Te he dado una tierra
deseable, lo mejor de la herencia de las nacionesJeremías 3:19
A lo largo de la historia,
la Tierra de Israel ha invocado las emociones más profundas por parte de sus
visitantes, de sus habitantes y de sus gobernantes. La Torá la describe como
"una tierra en la que fluye leche y miel" (Éxodo 3:17), fértil y fructífera. Los
sabios describen su increíble producción agrícola (Ketubot 112a; Sotá 34a;
etc.), relatando que una persona sólo podía cargar un higo por vez, mientras que
los dátiles eran tan dulces que su miel fluía aun cuando estaban en las
palmeras. El Midrash relata que los mercaderes de la tribu de Zebulún
atravesaban los mares vendiendo los magníficos frutos de la Tierra. Muchos
compradores quedaban tan impresionados por estos productos que viajaban a la
Tierra de Israel. Una vez allí, luego de contemplar su abundancia espiritual y
física, adoptaban la religión de Israel (Bereshit Rabah 98:12).
Muchos gobernantes
extranjeros anhelaron dominar esta Tierra elegida. Nuestros sabios relatan que
incluso sus inhóspitas montañas nevadas eran tan codiciadas que muchos reyes
establecieron sus ciudades en el Monte Hermón para poder reclamar una parte de
la Tierra (Julin 60b; así la Biblia da cuatro nombres diferentes para el Monte
Hermón). Ioshúa venció a los treinta y un reyes que gobernaban las
ciudades-estado en la Tierra. Dado el tamaño del territorio, este gran número
puede asombrar al lector moderno. Pero ello demuestra que cada rey quería tener
un lugar en la Tierra - sin importar cuán pequeño fuera (cf. Rashi, Ioshúa
7:21).
La tierra continuó siendo
invadida por poderes extranjeros luego de su conquista y asentamiento por parte
de las tribus de Israel (guiadas por Ioshúa), e incluso después del
establecimiento de un reino unificado y de la división de la monarquía en el
Reino de Israel por el norte y el Reino de Iehudá al sur. El rey de Egipto
invadió la Tierra hacia finales del reinado de Salomón. Durante los siglos en
que el reino estuvo dividido, los países vecinos intentaron su conquista.
Eventualmente la superpotencia de Asiria ocupó el Reino de Israel y envió a sus
habitantes, las Diez Tribus, hacia el exilio. Esto fue superado por Babilonia,
que destruyó a Jerusalén y al Templo, expulsando a los habitantes de Iehudá y
poniendo fin a la dinastía de David. Bajo los Babilonios la Tierra quedó
desolada. Con la reconstrucción del Templo y de Jerusalén bajo el Imperio Persa,
los judíos retornaron a la Tierra. Ésta volvió a florecer, transformándose en un
importante país durante el período del Segundo Templo, cuando fue gobernada por
los griegos, por los judíos y por los romanos.
Luego de que el Imperio
Romano aplastó la revuelta judía y destruyó el Templo y a Jerusalén, declinó la
producción y la belleza de la Tierra (Ketubot 112a). Sin embargo, la Galilea
retuvo su mayoría judía, que se dedicó a la agricultura y al estudio de la Torá
pese a las dificultades del gobierno Cristiano Bizantino, que ocupó el lugar de
los romanos.
Durante el período Árabe
(638 e.c.), la Tierra sufrió una seria declinación. Los Árabes, los Cruzados y
los Turcos, que dominaron sucesivamente la Tierra de Israel, la consideraron
parte de imperios mundiales más grandes (como lo habían hecho los antiguos
Babilonios, Persas, Griegos y Romanos). Aunque apreciaron su santidad histórica
y su belleza física, tenían muy poco interés en su desarrollo. Incluso los
Cruzados (siglo XII e.c.), que habían atravesado el mundo para tomar Jerusalén,
no asentaron raíces permanentes en la Tierra Santa.
El retorno de una gran cantidad de judíos en el siglo XIX, trajo un resurgimiento de la vida rural y urbana, de la religión, de la cultura y de la política. Hoy en día existe un renovado interés sobre la Tierra y su propiedad. ¿Cuáles son las implicancias de este renovado interés en la Tierra de Israel y cómo debemos entenderlo?
El retorno de una gran cantidad de judíos en el siglo XIX, trajo un resurgimiento de la vida rural y urbana, de la religión, de la cultura y de la política. Hoy en día existe un renovado interés sobre la Tierra y su propiedad. ¿Cuáles son las implicancias de este renovado interés en la Tierra de Israel y cómo debemos entenderlo?
Nuestra respuesta reside en
la explicación de los conceptos de la Tierra Prometida, la Tierra Santa y el
Pueblo Elegido. En este estudio trataremos sobre el significado del profundo e
inexplicable lazo entre el pueblo de Israel y la Tierra, lazo que ha sustentado
al pueblo judío a través de períodos de exilio y de persecución y que revitalizó
la presencia judía allí. Presentaremos además la historia de la Tierra de Israel
basada en los pensamientos de los maestros Rabínicos y Jasídicos. Esta
exposición dará luz a las cuestiones pasadas y presentes asociadas con Israel y
con la Tierra. Ofreceremos para estos problemas soluciones no políticas. Para
hacerlo, debemos, por supuesto, empezar desde el comienzo.
La Creación y la Tierra
Prometida
El concepto de la Tierra
Prometida data del tiempo de la Creación. La narrativa bíblica de la Creación en
el Libro del Génesis une la Creación y la Tierra:
En el comienzo, Dios creó
los Cielos y la tierra (Génesis 1:1).
