domingo, 6 de junio de 2010

Preparación para la eternidad

En una ocasión, un niño pequeño, hijo único, tenía una enfermedad incurable, y sabia que le quedaban pocos días para morir. Tenía miedo.

Un día, el niño, sorprendentemente, le pregunta a su madre: Mamá, ¿a que se parece morir?, ¿duele? La madre, con los ojos cegados por las lágrimas, no tuvo respuesta. Pidió a D-os que le diese fuerzas e inteligencia para contestar a su hijo. Y al rato, le dijo: Mi querido Mijail, ¿recuerdas cuando eras más pequeño y jugabas con papa y mama en la cama? Te quedabas dormido en nuestro dormitorio. Pero por la mañana, te levantabas y estabas en el tuyo, en tu propia cama. Alguien que te amaba mucho, tu papa, vino con sus brazos y te cargó.

La madre hizo una pausa. Continuó: Pues Mijail, la muerte es exactamente así: Nos levantamos una mañana y nos encontramos cómodamente en otro dormitorio, el nuestro, a donde realmente pertenecemos. Nuestro Padre Celestial nos llevó hasta allí porque El nos ama.

El pequeño sonrió satisfecho a su madre. Ya no había más miedo, más preocupación, solo amor y confianza, mientras esperaba encontrarse con su Padre Celestial en el Cielo. Nunca más preguntó. Y varias semanas después, el pequeño cayó dormido tal y como su madre le había anticipado.

La respuesta tan simple de esta madre refleja los más profundos pensamientos de los grandes sabios judíos. En el Talmud, Rabí Iaacob expresa este principio fundamental: “Este mundo es como una antesala previa al mundo venidero. Prepárate en la antesala para que puedas entrar al banquete”. (Avot, 4:21)

Así, pasamos a través de la antesala, al hall de entrada. La cortina se descorre y vivimos nuevamente.

Cuando un bebe nace, él escapa de los confines de la matriz (primera fase de la vida), liberando su cuerpo para moverse y sentir, pasando así a la segunda fase de la vida, la actual, física y por 120 años. Aquí nuestro cuerpo es la segunda matriz. Pues cuando morimos, salimos de esa segunda matriz y volvemos a nacer a la tercera fase de la vida, una nueva vida 100% espiritual. Y no nacemos de nuevo con la frente arrugada, los ojos ensombrecidos, no con la mente cautiva de miedos ni atormentados por arrepentimientos. No con un corazón destrozados por amargas memorias, ni malos recuerdos. No de esta forma.

Definitivamente, nos levantamos y nos elevamos, para nunca mas ser carne mortal, sino claros y brillantes, envueltos en el resplandor de la Piedad y Misericordia Divina. Así D-os lo ha prometido a sus profetas Isaías, Daniel y Ezequiel.

Confiando en D-os ya no tememos, pues verdaderamente no hay nada en que temer. Y cuando una persona no teme a su muerte, entonces ya no sentirá temor por nada. Solo entonces, cuando ya no tememos, comenzamos a vivir. Entonces experimentamos cada placer y cada dolor. Comenzamos a vivir y estamos agradecidos por cada momento de esta vida. Sin temor a la muerte.

Un hombre que teme a la muerte es, en cierta medida, también temeroso de la vida; pero cuando la muerte pierde su rostro aterrador, cuando se convierte en un hecho valioso, entonces la vida también merece ser bien vivida. Y cuando tienes algo por lo que vivir, un ideal, una meta, una FE, cuando llega la muerte, lo hace como un amigo bienvenido envidado para introducirnos en una nueva vida. O sea, un nuevo nacimiento.

“Aunque tenga que pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque Tu estas conmigo... Que la bondad y la misericordia me persigan todos los días de mi vida” Tehilim 23:4,6

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