Cuando era niña, mi festividad judía favorita siempre fue Janucá.
¿Verdad que Janucá es la festividad preferida por todos los niños?
Durante mi infancia siempre había regalos y todas las noches de Janucá
disfrutábamos de reuniones en las que servían 'latkes' y repartían
monedas de chocolate. Además, por las noches nos quedábamos charlando en
familia, cantando un sinfín de canciones. Aunque a medida que fui creciendo no
necesariamente llegué a encontrar tanta belleza o disfrute en otros aspectos del
judaísmo, Janucá siempre continuó siendo la única festividad con la que
me sentía fuertemente conectada.
Hasta que fui a la universidad.
No recuerdo dónde, cómo, ni siquiera si llegué a celebrar Janucá
durante mi primer año como estudiante, pero lo que me sucedió en el segundo año
es algo que nunca podré llegar a olvidar. Más o menos una semana antes de
Janucá me enteré que mis padres me habían mandado un regalo a través de
una organización judía que funcionaba en la ciudad universitaria. Como ignoraba
que en mi universidad existiera esa institución, nunca me había acercado a ella.
El día que fui a recoger el paquete que me habían enviado mis padres lo hice
acompañada de mi compañera Jen, una japonesa-americana con la que compartía el
apartamento. También vinieron Viviana, que era mejicana-americana, Harley, quien
era de origen francés, Trichette, oriunda del Caribe, Melanie, de la India y una
chica que había venido de Irlanda. Nuestro grupo representaba todas las razas,
credos y religiones posibles.
Me sentía demasiado en onda y moderna como para frecuentar a mis compañeros
judíos quienes, para mi nivel de libertad, aparentaban sentir demasiado orgullo
por su propia religión. Fue así que retiré rápidamente el paquete y me fui con
mis amigos, ansiosa por abrirlo y saber qué me habían mandado. Al desenvolverlo
me encontré con una pequeña menorá de hojalata, una caja con velas azules
y blancas y, por supuesto, las pequeñas monedas de chocolate que tanto me
gustaban: el 'gelt' de Janucá. Pero al contemplar la
menorá, me di cuenta que iba a necesitar algún instructivo para poder
recordar cuándo o cómo encenderla.
Pensando en voz alta, miré a mis amigos y dije: "La verdad es que siento que
soy una mala judía... ni siquiera puedo acordarme de qué lado se empieza a
encender la menorá, si es de derecha a izquierda o de izquierda a
derecha..." Antes de darme cuenta por qué estaba compartiendo esta preocupación
personal, mi compañera de cuarto Jen, la japonesa-americana, me miró y, en voz
alta y clara dijo: "¡Eres una mala judía .... a las duchas contigo!"
Aún hoy, al escribir este episodio que sucedió más de quince años atrás, se
me pone la piel de gallina. Realmente no puedo recordar qué pasó inmediatamente
después de este comentario. Lo que sí recuerdo es que todo se detuvo, quedó
congelado y después empezaron a pasar velozmente por mi cabeza un sinfín de
posibles explicaciones, otras posibilidades para explicar lo que quizás había
podido querer decir. Pero, a pesar que traté con todas mis fuerzas, no pude
encontrar explicación posible.
La observación de Jen hizo que el grupo quedara boquiabierto y después reinó
un silencio total. Nadie pronunció palabra. Quiero pensar que fue solo porque
todos habían quedado demasiado impactados para hablar, ya que concluir que no
les importó sería una carga demasiado pesada para mí. No puedo recordar cómo
volví al apartamento que compartía con Jen.
Lo próximo que puedo recordar es que estaba sentada en mi cama y que mi mejor
amiga, Viviana, estaba sentada a mi lado llorando.
Ni siquiera podía hablar, solo lloraba y me abrazaba mientras trataba de
decirme cuánto lamentaba todo este episodio.
