Parashat Matot: Los hombres del mañana
Si quisiera fundarse una nueva sociedad, que sin duda tomaría el ambicioso nombre de Los hombres del mañana, no pocos se creerían dignos merecedores de ocupar el cargo presidencial. Cada uno presentaría su curriculum vitae con su trayectoria, que justificaría su preeminencia para dicho puesto.
Pero no cualquiera podría formar parte de la sociedad. Los requisitos serían rigurosísimos. Así se desprende del relato de uno de sus posibles fundadores (quien además aspira ser su primer mandatario):
Si quisiera fundarse una nueva sociedad, que sin duda tomaría el ambicioso nombre de Los hombres del mañana, no pocos se creerían dignos merecedores de ocupar el cargo presidencial. Cada uno presentaría su curriculum vitae con su trayectoria, que justificaría su preeminencia para dicho puesto.
Pero no cualquiera podría formar parte de la sociedad. Los requisitos serían rigurosísimos. Así se desprende del relato de uno de sus posibles fundadores (quien además aspira ser su primer mandatario):
Un día, al llegar a casa, encontré sobre mi escritorio una carta que me enviaba un gran amigo de la infancia. Me invitaba al casamiento de su hijo. A la boda no podía asistir, cientos de kilómetros nos separaban. Por eso decidí, aún con la carta en la mano, que debía escribirle unas líneas expresando profundos deseos de prosperidad y bienestar a la nueva pareja y asimismo mis disculpas por no concurrir.
El bolígrafo y las hojas estaban a mi lado, sin embargo me pareció conveniente dejar la redacción para después de la cena. Aclaro, para que no se me juzgue erróneamente, que tengo facilidad para escribir; hasta diría que me gusta hacerlo. Pero acabada la cena, y a pesar de que sabía que la carta me aguardaba, el cansancio me venció. Resolví dejarlo para la mañana, después del desayuno.
No obstante, la mañana siguiente me desperté unos minutos más tarde que de costumbre, motivo por el cual ya no me quedó tiempo para acometer la carta. "Sin falta", me dije camino de la oficina, "sin falta esta noche me siento a escribirla". Sólo que por la noche mi vecino me pidió que lo ayudara con la mudanza, y al regresar ya no tuve ánimo de escribir...
Transcurrieron varios meses. La pareja ya estaba por abrazar a su primer hijo; yo sentí que ahora no tenía ya sentido enviar unas palabras de felicitaciones.
Al reflexionar sobre el motivo que me había llevado a esa situación, llegué, después de descartar muchas hipótesis, a la simple conclusión siguiente: el haber dejado pasar el primer momento, cuando tuve la oportunidad y el tiempo para escribir la carta, fue causa de mi dejadez posterior. Nunca faltan justificativos para postergar nada.
Otro de los postulantes a la presidencia también nos refiere una de las tantas historias que experimentó en vida:
Comenzada otra semana de rutina, salí de mi departamento para ir al trabajo. En mi buzón había una citación del correo para que fuera a buscar un paquete a mi nombre. Miré el sobre nuevamente y advertí que el destinatario era un vecino de la cuadra y no yo. Me sobraban unos minutos, podía dejársela en su buzón, pero opté por ir a la oficina y entregársela personalmente al regresar. Guardé la citación en el bolsillo, para no olvidarme.
Al regresar del trabajo decidí cenar primero y luego hacerle a mi vecino el gran favor de darle la nota. Ocurrió sin embargo que acabada la cena, mi hijo no se sentía bien; decidimos con mi esposa llevarlo al médico. El día siguiente otro percance me impidió ir a lo de mi vecino, y así pasaron algunas semanas.
A veces, al despertar, me decía: "¡Basta! ¡No es posible!", pero continuaba sin cumplir con mi obligación. Hasta que una mañana, en un arranque de furia contra mi propia pereza, salté de la silla, corrí a casa del vecino y le entregué la nota. El hombre me agradeció amablemente; luego agregó que le habían enviado otra citación y que ya había recogido el paquete. No hace falta gran imaginación para adivinar mi sensación en aquel momento. Al analizar lo sucedido, llegué a la conclusión de que todo comenzó cuando, teniendo la oportunidad de hacerlo, me dije: "Después, más tarde".
