"...y estos 
son los estatutos...." (Éxodo 23:9) 
Rashi explica que la razón por la cual la parashá comienza con "Y 
estos...", y no con "Estos...", es para conectar la parashá de esta semana con 
la pasada.  Así como las leyes de la 
relación entre el hombre y Di-s vienen  
de Sinai, así también las leyes de justicia social vienen de Sinai.  El resto del mundo civilizado también legisla 
la justicia social, pero la diferencia entre sus decretos y el Judaísmo, es la 
pequeña palabra en el  comienzo de 
nuestra parashá.  En el Judaísmo, aun las 
leyes de justicia social son por mandato Divino del Sinai, mientras que en el 
resto del mundo, están basadas en civilización y pragmatismo. 
Ninguna sociedad puede existir sin algún código de aceptable 
comportamiento, pero la diferencia entre la Torá y cualquier otro sistema  de leyes es enorme y fundamental.  Ninguna ley hecha por el hombre puede abarcar 
y entender el funcionamiento de los deseos del Yetzer Hará.   
En tiempos de pruebas, estas leyes se "pierden en el camino".  Ríos de sangre se han desparramado en 
asesinatos y guerras en todas las áreas, incluyendo la nuestra, siendo que el 
hecho de "No matarás" es una norma universalmente aceptada.  De todas maneras, para el judío, el 
imperativo esencial en las leyes de conducta social, no es moral, pragmático 
o  cultural, sino que es la Voluntad de 
Di-s, no siendo menos que Tefilín o Kashrut.  
Esto es lo que da a los códigos de justicia social de la Torá, poder y 
durabilidad miles de años después de su institución. 
(Adaptado del Rab Shlomó Yosef Zefin) 
"No oprimas a un extraño (converso)... porque 
fueron extraños en Egipto" (Éxodo- 23:9) 
No hay que explicar estas palabras de acuerdo a su simple 
significado: la razón por la cual no debemos oprimir al extraño es porque 
nosotros mismos conocemos el sabor de la opresión y la aflicción; sino que 
debemos saber que la obligación del hombre es sentir cada simjá y desgracia que 
ocurre con el prójimo como si ocurriría con el mismo.  La Torá nos enseña a "Amar a tu prójimo como 
a ti mismo", literalmente como a ti mismo.  
No es suficiente solo conectarse uno mismo con aquellos que están 
alrededor de uno, sino que una persona debe verse a sí mismo y a sus prójimos 
sin ninguna separación en absoluto: él y ellos están exactamente en el 
mismo  lugar. 
(El Alter de Slabodka)
"...Y todo lo que el pueblo dijo `Todo lo que 
Di-s ha hablado haremos y escucharemos'" (Éxodo 24:7). 
"En el momento que el Pueblo Judío contestó `haremos y 
escucharemos', 600.000 ángeles descendieron y coronaron a cada Judío con dos 
coronas, una por `haremos' y otra por `escucharemos'" (Talmud Shabat 88a) 
Mediante la aceptación de la Torá sin haberla visto, uno puede 
entender por qué el Pueblo Judío merecía una corona preciosa por su compromiso 
incondicional a someterse totalmente a la voluntad de Di-s con perfecta fe.  Pero, ¿cuál fue el significado de la corona 
para `escucharemos'?  ¿No fue esto una 
secuela inevitable del compromiso hecho?  
Obviamente en función de hacer, ellos tenían que saber cuál era la 
demanda.  ¿Cuál es el verdadero 
significado de esta segunda corona, y qué nos enseña?  El hombre es alguien que camina, siendo lo 
opuesto a los ángeles que están siempre parados.  El  
hombre, por su propia naturaleza, debe constantemente buscar 
perfeccionarse a si mismo.  Cuando no 
asciende, esta necesariamente descendiendo.  
Uno crece o se estanca, no hay punto medio.  La vida es como una escalera  mecánica que baja.  Si uno se queda parado, baja.  Si uno camina, se queda  en el mismo lugar.  Solo si uno hace el esfuerzo adicional de 
correr,  ascenderá.  Este es el significado de la segunda corona, 
el Pueblo Judío aceptó sobre él para todos los tiempos, para estar siempre listo 
a  escuchar.  Para estar constantemente abierto a aprender 
más en función de elevarse a sí mismo, escalón a escalón, hacia el cumplimiento 
del potencial más alto de Torá que cada uno de nosotros posee. 
