglos, han guardado por siempre, un equilibrio equitativo y un lineamiento fundamental, los cuales, conservan hasta la fecha, una estrecha vinculación con los problemas actuales. Cuando nuestros eruditos se disponían a decretar una ley o formalizar una tradición, buscaban que éstas (las leyes y las tradiciones), solucionaran la cuestión que les aquejaba en ese momento, y a la vez, sirvieran como instructivo para las generaciones futuras.
Tratándose del duelo mencionado anteriormente, varias son las interrogantes que afloran de manera espontánea. ¿Con qué finalidad decretaron nuestros santos sabios estos días de aflicción?. ¿Acaso con este duelo parcial que guardamos año tras año, repararíamos las faltas que originaron el grave destierro?. Además, ¿cómo se relacionan con la problemática de este siglo XX?. Y por último: Bien es conocida la sentencia de nuestros eruditos, que con sus sacrosantas palabras afirmaron: "El Mesías no se presentará para redimirnos, sino hasta que toda la generación sea merecedora o culpable" (Talmud, tratado de San-hedrín 98-1).¿Acaso puede el hombre cambiar a todo el mundo para que sea merecedor?. ¿Qué pretenden de nosotros?.
Podríamos explicarlo de la siguiente manera.
Para lograr comprender el profundo significado que se encierra en éste decreto (el luto de Ben Hametzarím), debemos dilucidar primeramente el origen y las razones del concepto de duelo.
¿Con qué propósito los Jajamím (sabios) establecieron su rito?, ¿hasta donde llega su trascendencia?, ¿cuales son sus objetivos?.
En verdad, muchos son los beneficios (directos e indirectos) que se obtienen a través del mecanismo del duelo. Enumerarlos todos sería imposible, y menos aún cuando el suscrito desconoce el fondo de la cuestión. Sin embargo, nos limitaremos en mencionar solo tres de sus resultados inmediatos (en forma breve y esencial), dejando para el final un pensamiento aleccionador.
Primero: El duelo encierra una profunda consideración de respeto y honor hacia el difunto (o hacia la desgracia ocurrida). Sería inmoral e ingrato olvidar de pronto los nexos emocionales y sentimentales que se guardaban con el ser desaparecido, y borrar de raíz su recuerdo. El rito del duelo, ayuda a esta causa y la soluciona.
Segundo: El duelo mitiga el dolor. Durante los siete días de luto, el deudo vierte y desahoga la amargura que acumuló en los días que sucedía la desgracia. Narra los pormenores de la misma, describe las cualidades y las anécdotas del difunto, y ello le aliviana el dolor y lo hace sentir menos deprimido.
Tercero: El duelo ayuda psicológicamente al deudo a sentir que está haciendo, lo que está en su alcance por hacer. En el momento de los hechos, cuando la desgracia ocurría, el deudo no pudo hacer nada para detener el deceso de su ser querido, o en su caso, para evitar el desastre que se avenía. Ello por consiguiente lo hizo sentir mal, psicológicamente se sintió inútil, disminuido, y en algunos casos, hasta culpable. El acto del duelo lo ayuda a liberarse de esa presión. El sentarse los siete días reglamentarios en el suelo; el decir el Kadísh (Rezo luctuoso), lo hace sentir que está haciendo "Algo" por su ser querido, y ello lo tranquiliza y consuela.
En relación con el duelo de "Ben Hametzarím", podríamos decir que, nuestros sabios tejieron una nueva idea en torno al tema del duelo; un nuevo enfoque que se ajusta precisamente, al equilibrio y lineamiento mencionado anteriormente. Al hombre, no se le pide que cambie al mundo, como tampoco se espera que con su semi-duelo se acaben ya todas las adversidades para el pueblo de Israel, pues, esta disposición, en realidad, escapa al alcance del humano. Lo que se le exige es: "Que se una plenamente al dolor de su pueblo".
Que no permanezca indiferente a la pena de sus hermanos; que participe activamente en la desgracia de la sociedad y de los suyos. Que sienta en una ínfima parte, el dolor que padece D-os por el destierro de sus hijos. Cómo puede el hombre ser apático al clamor de D-os, quien diariamente desde las alturas pía como la paloma y dice: "¡Ay de mis hijos, que por sus pecados destruí mi casa (Templo), quemé mi arca sagrada y los desterré a las naciones del mundo!!" (Talmud, tratado de Berajot 3-1).
