Rabí Akiva fue el estudioso Talmúdico más grande de todos los tiempos. Se dice que la Tradición Oral entera que tenemos hoy, tan profunda, maciza y complicada como es, es un resultado de su memoria, erudición y visión santa.
La Torá es el secreto de vida. Preciosa más allá de las palabras, el manual de instrucción del Creador. Así que no era sorprendente que el gran Rabí Akiva se consagrara a estudiar Torá día y noche.
El Talmud (Kala Rabti) nos dice que Rabí Akiva entró una vez en el bosque para apartarse y meditar palabras de Torá, cuando de repente oyó un susurro extraño en la distancia. Parecía un animal grande acercándose. Alzó su mirada y vio algo aterrador: lo que se parecía a un ser humano quemado, que corría como un loco, resoplando y mirando fijamente hacia adelante con un montón de madera en su hombro.
Rabí Akiva comprendió que algo verdaderamente raro estaba pasando. Le ordenó al hombre que se detuviera y le pidió, en el nombre de la sagrada Torá, que explicara quién era y qué estaba haciendo.
Al principio el hombre fue renuente; tenía prisa y no tenía tiempo, pero finalmente la santidad de Rabí Akiva prevaleció y habló.
“No soy una persona viva” gimió asustadizamente, “soy un ser humano muerto castigado por sus pecados. Mi condena es que todas las mañanas mi alma se encarna en este cuerpo quemado y debo cortar madera, hacer un fuego grande y finalmente meterme en las llamas y quemarme hasta morir”
“¿Qué hizo para merecer semejante castigo extraño y doloroso?” le preguntó Rabí Akiva.
“Entre otras cosas, yo recolectaba impuestos” contestó. “Yo favorecería a los ricos y asesinaba a los pobres”.
“¿Hay algo que puede hacerse para ayudar”? Rabí Akiva preguntó.
“Sí”, contestó. “Oí del otro lado de la cortina que separa el infierno del cielo, que si tengo un hijo y él reza el Kadish por mí, disminuirá mi castigo. Pero no se si lo tengo. Hace años, cuando morí, mi esposa estaba embarazada. Quién sabe lo que pasó. Y aunque así fuera, ¿quién iba a educar al muchacho? No tengo ningún amigo en el mundo. Por favor permítame ir”
En ese momento Rabí Akiva asumió el proyecto. Preguntó al hombre su nombre y el nombre de su esposa y dirección de su casa y entonces le permitió escaparse para ejecutar su espantosa sentencia.
Al otro día, Rabí Akiva empezó su búsqueda. Parece que no había mucha gente que el difunto dejó sin lastimar y cuando Rabí Akiva mencionaba al hombre, o el nombre de su esposa, contestaban con un montón de maldiciones antes de darle las indicaciones.
Rabí Akiva encontró la casa. De hecho, la esposa del hombre había tenido un hijo pero era peor de lo que Rabí Akiva imaginó.
El muchacho era un salvaje; gritaba, tiraba piedras y maldecía a todos los que pasaban pero Rabí Akiva le dio unos dulces y ganó su confianza. Descubrió que el niño, además de ser analfabeto, también estaba incircunciso.
Rabí Akiva lo convenció que se hiciera la circuncisión e incluso empezara a aprender el Alef Bet.
Pero después de días de esfuerzo, a pesar que Rabí Akiva era el mejor maestro del mundo, el niño no aprendió nada; tenía una cabeza de piedra.
Pero Rabí Akiva no se rindió. Utilizó el arma más potente de todas; la Plegaria.
Ayunó durante cuarenta días; comiendo sólo pan y agua después del ocaso, y constantemente oraba a Di-s para que Él abriera la mente del muchacho… ¡y funcionó!. Una voz celestial anunció “Rabí Akiva, ve a enseñarle”
Le enseñó a leer la Torá y cómo rezar hasta que pudiera estar de pie ante la congregación y conducir la Plegaria. Y el Minián contestó “Amen, Iehe Sheme Raba Mevoraj”
Esa noche el hombre muerto se apareció a Rabí Akiva en un sueño y dijo. “Que Di-s lo bendiga y lo fortalezca así como usted me confortó y me salvó del juicio del infierno”
Ésta es una historia verdaderamente rara, sobre todo cuando recordamos que Rabí Akiva era el más grande y él ‘desperdició’ cientos de horas para salvar a un asesino.
La razón por la que lo hizo que es porque sabía del gran valor del alma judía. Como el propio Rabí Akiva dijo “El Amarás a tu prójimo como a ‘ti mismo’ contiene toda la Torá” (ver Rashi Lev. 19:18).
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