(Adaptado de Rabi Zev Leff) 
"Si encuentras el buey de tu enemigo o a su 
asno que se ha extraviado, se los devolverás..." (Éxodo 23:4)
Vivimos en una era en que resulta muy difícil hallar alguien 
verdaderamente ateo.  Habia una vez un 
joven judío proveniente de un shtetl (pueblo), que había tomado la decisión de 
ser un apikorus (ateo).  Viajó a la 
ciudad de Odessa con la esperanza de encontrarse con Yosel el apikorus, ateo de 
gran renombre.  Al arribar a la gran 
ciudad, pidió que lo condujeran a la casa de Yosel el apikorus, y pronto se 
encontró a sí mismo parado frente a la puerta de aquel hombre famoso.  A través de la puerta alcanzó a oír la tan 
familiar melodía del estudio de la Guemará.  
Golpeó a la puerta, y de repente cesó la melodía.  "¡Entre, nomás!" , oyó que llamaban.  Con gran cautela abrió la puerta, y allí, 
sentado frente a él, halló a un anciano judío de larga barba blanca y 
peiot.  "Disculpe que lo moleste, pero 
busco a Yosel el apikorus".  El anciano 
judío hizo una pausa, lo miró, y le dijo: "Pues lo ha encontrado.  Yo soy Yosel el apikorus".  "Pero... ¿y la barba, los peiot, la 
Guemará?".  Yosel le respondió: "Yo soy 
Yosel el apikorus, no Yosel el ignorante".
Hoy en día es muy difícil encontrar un auténtico ateo con 
credenciales de identificación.  Son una 
especie en extinción, puesto que la mayoría de la gente en realidad no sabe que 
es aquello en lo que no cree.  Nuestras 
dudas no se basan en el conocimiento; somos como extranjeros en una tierra 
extraña, iletrados en nuestro propio legado.  
Mohamed nos llamó "el pueblo del Libro".  
El problema es que la mayoría de nosotros ya no sabe leer el Libro, y 
mucho menos entenderlo.  Somos como 
ovejas que se alejaron tanto de su casa, que hasta se olvidaron de que la casa 
sigue existiendo.
"Si encuentras al buey de tu enemigo o a su asno que se ha 
extraviado, se los devolverás".  Si la 
Torá demuestra tanto interés por el bienestar de la propiedad de una persona, 
ordenándonos que hagamos todo lo posible por devolverle su propiedad, aunque 
tengamos que hacerlo cien veces, ciertamente que mucho más debemos interesarnos 
por devolver a una persona a sí misma, tratando de alcanzar a nuestros hermanos 
y hermanas que han perdido su identidad de judíos, mostrándoles la belleza y la 
profundidad de la Torá. 
En nuestros días, en que tantos judíos van como ovejas perdidas en 
un desierto espiritual, en que no tenemos idea de cómo regresar a nuestra casa, 
y hasta ya nos olvidamos de que alguna vez hubo una casa, es una mitzvá 
extraordinaria ser el pastor que guíe a los perdidos por el sendero que ha de 
conducirlos de regreso a la luz de la conciencia judía.
(Basado en el Jafetz Jaim y, Rabí Nota 
Schiller)
"Si alguien robara un buey o un cordero o 
cabra, y lo sacrificare o vendiere, pagará cinco vacunos por el buey y cuatro 
por el cordero" (Éxodo 21:37)
El ser humano es una criatura de enorme sensibilidad, que se ofende 
y avergüenza con gran facilidad. Inconscientemente, se puede causar a sí mismo 
heridas emocionales muy profundas.  Pero 
también, por la ironía de la vida, precisamente aquello que él piensa que es la 
cura para sus males, puede ser el veneno emocional que le está haciendo 
daño...
