Cuando Moshé bajó del Monte Sinaí con las Tablas de la Ley y vio que el pueblo durante su ausencia erigió un becerro de oro, inmediatamente las soltó de sus manos y éstas se quebraron. Moshé demostró así su indignación por lo que estaban haciendo.
Nuevamente Moshé escucho la voz Divina que le ordenaba subir al monte para recibir las tablas por segunda vez, y sucedió en el primer día del mes de Elul. Moshé tallo nuevas tablas y al culminar bajó del monte, 40 días después, en Yom Kipur. El pueblo de Israel recibió por fin el Decálogo.
Cinco días después de Yom Kipur celebramos la fiesta de Sucot por 7 días, y en el octavo día la Torá nos ordena celebrar una nueva fiesta, Azeret, o como es conocida: Shmini Atzeret. En la tierra de Israel, en esta fiesta se culmina el ciclo de la lectura de la Torá con la parasha Ve zot habraja y comenzamos un nuevo con la parasha Bereshit; en la diáspora el segundo día de Yom Tov se celebra la fiesta de Simjat Torá (la alegría (con) de la Torá).
Buscando un camino
Nuestra generación es una generación de tablas rotas: busca diversos caminos y senderos, busca vivencias espirituales y materiales para darse cuenta al final que, "tallando tablas nuevas" como las primeras, reencuentra las fuentes originales del judaísmo asegurando su supervivencia y continuidad.
En el judaísmo ocurre lo contrario que en los demás pueblos. Cuando hablamos del pasado, en otras culturas significa regresión, atraso, barbarie y paganismo. Sin embargo cuando nosotros los judíos hablamos de nuestro pasado, retornamos a la cuna de nuestra nacionalidad, a los fundamentos de la fe monoteísta, a la pureza del patriarca Abraham, al espíritu de sacrificio del patriarca Itzjak y a la raíz de toda nuestra ascendencia, el patriarca Yaacov.
Nuestra raíz y nuestras fuentes son inmejorables. El Talmud afirma que a una persona, cuando quiere derribar un árbol, no le conviene comenzar por las ramas ya que malgastará tiempo y esfuerzos, y lo mejor que puede hacer es cortar sus raíces y de esta forma el árbol más robusto caerá. Por el contrario, para preservar la lozanía y la subsistencia tenemos que abonar las raíces, y de la misma forma, aferrándose a éstas, la fuente vital que nutre al tronco conservará las ramas. El árbol del pueblo judío con raíces fuertes se puede mantener firme y nada podrá abatirlo.
Nuestra generación, si logra mantenerse sujeta por la tradición, las leyes y los mandamientos, y al mismo tiempo aferrada a sus raíces, no perderá su equilibrio. Nuestra vida esta apegada desde arriba por la Torá y no puede separarse de ella. Es significativo por ello que Moshé recibió las primeras Tablas de la Ley en el mes de Siván, cuyo símbolo son los gemelos: la Torá y el pueblo de Israel son como gemelos, siameses, indivisibles y unidos por toda la vida.
Una cadena ininterrumpida
En el Monte Sinaí el pueblo de Israel comenzó una cadena con eslabones unidos que no se han separado hasta el día de hoy. La misma Torá que recibimos en Sinái ha pasado de la boca del maestro al alumno, y cuando este alumno con el tiempo se convirtió en un maestro se la pasó a otro alumno, generando de este modo que la entrega de la Torá sucede hasta el día de hoy, creando así la "cadena de la transmisión de la Torá".
Escuchar la señal es unir nuestro eslabón a la cadena
La primera Mishna en el tratado de Avot nos enseña: "Moshé recibió la Torá (en) de Sinaí y se la entrego a Yehoshua, y Yehoshua a los ancianos, y los ancianos a los profetas, y los profetas a los Varones de la Gran Asamblea."
