lunes, 10 de enero de 2011

EDUCANDO A UN HIJO. DOLOR DE PIES: ALIVIO DEL ALMA


De niño, Peretz Dinovitz observaba y aprendía mucho de su padre, el Rab Biniamin Dinovitz shlita, sin darse cuenta de que las enseñanzas que aprendía a través de la conducta diaria de su padre lo acompañarían durante toda su vida.

Durante los años 60, muchas familias atravesaron grandes dificultades económicas. En aquellos años, el Rab Biniamin Dinovitz era joven Rabino que trababa en la congregación Ohel Yaacov de la ciudad de Baltimore y luchaba para poder ganar el sustento de su familia. Él y su esposa eran muy medidos en sus gastos para no salirse nunca de su presupuesto.

En una oportunidad, cuando el Rab Dinovitz acudió al médico por un problema que tenía en los pies, éste le aconsejó que adquiriera unas medias terapéuticas especiales que harían que su caminar fuera menos doloroso. Puesto que estas medias eran muy caras, el Rab Dinovitz se demoró en comprarlas. Sin embargo, cuando el dolor se fue incrementando cada vez más y principalmente al estar de pie, él vio que no tenía más opción que ir y comprar algunos pares de esas medias.

Unos días más tarde, llegó a la casa del Rab Dinovitz un hombre muy pobre que venía a pedirle un consejo acerca de un problema que estaba teniendo. En el curso de la conversación, al margen de lo que estaban hablando, el hombre le comentó que tenía un gran problema en los pies y que el médico le había recomendado comprar unas medias ortopédicas muy caras y que no tenía los medios para adquirirlas. Después de hacerle algunas preguntas, el Rab Dinovitz se dio cuenta de que el hombre sufría la misma enfermedad que él.

Sin dudarlo, el Rab llamó a su hijo Peretz; “Rápido, ve a mi dormitorio y tráeme la bolsa con las media que compré hace días”, le pidió. Inmediatamente, Peretz entendió que su padre estaba pensando en darle las medias a aquel pobre hombre. Sabiendo cuán caras eran esas media y todo el esfuerzo que había hecho su padre para poder comprarlas, antes de llevarle la bolsa, Péretz sacó silenciosamente dos pares de esas medias. Sin embargo, el Rab Dinovitz notó inmediatamente que allí no estaban todos los pares que él había comprado.

“Peretz, por favor, regresa a mi dormitorio y fíjate dónde están los otros pares de medias”, le dijo a su hijo.

Peretz regresó al dormitorio, tomó los dos pares de medias y se los entregó a su padre, al mismo tiempo que observaba con gran asombro cómo su padre le entregaba alegremente a ese hombre las medias que tanto le había costado comprar. Él nunca olvidará la sonrisa en el rostro de ese pobre hombre cuando éste salio de su casa. Y tampoco olvidará el placer que sintió su padre al entregarle a ese pobre algo tan valioso para él. A pesar de que en ese momento Peretz no recibió ninguna lección de musar directamente de boca de su padre, al haber visto cómo su padre le entregaba al pobre algo que él mismo necesitaba para sí y que no tendría la posibilidad de volver a conseguirlo, por lo menos, en un corto tiempo, sus acciones habían hablado mucho más que sus palabras.

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