No hace falta decir que este incidente hizo que mi amistad con Jen realmente
terminara. Una y otra vez me pidió disculpas, me dijo que yo no había
comprendido lo que quiso decir, que todo había sido una broma sin una verdadera
intención. Sí, le creí que sentía lo que había sucedido, que realmente lo
lamentaba. Pero me quedó la sensación que me pedía disculpas por haber expresado
sus sentimientos en palabras: No es que ella lamentara haber tenido esos
pensamientos y, posiblemente, también esos sentimientos. Podía llegar a
perdonarle su falta de prudencia en el momento de hablar cuando no debía haberlo
hecho pero ¿cómo llegar a perdonar a alguien que comparte sus verdaderos
sentimientos cuando estos son de odio hacia ti y tu pueblo?
Ese Janucá no encendí la menorá. No hice absolutamente nada
para celebrarla. En el momento no me sentía capaz de hacerlo. De pronto, todo lo
que estaba relacionado con Janucá había quedado definido por el
comentario de Jen. Cada vez que miraba la menorá, lo único que me venía a
la mente era "Eres una mala judía..." Llegué a odiar a Jen por lo que había
dicho, pero la odiaba más aún por haberme quitado la celebración de
Janucá.
En ese entonces no tenía manera de saber que este incidente iba a convertirse
en un importante momento de decisión en mi vida. El resultado fue que las
elecciones más significativas, las que iban a cambiar el rumbo de mi vida,
tuvieron como base mi reacción a su comentario. Antes de ese día, tenía planeado
pasar mi tercer año de estudios en Francia. Quería viajar al extranjero y tener
la posibilidad de vivir nuevas y apasionantes experiencias. Pero, después de ese
Janucá, cambié de idea e inmediatamente presenté una solicitud para
asistir a la Universidad Hebrea de Jerusalem. Me di cuenta que la única manera
de poder luchar contra lo que me había sucedido era tomándome el tiempo
necesario para establecer una conexión con las personas y el lugar que,
evidentemente, muchos seguían odiando.
Al principio mi estadía en Israel fue muy difícil y muchas veces llegué a
cuestionarme qué era lo que me había hecho tomar la decisión de estar allí. Me
encontraba en una situación difícil ya que, debido a una discusión con mis
padres, me había distanciado de ellos y ese año dependía económicamente de mí
misma. Como no tenía ahorros, la única opción fue encontrar un trabajo de tiempo
completo, mientras continuaba con mis estudios en la universidad. El resultado
fue que terminó siendo una temporada muy triste. Mientras mis amigos la pasaban
bien haciendo viajes y disfrutando de su experiencia en Israel, mi vida se
reducía a estar en clase o cumpliendo con mi trabajo como camarera y pocas veces
veía algo más que las paredes del salón de clase o del restaurante.
Durante las vacaciones de Janucá la mayoría de los chicos que estaban
estudiando en Israel recibieron la visita de sus padres, quienes les trajeron
muchos regalos. Esta situación hizo que aumentara mi sentimiento de negatividad
y que me sintiera aún más sola y abandonada. En ese momento de mi vida tuve la
impresión que el juicio de Jen había hecho desaparecer, para siempre, el amor
que siempre había sentido por la festividad de Janucá.
El día anterior a Janucá, al volver a mi habitación en la residencia
estudiantil encontré una tarjeta sobre mi cama. El texto era sencillo: "Que
tengas una feliz Janucá. ¡Para que te compres algo especial!"
Felicia estaba en el programa de estudios y conocía mi situación. Sabía
cuánto estaba trabajando ese año. Sus padres estaban de visita en Israel y le
habían dado U$S 100 para que se comprara algo. Decidió darme ese dinero a
mí.
Demás está decir que fue uno de los regalos más generosos y enternecedores
que jamás recibí. Su amor y apoyo hicieron que pudiera recuperarme del estado
depresivo en que me estaba hundiendo rápidamente. La noche antes de
Janucá salí de compras. Quería comprar algo perdurable y que tuviera
sentido. Decidí que lo que realmente deseaba tener era una menorá que
fuera especialmente hermosa. Deseaba una menorá para poder admirar y
querer, no una que me recordara a Jen.