Estos relatos reflejan nuestra frecuente conducta, que nos excluiría para siempre de la Sociedad del Mañana. Quien más, quien menos, todos tenemos un poco de estos personajes. En muchas ocasiones de la vida, e incluso sin darnos cuenta a veces, dejamos pasar las cosas, diciendo: "Después, mañana". Este defecto no sólo nos afecta en nuestra vida material, sino que también, para mayor desgracia nuestra, en el terreno espiritual. Pero no sería tan grave si cumpliríamos al fin con el fatal "mañana"; la dolorosa realidad es que ni siquiera eso hacemos: ese mañana nunca llega. Se nos presenta la oportunidad de hacer una mitzvá y la postergamos (incluso con pretextos reales, lógicos); el tiempo transcurre y acabamos perdiéndola irremediablemente. La única manera de poder desarraigar este defecto es aprendiendo de quienes lo tuvieron y lo superaron.
En nuestra parashá, D"s manda a Moshé reunir un ejército para vengarse de los midianitas y le revela que inmediatamente después de obtener la victoria, fallecería. Lo que no le dijo es en qué momento específico presentar batalla: eso debía decidirlo Moshé mismo, cuando le placiere.
Como puede fácilmente comprenderse, la disyuntiva en que se encontraba Moshé era grande. Estaba ansioso por cumplir lo antes posible la orden de D"s; ello, no obstante, significaba el fin de su vida. El versículo siguiente nos dice que Moshé no se demoró y que comenzó sin tardanza a organizar un ejército para salir a la guerra. La pregunta que surge es: ¿Por qué Moshé no dejó pasar el tiempo? Si D"s hubiese querido que él salga a la guerra en un momento determinado, ¿No se lo hubiese dicho?
Esta es justamente la respuesta: como D"s, bendito Él y bendito Su Nombre, sabía que para Moshé la situación no podía ser fácil, no estipuló un tiempo determinado para cumplir con Su orden. Moshé, por su parte, no hizo cálculos, sino llevó a cabo la voluntad de D"s lo antes posible, aun (y acaso en especial) cuando eso conllevaba un costo tan caro para él.
Nosotros, demás está decirlo, no estamos en la categoría espiritual en la que se encontraba Moshé Rabenu; pero debemos, en la medida de lo posible, aplicar sus enseñanzas, imitarlo en nuestro propio nivel. Así como él no dejó pasar la oportunidad de cumplir con una mitzvá, lo mismo debemos hacer nosotros. No postergar la oportunidad de cumplir cada mitzvá que se nos presenta, aunque estemos seguros de que después podremos hacerla.
Así, y si el Santo, bendito Él, nos asiste, lograremos aprovechar el presente y también el futuro, y podremos aspirar a pertenecer a la Sociedad del Mañana que prescribe nuestra sagrada Tora, fuente de toda vida.
Parashat Masé: La clave de la educación
En nuestra parashá, D"s manda al pueblo de Israel destinar, una vez conquistada la Tierra, tres ciudades-refugio a lo largo de todo el territorio, para que quien habiendo, sin intención, matado a otro judío no fuera víctima del dolor sordo de los familiares del fallecido. Todos los caminos del país debían estar correctamente señalizados con claros letreros que indicaban cómo llegar a una ciudad-refugio.
No obstante, paradójicamente, en los caminos del país no había ninguna señalización que indicara cómo llegar al Bet Hamikdash. Pero si para las ciudades-refugio, que como es de suponer no se usaban con frecuencia, había señales cada tantos metros, para el mismo Bet Hamikdash, que continuamente era visitado por miles de personas, ¿Cómo es posible que D"s, bendito Él, no exigió poner letreros?
Aquí, sin embargo. El quiso enseñarnos un secreto fundamental tocante a la educación de nuestros hijos.
La Tora nos muestra en más de una oportunidad hechos aparentemente triviales; estos, sin embargo, pueden contener un gran mensaje con respecto a la educación. Así, el motivo por el cual los caminos debían estar señalizados en el caso de las ciudades-refugio, es el siguiente: la Tora quiso con ello evitar que el asesino preguntara pueblo por pueblo dónde quedaba la ciudad-refugio, ya que los niños, primeros destinatarios de toda pregunta por un sitio, al encontrarse con frecuencia en la calle, comenzarían a inve-tigar el motivo que lo llevó a escaparse, y sabrían que existe algo llamado "asesinato". Y siendo que los niños recuerdan cada información, por mínima que sea, que llega a sus oídos, había que intentar inculcarles sólo valores positivos, dado que desgraciadamente los negativos se adquieren por sí mismos con el correr del tiempo.