En la parashá de esta semana aparece una Halajá que, a primera 
vista, resulta muy sorprendente: la persona que roba un buey debe pagar con 
cinco bueyes, pero el que roba una oveja solo debe pagar con cuatro ovejas. 
Nuestros Sabios nos enseñan que la Torá se interesa hasta por la 
dignidad del ladrón: la persona que roba una oveja debe cargarla sobre sus 
espaldas, lo cual dista de ser algo digno, y por eso, si lo detienen, debe pagar 
solamente cuatro ovejas, mientras que quien roba un buey simplemente lleva al 
animal de una soga, lo cual no es avergonzante, y por eso su penalidad es 
mayor.  Por lo tanto, se deduce que su 
humillación no es algo abstracto, sino que es algo tan importante que se lo 
puede contar en términos de dinero.  Es 
un poco raro, porque si de veras el ladrón siente tanta vergüenza, ¿por qué 
habría de robar?  Por otra parte, si nos 
acercáramos al ladrón en la escena del crimen, y le comentáramos nuestra opinión 
de que debe estar sintiendo un gran bochorno, seguramente respondería: "Pero 
¿qué dice?  ¡Me estoy por escapar con 
esta oveja, que vale un montón de dinero!".
Aun así, la Torá, que percibe hasta los niveles más profundos de la 
psiquis del individuo, nos dice que el ladrón en realidad esta sufriendo una 
humillación tremenda, equivalente al pago de dinero. Si no fuera así, ¿por qué 
la reducción del castigo?  La verdad es 
que, al momento del robo, el ladrón si siente una humillación tremenda. Siente 
su inferioridad. Experimenta un trauma emocional enorme, y aun así no tiene idea 
de por que se siente así. Por eso sigue robando y se causa más y más angustia 
emocional, pensando que con otro "trabajito" saldrá de este pozo emocional.  Y así el círculo vicioso se repite una y otra 
vez, hundiéndolo cada vez más.  
Únicamente quien cumple con la Torá puede ser realmente feliz en este 
mundo, pues sabe que el Creador conoce la verdadera naturaleza de Sus 
creaciones, y solo Él sabe que lo hace feliz, y que lo pone triste.  Únicamente Hashem sabe de qué actos debe 
alejarse el individuo, y qué actos debe llevar a cabo a fin de vivir una vida 
feliz, plena y llena de logros.
(Adaptado del Jidushei Halev)
"La aparición de la gloria de Hashem fue como 
un fuego que consume..." (Éxodo 24:17)
¿Cómo puedo saber si Hashem esta contento conmigo?  ¿Cómo sé si lo que hago en mi servicio del 
Creador es tal como Él quiere que sea?  A 
partir de este versículo podemos discernir un poderoso indicador del modo en que 
Hashem percibe nuestro servicio.  Para 
comprobar si la "aparición de la gloria de Hashem" esta presente en nuestro 
servicio del Creador, debemos saber que el deseo de servir a Hashem "como un 
fuego que consume", con un poderoso entusiasmo y un profundo amor hacia Él, es 
señal de que Hashem acepta nuestro servicio, pues dichos sentimientos fueron 
implantados en nuestros corazones desde el Cielo y por lo tanto, son señal 
inequívoca de que nuestro servicio es aceptado de un modo 
favorable.
(Kedushat ha Levi)
"Subieron Moshe, Aharón, Nadav y Avihu y 
setenta de los ancianos de Israel.  Ellos 
vieron al Di-s de Israel, y bajo Sus pies habia la semejanza de un ladrillo de 
zafiro, y su pureza era como la esencia de los Cielos" (Éxodo 
24:9,10)
Querido diario:
Ayer me pasó algo muy raro.
Ayer era Simjat Torá (la fiesta en que nos regocijamos junto con la 
Torá).
Tal como se dieron las cosas, termine celebrando la fiesta en 
Tikvat Sión, una ciudad israelí típicamente corriente...
Las descascaradas fachadas grises atestiguan que esta ciudad no ha 
de convertirse en otra pequeña New York, o en otra Tel 
Aviv.