El Maharal de Praga, el famoso autor del golem, pregunta en su comentario al tratado de Avot: ¿por qué la mishná dice que Moshé recibió la Torá de Sinái y no de Di-s?. Responde el Maharal: que aprendemos de aquí que esta entrega no fue espontánea como lo vemos en los profetas de los pueblos, que recibían profecías y visiones en distintos lugares y tiempos ya que a Moshé Di-s le designo un tiempo y un lugar físico para la entrega de la Torá y no fue algo casual. Explica el Maharal: "aquel que recibe, recibe del que entrega y que tiene la intención de entregarle y entonces le fija un lugar para la entrega. Por lo tanto no hay acá una recepción casual del todo". El pueblo entero que salió de Egipto vio, escuchó y experimento este gran evento, la entrega de la Torá en el monte de Sinái a Moshe por Di-s.
Relata el Talmud: Todos los días se eleva una voz celestial del Monte Jorev (Sinái) y se lamenta diciendo: ¡Ay de los que denigran a la Torá!" Un comentarista interpretó esto en el sentido de que la voz celestial tiene similitud con una transmisión de radio 24 horas al día, pero solo los que sintonizan correctamente pueden escuchar esta voz. Si no prendemos la radio y la sintonizamos en la onda correcta, difícilmente oiremos la señal. Lo mismo ocurre con el monte de Sinái: constantemente nos está mandando una señal a nuestra conciencia, pero solo los que sintonizan están en condiciones de recibirla.
Se cuenta de un estudiante hindú que estaba paseando por la bulliciosa Quinta Avenida en Nueva York. El estudiante de pronto se detuvo, levanto su cabeza y escucho los trinos de un pájaro que estaba en una jaula en una ventana, 20 pisos sobre él. Un acompañante le pregunto: por qué se detuvo y le contesto el hindú que había escuchado el bello trino que provenía desde lo alto. El acompañante incrédulo le dijo que esto era imposible y siguieron caminando. Unos minutos después el hindú sacó de su bolsillo una moneda de un dólar y la tiró a la calle. Inmediatamente se abalanzaron sobre la moneda decenas de personas pugnando para apropiarse de ella. Viendo esto el acompañante, la respuesta estaba implícita: cada persona escucha el sonido que le interesa de acuerdo a lo que lleva dentro de sí.
Que bien se ajusta este relato a lo que experimentamos hoy en día. Nuestra generación seguramente recogió el mensaje materialista de la moneda, y no podemos negar el crecimiento del materialismo en nuestra época, pero también hay otros que sintonizan y escuchan el mensaje eterno de Sinái, el mensaje de la Torá que los une con los eslabones del pasado y con las raíces de su árbol.
Esto es algo que deben entender todas las instituciones comunitarias, los establecimientos de educación judía, y todos aquellos que predican la lucha por la supervivencia del judaísmo y la lucha en contra de la asimilación. Solo estas voces espirituales pueden influir en la regeneración de nuestra generación que es el próximo eslabón de la cadena. No permitamos que el auto holocausto interno que nos está amenazando continúe destrozando este lazo ancestral.
Existe una bella homilía que explica por qué el Todopoderoso entrego la Torá al pueblo de Israel. Cuando una persona tiene una cámara de tesoros que puede abrir solo con una llave diminuta, si pierde la llave, no puede disponer de sus caudales. Una solución para no perder la llave es atarla al extremo de una larga cadena. Si la llave cae, su dueño no tendrá dificultad para encontrarla: la tirará hacia él y la llave estará en sus manos. Siendo que el pueblo de Israel es una nación minúscula, diseminada por el mundo, El Eterno ha tomado los recaudos necesarios para que no nos perdamos, y nos ha ligado con una "cadena de oro" imperecedera, la Torá. Donde vallamos y en donde estemos como individuos o comunidades la Torá nos cuidará de que no nos perdamos.
Gracias a la "cadena eterna" puede conservarse la llave para abrir a los tesoros, las riquezas espirituales inconmensurables que tiene el judaísmo.