Mediante esta explicación podemos entender también por qué no habían carteles señalizadores que indicaban cómo llegar al Bet Hamikdash: pues así, las miles de personas que asiduamente se dirigían al Templo deberían preguntar constantemente qué camino debían tomar para llegar allí.
De esta forma, los niños veían que los judíos llevaban ofrendas al Templo y enseguida iban a preguntar a sus padres para qué y por qué se llevaban los animales. Entonces, al responder, sus padres se verían obligados a explicarles que no se debe pasar por sobre la palabra de D"s, aunque quien lo hacía tenía al fin, porque su misericordia es grande, la posibilidad de remediar la situación mediante un sacrificio en el Templo, en lerushalaim.
Con lo cual aprendemos cuan grandes y decisivas pueden llegar a ser las vivencias en la educación de nuestros hijos, aun las más triviales a nuestros ojos.
En Pirké Avot (4,25) se compara al niño con una hoja en blanco, nueva, donde todo lo que se escribe en ella se lee claramente, y aunque se borre, siempre quedarán las huellas de lo escrito anteriormente.
Lo mismo con nuestros hijos. Cada dato que absorben, mientras son pequeños, se graba muy fuerte en su mente y aun en su subconsciente. Por más esfuerzos que hagamos, después, para borrar lo negativo y dejar lo positivo, nada lograremos: la marca persistirá en ellos para siempre, e ignoramos las consecuencias que acarreará.
Es nuestra función prevenirlos, protegerlos, y la única manera de hacerlo consiste en inculcarles valores verdaderos desde pequeños.
El ministro de tránsito de Israel reunió a los profesionales más entendidos en la materia, para tratar de buscar una solución a los accidentes de tránsito, que como sabemos, aumentan aquí día a día.
Se presentaron algunas ideas:
Aumentar la cantidad de patrulleros que vigilen sólo el tránsito.
Entregar la licencia de conducir sólo a partir de los 21 años de edad.
Los primeros seis meses después de haberla recibido, no se podrá conducir sin un acompañante experimentado. Desarrollar un sistema que bloquee los motores que viajan a más de 100 Km/h.
Pero después de analizar estas ideas y muchas otras más, se llegó a la conclusión de que ninguna de ellas sería efectiva, pues la única manera de prevenir accidentes de tránsito es llevar a los conductores a que tomen conciencia de que tanto sus vidas como las de los demás dependen sólo de ellos mismos. Mientras esto no se logre, nada ayudaría.
En base a esta conclusión, la campaña tomó otro rumbo. Se citaron a los más importantes psicólogos para tratar de encontrar el modo de llegar a la conciencia de los conductores. Luego de varias semanas de analizar la situación, el ministerio decidió comenzar una gran campaña consistente en mostrar películas de accidentes automovilísticos para así tratar de impactar a los conductores.
Han pasado ya varios años y, lamentablemente, los resultados no son satisfactorios. El problema sigue existiendo; todos piensan: "Es verdad, hay accidentes de tránsito, pero a mí no me ocurrirá nada".
Este simple ejemplo refleja de alguna manera lo que explicamos anteriormente. El niño que desde muy pequeño oyere a su padre decir lo peligroso de conducir a grandes velocidades y que observare que su padre se cuida de no hacerlo, probablemente seguirá esa conducta cuando él mismo tenga un auto. Pero si el niño viere que su padre conduce a velocidades más altas que las permitidas (aunque sólo cuando hay prisa) no pensará que él debe conducir mejor que su padre, al considerar que el tener prisa es un justificativo válido para poner en peligro su vida, la de sus acompañantes y la del resto de las personas que están en la calle con vehículo o a pié.
Una buena educación desde la más tierna infancia es sin duda la mejor campaña de prevención ante cualquier cosa, pues el ejemplo de nuestros actos tiene el poder de educar a nuestros hijos para bien o lo contrario.
Aunque no nos demos cuenta, los niños analizan cada acción de los padres. Si nuestro comportamieto es acorde a los mensajes que tratamos de transmitir a nuestros hijos, podremos inculcarles fácilmente los verdaderos valores que enseña la Tora, y por más alejada que esté la sociedad de ellos, nuestros hijos seguirán apegados a nuestras raíces.
http://www.judaismohoy.com/
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