Si el hombre de hecho no puede aportar una solución concreta al grave destierro, al menos que lamente lo sucedido, que llore por la destrucción de los Templos sagrados y que reze a D-os para que se apiade de nosotros y ponga fin a nuestras desgracias. La Torá ve con ojos muy severos la apatía del hombre hacia los problemas y reveses de la sociedad. La indiferencia endurece las fibras más íntimas del sentimiento, y ello por consiguiente, convierte al hombre en insensible e irresponsable.
A continuación, solo unos ejemplos de las sentencias de nuestros sabios, las cuales nos ilustrarán la desventura que le llega a aquél que se desentiende de las penas de su prójimo, y por el contrario, la dicha que alcanza a aquél que se une y participa en las desdichas de la sociedad.
* Yaacob, nuestro patriarca, trabajó siete largos años con Labán, su suegro, a fin de casarse con Rajel, su hija menor. Su trabajo fue arduo y penoso, de día lo consumía el calor y de noche la helada. Jamás le presentó a su patrón una oveja devorada por las fieras, como tampoco cabras sin cría. No obstante, no logró su cometido. Labán lo engañó y puso bajo la Jupá (palio nupcial) a Leá, su hija mayor. Después de otros siete años, similares a los primeros, Yaacob alcanzó su propósito y se casó también con Rajel. La historia relata que, Lea engendraba y paría hijos de manera regular, y Rajel, que originalmente tenia que ser la esposa de Yaacob, no embarazaba. Desesperada ante la terrible situación que la oprimía, llegó con Yaacob y le dijo: " ... engéndrame hijos, pues, de lo contrario, prefiero la muerte". Yaacob le respondió molesto e irritado: " ... ¿acaso estoy yo en lugar de D-os, que privó de ti fruto de vientre?" (Bereshit 30-1/2). Sobre esta respuesta comenta el Midrash Rábá (Perashat Vayetsé 71-10): D-os le reclamó a Yaacob diciéndole: "¡¿Así se les responde a las angustiadas?!!", "Juro que finalmente tus hijos reverenciarán a los suyos!" (Las tribus se pararían ante Yosef pidiéndole misericordia). Hasta aquí la cita.
Analicemos: ¿Por qué le llegó este castigo a Yaacob?; ¿acaso no tenía lógica la respuesta que le dio a Rajel?; ¿qué podía hacer él si D-os no la agraviaba con hijos?.
La respuesta a esta interrogante confirma lo aseverado anteriormente. No podía darle hijos, pero sí podía unirse a su dolor. Como esposo y en calidad de Patriarca, debía oírla; dejarla que se desahogara, calmarla, consolarla y finalmente, rezar por ella; y puesto que quedó indiferente a su dolor, fue castigado.
* En contraste, Moshé nuestro insigne maestro, tuvo el mérito de ser el guía de Israel, gracias a su interés y preocupación por los sufrimientos que sus hermanos padecían en Egipto. El, en calidad de hijo adoptivo de Batiá, la hija del Faraón, podía desentenderse, si era su deseo, de los problemas de su pueblo, al fin y al cabo, vivía en el palacio real como un verdadero príncipe. Todo lo tenía, de todos los privilegios gozaba, y sin embargo, su conciencia no estaba tranquila. ¡Cómo podía estarlo mientras veía a sus hermanos sufriendo, siendo castigados y despojados de toda libertad!!. Por ellos sacrificó su comodidad, su honor y hasta su vida. Así lo narra el Midrash Tanjumá (Perashat Shemot 9): "Cuando Moshé veía sus pesados trabajos, lloraba y decía: ¡Daría mi vida por ustedes!". "Ponía su hombro y ayudaba a cada uno de los esclavos, para aligerarle el duro trabajo" "Cuando advirtió que el Egipcio le pegaba al Hebreo, pronunció el nombre sagrado de D-os, y con ello mató y sepultó al Egipcio". No le interesó el grave riesgo que conllevaba aquél acto, pues, de haberse enterado la justicia Egipcia, le hubiesen decretado la pena de muerte (como en realidad finalmente, así ocurrió). Defendió lo que creía suyo hasta su último aliento. Participó plena y activamente con la desgracia de sus hermanos. Dejó a un lado la apatía, el egoísmo y la comodidad, por eso llegó a ser quién fue.