Sea como fuere, ayer me dirigí hacia la sinagoga municipal de la 
ciudad para celebrar Simjat Torá. La verdad es que no habia mucha gente. No es 
una ciudad religiosa. A decir verdad, la mayoría de los que allí habia rondaban 
cerca de los setenta y ochenta años. Y la mayoría habia venido a Israel después 
de la guerra. La mayor parte habia estado en los campos de 
concentración.
El motivo por el cual escribo todo esto es porque allí ocurrió algo 
muy pero muy raro. 
Todos estaban bailando con los Sifré Torá (Rollos de la Torá), como 
en cualquier Simjat Torá, cantando y bailando y haciendo mucho ruido.  Brindando "lejaim"...  Y de pronto, cesó el cantar y el bailar.  Todos se quedaron mudos.  La sinagoga en 
silencio.
Uno de los viejitos fue detrás del Arca sagrada.  Y sacó una tabla de madera de cerca de un 
metro y medio de largo y la puso en el suelo en medio de la 
sinagoga.
Lentamente, como si hubieran sido convocados a cierto rito atávico, 
todos los ancianos miembros de la sinagoga les entregaron sus rollos de Torá a 
los jóvenes, y silenciosamente comenzaron a dar vueltas alrededor de la tabla 
que habia en el suelo.  Una vuelta y otra 
vuelta más.  Silencio 
absoluto.
Todo finalizó en cuestión de minutos. De la misma forma mecánica en 
que habia comenzado, así terminó.  La 
sinagoga retornó a la típica escena de Simjat Torá, como si no hubiera pasado 
nada.  Los niños en los hombros de los 
padres, agitando banderas, cantando y bailando...
Cuando el hombre que había sacado la tabla volvió a salir de detrás 
del Arca Sagrada, tras devolverla a su sitio, le pregunté que era lo que acababa 
de presenciar.  Y esto fue lo que me 
dijo: 
"En la guerra, estuvimos todos juntos en el mismo campo de 
concentración.  Por milagro, alguien 
logro entrar de contrabando un Séfer Torá. Era justo antes de Simjat Torá.  Teníamos muchísimo miedo de que lo 
encontraran los Nazis, imaj 
shemam.  Por eso levantamos el 
suelo de madera y lo escondimos debajo de las tablas del piso.  Cuando llegó Simjat Torá, los Nazis estaban 
por todas partes; deben haber sabido que estaba por pasar algo.  No podíamos de ninguna forma arriesgarnos a 
sacar la Torá de su escondite, y, además, teníamos miedo de que el guardia nos 
oyera si hacíamos mucho ruido. Así que simplemente nos pusimos a dar vueltas y 
más vueltas alrededor del sitio donde estaba oculta la Torá. Una vez entraron. Y 
nosotros hicimos como si estuviéramos yendo a las literas o a la puerta, hasta 
que se fueron, y entonces seguimos dando vueltas.
Por eso, ahora, cada año, conmemoramos aquel Simjat Torá del campo 
de concentración tal como acaba de ver.
Al final de la parashá de esta semana, la Torá describe un ladrillo 
de zafiro.  En la época en que el pueblo 
judío fue esclavo, ese ladrillo se encontraba delante de 
Hashem.
Ese ladrillo era un recordatorio del sufrimiento que pasaron cuando 
construyeron las ciudades tesoro de Egipto con ladrillos de 
mortero.
La "esencia de los cielos" se refiere a la luz y la alegría ante 
Hashem que hubo cuando fueron redimidos.
Cada vez que la Torá describe los rasgos de Hashem, es para que 
tratemos de imitarlos.
Inclusive cuando se reveló la "esencia de los Cielos”, inclusive en 
la luz y la alegría de la redención, "el ladrillo de zafiro" del sufrimiento 
seguía presente.
Al acordarnos de nuestro sufrimiento en el pico de nuestra alegría, 
percibimos una dimensión absolutamente nueva de la felicidad.  Y así podemos comprender a un nivel más 
profundo todo el bien que el Todopoderoso nos concede, y agradecerle con todo el 
corazón.
(Rashi, Rabí Ierujam Levovitz, Zale Newman, Moshe Averick)

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