En una ciudad vivía una acaudalada
persona, muy honrada por sus amigos. Este hombre tenía dos hijos.
Los hijos, comían y bebían en
exceso y despilfarraban el dinero de su padre en cosas superfluas, sin
preocuparse por mantenerse a sí mismos.
Así se siguieron comportando
incluso, cuando dejaron la adolescencia y se convirtieron en adultos.
Hijos únicos de padre y madre que
los mimaron en demasía e inmediatamente satisfacían todos sus pedidos.
Un día, cuando el padre observo
que se acercaba a la edad de setenta años
pensó: ¿que pasara después de mi muerte? ¿Cómo se mantendrán mis hijos?
Llamó el padre a sus hijos y les dijo:
el final de mis días se acerca y a pesar de mi gran riqueza, esta no es estática,
lo mismo que la situación económica y no sé como evolucionaran los
acontecimientos.
Hizo el padre una pequeña interrupción
en sus palabras y continúo: Por lo tanto, les propongo que no se apoyen en mi ayuda
toda la vida y empiecen a trabajar. El ocio es muy contraproducente y lleva al
pecado y al aburrimiento. Yo les entregare a cada uno, una importante suma de dinero
y ustedes busquen un trabajo apropiado.
Todos los gastos, como alquiler de
negocio, etc. correrán a mi cuenta. El capital que ganen será por completo de ustedes,
pero durante un tiempo no toquen al capital, ni a las ganancias acumuladas y así
podrán llegar al nivel económico que yo llegue.
Lo único que les pido, que una
vez por semana me envíen un informe sobre todas las actividades comerciales de la
semana.
Respetaron los hijos la voluntad de
su padre, recibieron de él, el dinero
prometido y salieron a buscar un negocio apropiado.
Luego de búsquedas y
averiguaciones, decidieron que el negocio más apropiado, es el comercio de
frutas y verduras. En este negocio se podía obtener una buena ganancia y se
trataba de un artículo que todos debían comprar.
Como su padre, los hermanos tenían
un amplio sentido comercial, y se aconsejaron con comerciantes del ramo que convenía
comprar.
Uno de los vendedores les aconsejó
comprar una gran partida de manzanas, que en esa época estaban muy baratas y dentro
dos semanas estaban destinadas a encarecerse mucho.
Compraron doscientos kilos de
manzanas y las conservaron en el negocio, vendiendo entre tanto otras frutas y
verduras.
En esos días no existía la
posibilidad de almacenar gran cantidad de frutas en depósitos frigoríficos, de
manera tal que los comerciantes que poseían gran cantidad de frutas o verduras
se veían obligados a venderlos a un bajo precio, antes que se pudran.
Al fin de la primer semana de
trabajo fueron llamados por su padre y pregunto al hijo mayor en que se
ocuparon durante la semana.
— Comencé
a vender frutas y verduras con una ganancia de cien Francos — respondió el
hijo.
Saco el padre de su bolsillo cien
francos y se los entrego a su hijo mayor
y de la misma manera hizo con su hijo menor.
En la segunda semana pensaron vender
las manzanas, pero estas empezaron a pudrirse y no encontraron clientes. Perdieron
esa semana los hermanos una suma considerable. El primogénito recibid la perdida
duramente y se sintió deprimido. En cambio el hermano menor no se preocupó, siendo
consciente que así es el comercio, a veces se gana y a veces se pierde y confió
que a largo plazo el éxito los acompañara.
Al terminar la segunda semana, se
presentaron los hijos delante de su padre, el padre pregunto según su costumbre
al hijo mayor por el resultado de la semana.
— Fue muy
malo contesto el hijo, perdí esta semana ciento cincuenta Francos, estoy desesperanzado
y muy desilusionado, no sé si seguiré trabajando y sacó de su bolsillo ciento cincuenta
Francos y los entrego a su padre. Se dirigió el padre a su segundo hijo y formuló
la misma pregunta.
— No fue
tan buena como la semana pasada — respondió el hijo, sin mencionar la perdida.
_ ¿Cómo fue la semana pasada? — Volvió a
preguntar el padre — Gane cien francos — fue la respuesta.
Saco el padre cien francos de su
bolsillo y se los entrego a su hijo menor. Se sorprendió el primogénito por la discriminación
que veía y le pregunto cortésmente a su padre cual era el motivo de su acciones.
La respuesta del padre fue: tu
hermano no se quejó, ni expresó que perdió durante la semana, solo dio a entender
que la semana no fue tan exitosa como la semana anterior, por lo tanto le
entregue la cantidad de dinero que mencionó que ganó la semana anterior.
Tu en cambio, hijo mío, hablaste explícitamente
sobre el fracaso de la semana, que estas desesperanzado y no sabes si continuaras
trabajando. Por eso exigí, que me entregues el dinero que perdiste según lo
convenido.
De esto quiero que aprendas la lección,
hijo mío: Recordar las palabras de nuestros sabios: "Que siempre comience
el hombre con las cosas positivas."
— No le abras
la boca a Satán — concluyó el padre sus palabras de reprimenda, acostúmbrate a decir
siempre: "También esto es para bien" y el bien llegara con la ayuda Divina.
Sea Su voluntad que el bien y Su
bondad te persigan toda la vida.
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