* El Talmud en el tratado de Babá Metziá (85-1) narra una conmovedora anécdota que le sucedió a "Rabí Hakadósh" (Título Honorífico que se le otorgó exclusivamente a su persona por su alta santidad y consagración). Cierta vez, Rabí iba caminando por la calle y observó como un Shojet (degollador ritual) se disponía a degollar a un pequeño borreguito. El borreguito, que por instinto natural, sintió que le llegaba su hora, escapó desesperado de las manos del Shojet y se cobijó tras la túnica de Rabí, como pidiéndole protección. Rabí, en un acto sorprendente, sacó al borreguito de entre su túnica y le dijo: "¡Ve al degüello, pues para eso fuiste creado!". Narra el Talmud que, a raíz de esa actitud, D-os le decretó a Rabí, grandes sufrimientos para que lo torturaran por muchos años. La medida de la justicia fue muy rigurosa con él. No se le perdonaba el castigo, hasta que remediara su conducta.
Cierta vez, la criada de su casa se encontraba realizando el quehacer doméstico, de pronto encontró a unos ratones escondidos y los barrió con violencia hacia afuera. La reprochó Rabí y le dijo: "¡Ten misericordia de las criaturas de D-os!, si quieres sacarlos, sacalos, pero con paciencia y piedad!. A partir de entonces, Rabí se curó y no sufrió más" (Hasta aqui la cita).
Analicemos: ¿Acaso Rabí no tenía razón con respecto al borreguito?; al fin y al cabo, el destino del animal es el degüello. Así lo dispuso D-os y así lo escribió textualmente en su Tora: "Todo reptil que vive, a vosotros serviré para comer, como la verdura de hierba (que permití comer a Adám), os di todo a vosotros" (Bereshit 9-3); ¿por qué entonces fue castigado?. Es que aún teniendo la razón, debía apiadarse del animal que le pedía protección. El permaneció indiferente a su llanto, buscó solo lo correcto; buscó solo la finalidad, y por lo mismo, endureció sus finos sentidos y estropeó su nobleza, factores vitales en el servicio a D-os, por eso fue castigado. Mas cuando se apiadó dé los ratones, volvió a recobrar esa delicada sensibilidad que había perdido. Entonces comprendió que aún actuando correctamente, no se debe ser apático al clamor de los animales, ni mucho menos al de los seres humanos. El unirse a la pena del compañero, hace del hombre, hombre. Le ayuda a avivar sus sentimientos, a refinar su aparato sensorial; mas como factor principal, lo induce a imitar a uno de los grandes atributos de D-os, el que indica: "Así como El es piadoso, tú también se piadoso" (Talmud, tratado de Shabat 133-2).
Las tablas Rotas: una puerta al arrepentimiento
Extraído de Nosotros y el tiempo. Escrito por el Rab Eliahu Kitov
El 7 de Siván, luego de que fuera entregada la Torá, Moshé volvió a ascender al Monte Sinaí para aprender del Todopoderoso los principios generales, los detalles e inferencias de la Torá, y para recibir las Tablas de Testimonio.
Antes de ascender a los Cielos, Moshé dijo al pueblo: "Luego de que hayan transcurrido cuarenta días, en el comienzo de la sexta hora, regresaré y os traeré la Torá". El pueblo supuso que el día mismo del ascenso debía ser considerado como el primero de los cuarenta días -siendo cada uno un día completo de veinticuatro horas-. Sin embargo, la intención de Moshé era que cada día debía ser completo, es decir, debía incluir la noche anterior [pues según el calendario judío el día comienza desde la noche que le precede], y por cuanto él subió de día, la cuenta debía comenzar a partir del día siguiente [que ya incluía la noche]. Así, según su cuenta, el plazo culminaba el 17 de Tamuz.
El 16 de Tamuz vino el Satán y trajo con él oscuridad y confusión, lobreguez y desorden. Les preguntó [a los Hijos de Israel]: "¿Dónde está Moshé, vuestro maestro?"
Ellos respondieron: "Ha ascendido al Cielo".
Les dijo: "La sexta [hora] ha llegado [es decir, él ya debería haber regresado]", pero no le prestaron atención.
