Esta parashá nos cuenta que el pueblo de Israel, en su camino hacia la tierra prometida, le pidió al rey de Edom que lo deje pasar por su territorio, para acortar camino al ingresar a la tierra desde el sur, sin tener que realizar un giro entrando por el este.
Moshé le dijo que el pueblo de Israel utilizaría solamente el camino principal, sin desviarse hacia otros rumbos. También le dijo que el agua que el pueblo habría de beber sería bien pagada. Sin embargo, el rey de Edom se rehusó, y le mandó a decir a Moshé que si los judíos intentarían pasar por su territorio, él les declararía la guerra. Entonces Moshé desvió al pueblo y no volvió a insistir.
Más tarde, un incidente similar tuvo lugar cuando el pueblo llegó a la frontera del pueblo de Emor. Moshé le pidió permiso al rey Sijón, para que los deje cruzar por su tierra, con las mismas condiciones que le ofreció al rey de Edom. En este caso el rey Sijón, sin responderle nada a Moshé, salió directamente a atacar al pueblo de Israel. El resultado fue que, con la ayuda de D'os, el pueblo conquistó su territorio, al este del río Jordán.
Estos dos sucesos que acabamos de citar son desconcertantes, ya que en ambas oportunidades lo único que se pidió fue acortar camino. Al rey de Edom le alcanzaba con responder que no nos daba permiso, pero además él amenazó con salir a la guerra. Y más asombrosa fue la reacción de Sijón, que sin responder salió a atacar a un pueblo que portaba un mensaje de paz en su boca - ya que el pueblo de Israel no estaba interesado en conquistar su territorio.
Sin embargo, el Rab Iehonatán Aibshitz nos explica que aquellos pueblos tuvieron una razón para hacer lo que hicieron, y para entender estos episodios debemos recordar el momento histórico que se estaba viviendo.
El pueblo de Israel acababa de salir de Egipto y de recibir la Torá. La salida de Egipto no sólo fue importante para los judíos por haberse liberado de la esclavitud, sino también por haber vivido durante diez meses todos los milagros que D'os les hizo allí, durante el proceso de la liberación. Con cada plaga sobre los egipcios, los judíos palpaban más la existencia de D'os y, consecuentemente, se acercaban más a Él.
Cincuenta días más tarde, la fe del pueblo llegó a la cima cuando vivieron la revelación de D'os mediante la entrega de la Torá, que como sabemos, fue un acontecimiento único en la historia. A partir del momento en que se entregó la Torá, el judío obtuvo respuesta a la famosa pregunta: ¿Cuál es el significado de la vida?
Un pueblo entero se encaminaba ahora según los valores espirituales que les enseñó la Torá.
Tanto el rey de Edom como el rey Sijón, sabían muy bien que la cultura en la cual sus pueblos crecieron, no ofrecía respuestas a las preguntas más fundamentales de la vida. Ellos tampoco le entregaron a sus pueblos un proyecto de vida como el que acababa de recibir el pueblo judío, y eso los enfrentaba a un riesgo muy grande, ya que si permitirían que el pueblo de Israel pasase a través de su territorio, sus pueblos verían que en el pueblo judío sí había valores reales.
Es por este motivo que estos dos reyes prefirieron amenazar o salir a la guerra, a pesar del costo tan alto que ello implicaba, antes que darle a su gente la oportunidad de ver a un pueblo con ideales elevados.
Y este punto lo vemos a través de toda la historia, cuando los judíos que rigieron sus vidas como realmente pide la Torá fueron un ejemplo para todos las personas que los vieron.
En el tratado de Avodá Zará, el Talmud cuenta que el Cesar envió a su sobrino Onkelós a que salga a conocer el mundo, pues él sería el heredero del trono, y para poder ser un buen emperador había que conocer las necesidades del pueblo, tanto las económicas como las sociales.
Onkelós salió a cumplir con el pedido de su tío y como era de esperarse, él se encontró con el pueblo judío. No transcurrió mucho tiempo hasta que se dio cuenta de que la verdad estaba en el pueblo judío y no en el imperio romano.
Onkelós siguió averiguando e investigando hasta que decidió convertirse al judaísmo. Obviamente, esa no fue una decisión fácil para él, pues en esa época el imperio romano dominaba sobre la mayor parte del mundo, y él era el heredero del trono. Y por supuesto que al convertirse al judaísmo, él perdería todo ese gran honor.
A pesar de la gran prueba que tenía delante de él, Onkelós decidió formar parte del pueblo judío, y después de convertirse no regresó al palacio real, pues naturalmente prefirió vivir entre los judíos.
Al enterarse de esto, el Cesar mandó una distinguida comitiva para que lo convencieran de volver al palacio, y de esta manera abandonar su nuevo camino. Pero cuando los hombres de la comitiva se encontraron con Onkelós, éste comenzó a formularles preguntas que los convencieron de que no hay una mejor vida que la del judío, y todos ellos terminaron convirtiéndose.
Al llegarle esta noticia al Cesar, decidió enviar otra comitiva ordenándoles que trajeran a su sobrino sin hablar ni una palabra con él. Ellos llegaron a la tierra de Israel, y sin decir ni una sola palabra, lo arrestaron.
Cuando estaban saliendo de la casa, Onkelós se acercó a la puerta y besó la mezuzá.
Él les preguntó: "¿Saben qué es esto?".
"No" - respondieron.
Entonces Onkelós les respondió que eso era una mezuzá, y que se ponía en el marco de las puertas para que D'os cuide a quienes están adentro.
"Y esta es la diferencia entre D'os y los reyes humanos" - agregó. "Pues los reyes están sentados en sus tronos y sus soldados los cuidan, pero D'os se comporta de manera opuesta, pues mientras sus hijos están sentados adentro, Él los cuida desde afuera".
De esta manera, él logró convertir también a la segunda comitiva.
Cuando el Cesar se enteró de lo ocurrido, ya no volvió a insistir, pues se dio cuenta de que el cambio que hizo su sobrino fue bien meditado, y no la consecuencia de un entusiasmo momentáneo, motivo por el cual no podría persuadirlo de volver al palacio.
Este es un punto muy importante que aprendemos de nuestra parashá: La responsabilidad que tiene cada judío de demostrar mediante su comportamiento que hay una sola verdad y a ella todos pueden acceder, aprendiendo qué es lo que D'os pide de nosotros.
Ese fue el miedo de los reyes de Edom y Emor, que surgió como consecuencia del ejemplar comportamiento del pueblo judío.
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