¿Por qué la Torá comienza con la historia de la Creación? Si las naciones les dicen, "Ustedes son ladrones; robaron nuestra Tierra", díganles que Dios creó el mundo y que a Él le pertenece. Él se lo dará a quien desee dárselo. Él les dio la Tierra a las naciones, pero luego se la quitó y nos la dio a nosotros (Rashi, ad. loc.).
¿Por qué la Torá comienza con la historia de la Creación? Si las naciones les dicen, "Ustedes son ladrones; robaron nuestra Tierra", díganles que Dios creó el mundo y que a Él le pertenece. Él se lo dará a quien desee dárselo. Él les dio la Tierra a las naciones, pero luego se la quitó y nos la dio a nosotros (Rashi, ad. loc.).
La Torá comienza con la
declaración pública de que Dios creó el mundo, el cual Le pertenece. La
afirmación implica que Él le dio la Tierra de Israel al pueblo de Israel.
El Rabí Natán pregunta: "Si yo le digo esto a las naciones, ¿podrán aceptarlo y así abandonar sus conflictos y su oposición?".
En términos contemporáneos, imaginemos que en una sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el líder de los palestinos demanda públicamente la Tierra, a la cual él llama Palestina, y afirma que le pertenece a ellos. Todos los embajadores de los países árabes y musulmanes, junto con muchos otros, apoyan su reclamo. El embajador de Israel en la O.N.U., el representante del pueblo judío, responde: "Mis queridos amigos y honorables caballeros, la Biblia dice que es posible que la tierra haya sido de ustedes durante una época. Pero Dios creó el mundo y todo Le pertenece. Él se las quitó y nos la dio a nosotros. Y si no me creen, ¡miren el comentario de Rashi!". ¿Pueden imaginar la reacción ante este pequeño discurso? No es posible imaginar que el augusto cuerpo de la Asamblea General reconozca y acepte tal razonamiento.
"Entonces", pregunta el Rabí Natán, "¿qué está tratando de decirnos Rashi?".
El Rabí Natán pregunta: "Si yo le digo esto a las naciones, ¿podrán aceptarlo y así abandonar sus conflictos y su oposición?".
En términos contemporáneos, imaginemos que en una sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el líder de los palestinos demanda públicamente la Tierra, a la cual él llama Palestina, y afirma que le pertenece a ellos. Todos los embajadores de los países árabes y musulmanes, junto con muchos otros, apoyan su reclamo. El embajador de Israel en la O.N.U., el representante del pueblo judío, responde: "Mis queridos amigos y honorables caballeros, la Biblia dice que es posible que la tierra haya sido de ustedes durante una época. Pero Dios creó el mundo y todo Le pertenece. Él se las quitó y nos la dio a nosotros. Y si no me creen, ¡miren el comentario de Rashi!". ¿Pueden imaginar la reacción ante este pequeño discurso? No es posible imaginar que el augusto cuerpo de la Asamblea General reconozca y acepte tal razonamiento.
"Entonces", pregunta el Rabí Natán, "¿qué está tratando de decirnos Rashi?".
El Rabí Natán explica que
Rashi se está dirigiendo a los judíos y no a los gentiles. Es en base a nuestra
fe que podemos sustentar el reclamo de la Tierra. Los ataques verbales y físicos
sobre los judíos sólo pueden ser respondidos por nuestra fe en Dios. Debemos
replicar a nuestros adversarios que creemos que Dios creó el mundo y que él Le
pertenece. Si verdaderamente creemos en Dios, nuestra inquebrantable fe - por sí
misma - convencerá a las naciones del mundo sobre la verdad de nuestro reclamo.
Eventualmente terminarán aceptando la premisa de que Dios creó el mundo y que Él
nos dio la Tierra de Israel (Likutey Halajot, Shomer Sajar 4:1).
Por lo tanto, el Rabí Natán
afirma que la base para todo lo relacionado con la Tierra Santa depende de
nuestra fe, la cual establece el fundamento para nuestro derecho a la Tierra
Prometida. Si creemos que Dios creó todo y que todo está en Sus manos, entonces
tenemos el derecho a la Tierra de Israel que Él nos prometió. La Torá nos da el
derecho a la Tierra, dado que ella es el registro de la promesa de Dios que la
Tierra nos pertenece a nosotros. Al aceptar la Torá como dada por Dios, también
aceptamos sus afirmaciones sobre nuestros inequívocos derechos a la Tierra. Pero
si somos débiles en nuestra fe, entonces nuestro reclamo de la Tierra se ve
minado. Cualquiera que carezca de fe (incluidos los judíos) puede desafiar
nuestra posesión de la Tierra y apoyar el reclamo palestino. Por tanto, el
primer paso para asegurar la Tierra es establecer una fe firme en
Dios.
Debemos por lo tanto tener
fe en que todo Le pertenece a Él, que Él puede hacer lo que desee y que es Su
voluntad que el pueblo judío posea la Tierra. Habiendo confirmado a través de
nuestra fe que el mundo Le pertenece a Dios y que la Tierra de Israel es nuestra
por decreto Divino, es posible comprender la intrincada conexión entre la
Creación, la singularidad de la Tierra de Israel y la idea de una Tierra
Prometida. De hecho, nuestros sabios enseñaron que la punta de una roca
sobresalía del piso frente al Arca en el Santo de los Santos en el Templo de
Jerusalén. Esta roca era conocida como la Even SheTiá (la Roca
Fundacional), pues ella era el cimiento del mundo entero. Dios creó primero esta
roca, de la cual surgió - huShTat (Ioma 53b) - el resto del mundo. Por lo
tanto, la Tierra Santa forma el sustrato del cual surgen todas las otras
tierras. Esta idea es crucial para comprender el concepto de la Tierra
Prometida.
(Extraído de Esta Tierra es Mi Tierra. Breslov Research
Institute. Por Chaim Kramer)
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