"¡Está muerto!", [dijo el Satán,] pero no le prestaron atención. Entonces, les mostró la imagen de su lecho de muerte [de Moshé] (Talmud, Shabat 89a).
La fe que el pueblo había depositado en Moshé y en cada una de sus palabras era incluso mucho más grande que la que un hombre tiene en algo que ve o conoce por sí mismo. Así, en el momento en que una sola cosa que Moshé les había dicho no se cumplió, sintieron como si el cielo y la tierra hubieran colapsado y perdieron el control de sus sentidos. La intensidad de su apego a Moshé, el hombre de Di-s, era tan grande, que ya no podían continuar ni una hora sin él. Fue entonces que se acercaron a Aharón -confundidos y como enloquecidos- y le pidieron: ¡Haznos un dios! (Éxodo 32:1)
¿Cómo era posible que una nación que había presenciado la visión de Di-s y Lo había escuchado hablar, pudiera volcarse a la idolatría con tanta rapidez?
¿Cómo era posible que toda la nación se viera movida unánimemente hacia una transgresión sin dividirse en grupos diferentes con distintas ideas? ¿Y cómo fue que ningún miembro de la tribu de Leví se sintió atraído a venerar al
falso dios?
¿Dónde estaban Najshón ben Aminadav y sus compañeros? ¿Dónde estaban los setenta Ancianos a quienes Di-s más tarde hizo depositarios del Espíritu Divino? ¿Dónde se encontraban Calev, Urí, Betzalel y todas las otras personas absolutamente justas? ¿Fueron todas víctimas de este pecado?
El tema puede comprenderse de la siguiente manera: Como preparación para el recibimiento de la Torá, Di-s purificó las almas de todos los judíos, y fue así que aceptaron la Torá como si fueran un "solo hombre, con un único corazón". Pero cuando construyeron el Becerro de Oro no todos estaban unidos en este acto -Di-s libre-; de hecho, se habían dividido en muchos grupos diferentes.
Cuando se acercaron a Aharón y le dijeron Haznos un dios, casi todos lo dijeron en nombre del Cielo, con intenciones puras. Aunque nadie sabía lo que Aharón haría, todos querían tener una participación absoluta para que a través de sus acciones surgiera un poder equivalente al de Moshé, quien iría delante de ellos (Exodo 32:1).
Luego de que surgió el becerro como resultado de la brujería de aquellos que practicaban y se encontraban sumidos en la idolatría, las diferencias de posturas se revelaron. Estaban aquellos, unos pocos, que al ver semejante imagen idólatra retomaron de inmediato sus antiguas prácticas paganas. Fueron advertidos, pero no se intimidaron.
Otros, más numerosos que los del primer grupo, que mantenían apenas un vestigio de su inclinación anterior [de idolatría] por cuanto el deseo de practiar cultos paganos no había sido totalmente erradicado de sus corazones sino sólo aplacado momentáneamente por el imponente efecto de la revelación en el Monte Sinaí y las maravillas que habían presenciado previamente, sintieron en aquel momento un despertar de su [mala] inclinación anterior que los movió a enaltecer a aquellos que veneraban al ídolo, mientras observaban y se regocijaban.
Sin embargo, otros -un tercer grupo- quedaron atónitos por la terrible escena que estaban presenciando y comenzaron a burlarse tanto de aquellos que veneraban al becerro como de aquellos que se mostraban inquebrantables en su fe. Vieron que ambas facciones se estaban maldiciendo entre sí y dijeron: "Ambas posturas son igualmente erróneas", y denigraron a ambas.
Por último, estaban los justos del pueblo, que, al ver la terrible y decadente situación de sus hermanos, se desanimaron y perdieron toda esperanza de que estos se arrepintieran. Y aunque lo hicieran, no creían que el arrepentimiento de aquellos pudiera ser aceptado por Di-s ni que a partir de ellos se formara "una nación de kohaním y un pueblo santo". Fue así que se dirigieron a sus hermanos y les dijeron: "Vosotros no sois más nuestros hermanos; no seréis contados en la congregación de Di-s".