Que el árbol de Israel fructifique y crezca eternamente.
Nuevamente Moshé escucho la voz Divina que le ordenaba subir al monte para recibir las tablas por segunda vez, y sucedió en el primer día del mes de Elul. Moshé tallo nuevas tablas y al culminar bajó del monte, 40 días después, en Yom Kipur. El pueblo de Israel recibió por fin el Decálogo.
Cinco días después de Yom Kipur celebramos la fiesta de Sucot por 7 días, y en el octavo día la Torá nos ordena celebrar una nueva fiesta, Azeret, o como es conocida: Shmini Atzeret. En la tierra de Israel, en esta fiesta se culmina el ciclo de la lectura de la Torá con la parasha Ve zot habraja y comenzamos un nuevo con la parasha Bereshit; en la diáspora el segundo día de Yom Tov se celebra la fiesta de Simjat Torá (la alegría (con) de la Torá).
Buscando un camino
Nuestra generación es una generación de tablas rotas: busca diversos caminos y senderos, busca vivencias espirituales y materiales para darse cuenta al final que, "tallando tablas nuevas" como las primeras, reencuentra las fuentes originales del judaísmo asegurando su supervivencia y continuidad.
En el judaísmo ocurre lo contrario que en los demás pueblos. Cuando hablamos del pasado, en otras culturas significa regresión, atraso, barbarie y paganismo. Sin embargo cuando nosotros los judíos hablamos de nuestro pasado, retornamos a la cuna de nuestra nacionalidad, a los fundamentos de la fe monoteísta, a la pureza del patriarca Abraham, al espíritu de sacrificio del patriarca Itzjak y a la raíz de toda nuestra ascendencia, el patriarca Yaacov.
Nuestra raíz y nuestras fuentes son inmejorables. El Talmud afirma que a una persona, cuando quiere derribar un árbol, no le conviene comenzar por las ramas ya que malgastará tiempo y esfuerzos, y lo mejor que puede hacer es cortar sus raíces y de esta forma el árbol más robusto caerá. Por el contrario, para preservar la lozanía y la subsistencia tenemos que abonar las raíces, y de la misma forma, aferrándose a éstas, la fuente vital que nutre al tronco conservará las ramas. El árbol del pueblo judío con raíces fuertes se puede mantener firme y nada podrá abatirlo.
Nuestra generación, si logra mantenerse sujeta por la tradición, las leyes y los mandamientos, y al mismo tiempo aferrada a sus raíces, no perderá su equilibrio. Nuestra vida esta apegada desde arriba por la Torá y no puede separarse de ella. Es significativo por ello que Moshé recibió las primeras Tablas de la Ley en el mes de Siván, cuyo símbolo son los gemelos: la Torá y el pueblo de Israel son como gemelos, siameses, indivisibles y unidos por toda la vida.
Una cadena ininterrumpida
En el Monte Sinaí el pueblo de Israel comenzó una cadena con eslabones unidos que no se han separado hasta el día de hoy. La misma Torá que recibimos en Sinái ha pasado de la boca del maestro al alumno, y cuando este alumno con el tiempo se convirtió en un maestro se la pasó a otro alumno, generando de este modo que la entrega de la Torá sucede hasta el día de hoy, creando así la "cadena de la transmisión de la Torá".
Escuchar la señal es unir nuestro eslabón a la cadena
La primera Mishna en el tratado de Avot nos enseña: "Moshé recibió la Torá (en) de Sinaí y se la entrego a Yehoshua, y Yehoshua a los ancianos, y los ancianos a los profetas, y los profetas a los Varones de la Gran Asamblea."