Pasé horas buscando la menorá perfecta y finalmente me decidí por una
cuyos brazos, con excepción del shamash, eran movibles. Sentí que
simbolizaba perfectamente mis sentimientos con respecto a la vida, en que todo
alrededor mío era cambiante y estaba en movimiento. Aún así en el centro de
todo, en el núcleo, había estabilidad. Ese Janucá encendí una vela cada
noche y al observar cómo, a medida que pasaban las noches, las velas ardían y su
número aumentaba, me permití abandonar el enojo y el resentimiento que había
estado llevando conmigo a todas partes.
Fue a través del recorrido de un camino muy personal, que en ese
Janucá pude darme cuenta que tratar de luchar contra la oscuridad con más
oscuridad no da resultado alguno. Más aún, tampoco tenía sentido luchar. Lo
único que tenía que hacer para que la oscuridad se disipara y desapareciera era
dejar que entrara la luz, permitir que me iluminara a mí y a mi entorno.
Mientras recitaba las bendiciones –primero la de agradecimiento a D-os por el
precepto de encender las velas, luego la bendición para recordar los milagros
realizados por y para nuestros antepasados "en ese momento"- me di cuenta que
esto es precisamente el significado. Todos luchamos nuestras propias batallas,
algunos con los griegos que están en nuestro exterior, otras con los que
llevamos dentro. Y, aunque no sea físicamente, tratan de destruirnos, vencernos
en el plano emocional y espiritual. Pero podemos luchar contra ellos y
vencerlos, aún cuando nos parezca que a nuestro alrededor todo está sumido en la
oscuridad.
La festividad de Janucá cae durante los dos meses que tienen las
noches más largas. En esa época reina más oscuridad que en cualquier otro
momento del año. Y, si nosotros lo permitimos, la oscuridad puede llegar a
consumirnos. Pero no solamente podemos, sino que estamos obligados a desterrar
esa oscuridad por medio del encendido de la luz, que incrementa noche a
noche.
Todavía me siento mal cuando recuerdo este incidente, el incidente que dio
motivo a este artículo. Pero, hoy en día, también reconozco que realmente no hay
mal que por bien no venga. Fue precisamente la profundidad de esa oscuridad, el
dolor y odio que experimenté, lo que actuó como catalizador para que pudiera
hacer un cambio. Cambiar puede ser difícil y, en mi caso, fue muy difícil. Aún
así, lo único necesario para que todo volviera a su lugar fue el amor y la ayuda
del prójimo, el acto de alguien a quien yo le importaba.
Al final, mi año en Israel resultó ser un momento decisivo en mi vida. Si
bien el programa era en sí mismo secular, ese año tuve la oportunidad de
reconectarme y aprender sobre el judaísmo de una manera auténtica y focalizada.
Y, aunque mi decisión de llevar una vida de observancia de la Torá fue todo un
proceso en sí mismo, en realidad empezó en ése Janucá, o más
precisamente, en la Janucá que precedió a ése Janucá.
Conservo la menorá en un estante de mi biblioteca. Me ha acompañado en
todos los viajes que he hecho por el mundo y no hay una sola celebración de
Janucá en que no la encienda. Hoy en día, cuando la enciendo junto con mi
esposo, un rabino, y nuestros cuatro hermosos hijos, la contemplo y vuelven a
brotar todas las emociones y lecciones que contiene. Observo sus brazos movibles
y pienso en cuán velozmente pueden cambiar las cosas, que no importa en qué
situación nos encontremos, la llama siempre nos dará luz y calor para ayudarnos
en nuestro esfuerzo por llegar más alto.
¡Feliz Janucá!
Por Sara Esther Crispe
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