Aunque los grupos se dividían en cuanto a su actitud hacia el Becerro de Oro -y las diferencias entre ellos eran tan opuestas como el este y el oeste-, Di-s describió sus acciones a Moshé como si todos fueran culpables de idolatría. Incluso aquellos cuya intención era defender a Di-s de quienes suscitaban Su ira, de no haber atribuido algo de verdad al culto idólatra, jamás habrían perdido las esperanzas por sus hermanos. Por el contrario, habrían considerado su díscolo comportamiento como una travesura de jóvenes estudiantes cuyo maestro no se encuentra con ellos. ¿Acaso existe algo substancialmente real en la idolatría que pueda extirpar la santidad del Pueblo de Di-s para siempre?
Moshé debía regresar al día siguiente. Aquellos que habían pecado serían castigados y el resto de la nación regresaría a sus patrones normales de comportamiento. Además, su vergüenza por haber pecado los llevaría a aferrarse a Di-s con más fuerza aún, mucha más que antes de haber pecado. ¿Por qué, entonces, estaban tan indignados los justos? ¿Por qué decían que ya no había esperanza para quienes habían venerado al ídolo? ¡Sólo podía ser porque ellos mismos también atribuyeron al ídolo cierto grado de poder! En verdad, la nación toda, de alguna manera, se había corrompido.
De hecho, cuando Moshé descendió de la montaña al día siguiente y proclamó (Exodo 32:26): Quien esté del lado de Di-s que se una a mí, sólo se presentó la tribu de Leví. Los miembros de esta tribu se diferenciaban de los justos de las otras sólo en el hecho de que obedecían a Moshé por completo y estaban dispuestos a seguirlo aunque dijera que "la derecha era izquierda, y la izquierda derecha". Eran como un ejército disciplinado que sólo aguarda la orden de su comandante. Por el contrario, los otros justos y piadosos de la nación dijeron: "¿A quiénes llamas? ¿A aquellos que pecaron, o aquellos que no protestaron? ¿Crees posible devolver al pueblo a su condición anterior por su intermedio? Ni por ellos ni por nosotros será construida la Casa de Di-s".
Su duda en cuanto a Moshé equivalía a dudar acerca de Di-s mismo. Esta no era una actitud propia de una nación que había estado al pie del Monte Sinaí, de un pueblo ante el que cielos y firmamentos se habían abierto mostrando como no hay nadie fuera de El (Deuteronomio 4:35). Era indecoroso de su parte creer que un mero ídolo tenía la capacidad de corromper y profanar una nación santa de forma tal que nunca podría llegar a rectificarse.
La rotura de las tablas
Cuando Di-s entregó las Tablas a Moshé, ellas soportaban su propio peso. Pero cuando Moshé descendió del Monte Sinaí y se aproximó al campamento hebreo, viendo el becerro que el pueblo había construido, las letras se separaron de las Tablas, salieron volando, y éstas se tornaron muy pesadas en sus manos. De inmediato, Moshé se enojó y las arrojó de sus manos (Éxodo 32:19) (Midrash Tanjumá, Ki Tisá).
¿Cómo fueron rotas las Tablas? Cuando Moshé subió al Monte a recibirlas y descendió, estaba muy feliz y contento. Pero al notar que los judíos habían pecado, dijo: "Si les entrego las Tablas ahora los obligaré al cumplimiento de mitzvot muy importantes y, por su condición actual, serían pasibles de la pena de muerte, por cuanto está escrito: No tendréis [otros dioses]" (Exodo 20:3). Entonces regresó. Los Ancianos lo vieron y corrieron tras él hasta alcanzarlo. Moshé se aferró a las Tablas y ellos también, pero la fuerza de Moshé era mucho mayor que la de los setenta Ancianos juntos, como declara el versículo: Y ante toda la mano poderosa (Deuteronomio 34:12). Moshé miró las Tablas y vio que las letras se elevaban hacia el cielo. En ese momento las Tablas se hicieron muy pesadas, cayeron de sus manos, y se rompieron. Otros Sabios opinan que Moshé no rompió las Tablas sino hasta que Di-s le dijo, aprobando su proceder, que tú has quebrado (Exodo 34:1); o sea, que "seas fortalecido" -iyasher kojajá, expresión que denota "felicitación"- por haberlas quebrado (Ialkut Shimoní, 393).