El Maharal de Praga, el famoso autor del golem, pregunta en su comentario al tratado de Avot: ¿por qué la mishná dice que Moshé recibió la Torá de Sinái y no de Di-s?. Responde el Maharal: que aprendemos de aquí que esta entrega no fue espontánea como lo vemos en los profetas de los pueblos, que recibían profecías y visiones en distintos lugares y tiempos ya que a Moshé Di-s le designo un tiempo y un lugar físico para la entrega de la Torá y no fue algo casual. Explica el Maharal: "aquel que recibe, recibe del que entrega y que tiene la intención de entregarle y entonces le fija un lugar para la entrega. Por lo tanto no hay acá una recepción casual del todo". El pueblo entero que salió de Egipto vio, escuchó y experimento este gran evento, la entrega de la Torá en el monte de Sinái a Moshe por Di-s.
Relata el Talmud: Todos los días se eleva una voz celestial del Monte Jorev (Sinái) y se lamenta diciendo: ¡Ay de los que denigran a la Torá!" Un comentarista interpretó esto en el sentido de que la voz celestial tiene similitud con una transmisión de radio 24 horas al día, pero solo los que sintonizan correctamente pueden escuchar esta voz. Si no prendemos la radio y la sintonizamos en la onda correcta, difícilmente oiremos la señal. Lo mismo ocurre con el monte de Sinái: constantemente nos está mandando una señal a nuestra conciencia, pero solo los que sintonizan están en condiciones de recibirla.
Se cuenta de un estudiante hindú que estaba paseando por la bulliciosa Quinta Avenida en Nueva York. El estudiante de pronto se detuvo, levanto su cabeza y escucho los trinos de un pájaro que estaba en una jaula en una ventana, 20 pisos sobre él. Un acompañante le pregunto: por qué se detuvo y le contesto el hindú que había escuchado el bello trino que provenía desde lo alto. El acompañante incrédulo le dijo que esto era imposible y siguieron caminando. Unos minutos después el hindú sacó de su bolsillo una moneda de un dólar y la tiró a la calle. Inmediatamente se abalanzaron sobre la moneda decenas de personas pugnando para apropiarse de ella. Viendo esto el acompañante, la respuesta estaba implícita: cada persona escucha el sonido que le interesa de acuerdo a lo que lleva dentro de sí.
Que bien se ajusta este relato a lo que experimentamos hoy en día. Nuestra generación seguramente recogió el mensaje materialista de la moneda, y no podemos negar el crecimiento del materialismo en nuestra época, pero también hay otros que sintonizan y escuchan el mensaje eterno de Sinái, el mensaje de la Torá que los une con los eslabones del pasado y con las raíces de su árbol.
Esto es algo que deben entender todas las instituciones comunitarias, los establecimientos de educación judía, y todos aquellos que predican la lucha por la supervivencia del judaísmo y la lucha en contra de la asimilación. Solo estas voces espirituales pueden influir en la regeneración de nuestra generación que es el próximo eslabón de la cadena. No permitamos que el auto holocausto interno que nos está amenazando continúe destrozando este lazo ancestral.
Existe una bella homilía que explica por qué el Todopoderoso entrego la Torá al pueblo de Israel. Cuando una persona tiene una cámara de tesoros que puede abrir solo con una llave diminuta, si pierde la llave, no puede disponer de sus caudales. Una solución para no perder la llave es atarla al extremo de una larga cadena. Si la llave cae, su dueño no tendrá dificultad para encontrarla: la tirará hacia él y la llave estará en sus manos. Siendo que el pueblo de Israel es una nación minúscula, diseminada por el mundo, El Eterno ha tomado los recaudos necesarios para que no nos perdamos, y nos ha ligado con una "cadena de oro" imperecedera, la Torá. Donde vallamos y en donde estemos como individuos o comunidades la Torá nos cuidará de que no nos perdamos.
Gracias a la "cadena eterna" puede conservarse la llave para abrir a los tesoros, las riquezas espirituales inconmensurables que tiene el judaísmo.
Que el árbol de Israel fructifique y crezca eternamente.
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