¿Con qué puede compararse ello? Con un rey que desposó a una mujer a quien escribió una ketubá -contrato matrimonial donde se especifican los deberes del hombre hacia su mujer- que dejó en manos de un miembro del séquito real. Más tarde, se divulgaron informes difamatorios acerca de su fidelidad. ¿Qué hizo el funcionario del séquito real? Rompió inmediatamente la ketubá. Dijo: "Es preferible que su esposa sea juzgada como una mujer soltera y no como una mujer casada". Eso mismo hizo Moshé. Dijo: "Si no rompo las Tablas, el pueblo de Israel no tendrá existencia, como expresa el versículo (Exodo 22:19): El que hiciere una ofrenda a dioses falsos será exterminado". ¿Qué hizo entonces? Las rompió y dijo a Di-s: "Ellos [los Hijos de Israel] no sabían lo que estaba escrito en ellas" (Shemot Rabá, 46:1).
Una oportunidad para quienes buscan arrepentirse
En ninguna generación hubo menos probabilidades de que se cometiera tamaña transgresión que en aquella, por cuantera la más ilustre de todas las épocas, llena del conocimiento de Di-s. Ello es cierto también respecto de todos los demás pecados que cometieron -como ser el envío de los espías a la Tierra Prometida, las quejas contra Di-s, y la disputa de Kóraj y su facción-. ¿Por qué entonces, Di-s, quien prevé el futuro y divisa todas las generaciones, hizo que esta "generación ilustre" fuera culpable de transgresiones tan graves?
La finalidad de ello fue enseñar a las masas el camino hacia el arrepentimiento. Los Hijos de Israel acababan de convertirse en nación. Desde un principio la Shejiná (Presencia Divina) moró en medio de ellos, comían pan proveniente del Cielo y bebían agua de un manantial que fluía milagrosamente. Acampaban según sus estandartes, siempre circundados por las nubes de gloria, y con Moshé y Aharón sirviendo como sus dirigentes.
Pero el camino que se abría ante ellos era sumamente largo, uno que podía extenderse por miles de años antes de alcanzar el fin de los tiempos. Asimismo, también era extremadamente peligroso, plagado de pruebas de pobreza y riqueza, de esclavitud y libertad. Muchas trampas estaban tendidas a su paso con las que Israel podía tropezar, cayendo en el pecado, rebelándose y actuando erróneamente. Para no tener lugar a decir: "Hemos caído en el pecado y el camino al arrepentimiento está cerrado a nosotros; estamos perdidos para siempre", Di-s les enseñó, a ellos y a todas las generaciones futuras, el camino de retorno hacia El. Aunque se encontraran dispersos en los rincones más remotos de la Tierra, Di-s los traería de vuelta y los retornaría hacia El (Nejemías 1:9). Ninguna generación pudo cometer un pecado más grave que aquella en el desierto; sin embargo, Di-s la hizo regresar a Sí y la convirtió en Su herencia preciada.
El Talmud (Avodá Zará 4b) señala:
Rabí Iehoshúa ben Leví dijo: El pueblo de Israel hizo el Becerro sólo para dar una oportunidad a aquellos que buscan arrepentirse, como expresa el versículo (Deuteronomio 5:26): ¡Ojalá estos sentimientos perduren en ellos, para que Me teman y observen todos Mis preceptos para siempre! Rashi explica que los judíos de aquella generación eran fuertes y valerosos en su temor a Di-s, y poseían un dominio absoluto sobre su "mal instinto" (iétzer hará). Sin embargo, era la voluntad de Di-s, un decreto del Rey, que éste [el iétzer hará] se impusiera a ellos [haciéndolos pecar] para brindar una oportunidad a aquellos que buscan arrepentirse, y que estos aprecien que los portones del arrepentimiento nunca se cierran. Si un pecador dice: "No me arrepentiré ya que [Di-s] no me aceptará", se le responde: "Ve y aprende del episodio del becerro, cuando [los judíos] negaron a Di-s, mas cuando se arrepintieron fueron aceptados por El".
También el Profeta (Isaías 1:18) dijo: Venid y aclararemos juntos... si vuestros pecados son como el carmín, se tornarán blancos como la nieve. Esta es la forma en que actúa el iétzer hará: Primero seduce al hombre a pecar. Luego, cuando éste se ve envuelto en el pecado y busca arrepentirse, le dice: "¿Qué sentido tiene tu arrepentimiento? No será aceptado". Por ello, el Profeta declara al pueblo [en contra de este argumento]: Si vuestros pecados son como el carmín, [al arrepentiros] se tornarán blancos como la nieve.
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